por Omar Dalponte
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Leyendo, hasta donde podemos, temas relativos a la historia de la humanidad, nos encontramos con la historia de las injusticias y de las desigualdades. Desde que alguien se dio cuenta de que podía dominar a uno o más semejantes, comenzó el sufrimiento para los dominados. Así, naturalmente con diferencias que se fueron dando a través de los tiempos, llegamos a este 2024 en nuestro lugar, la República Argentina. Aquí y ahora estamos viviendo una pesadilla inimaginable en épocas que pensamos que los momentos de equidad estaban cercanos. Hoy, aquí, como dice la letra de un conocido tango: “vale Jesús lo mismo que un ladrón”. Desde que en aquel lejano 1810 una porción de la sociedad de entonces decidió acabar con un estado de cosas que ya no se soportaba y reemplazar a un virrey por un grupo de gente que, según nos han enseñado, pretendía edificar un futuro independiente para el país en que vivía, sucedieron muchas cosas. Hasta llegar a este presente de incertidumbres y penurias, pasamos por infinidad de situaciones que, salvo en algún tramo de los doscientos catorce años recorridos, invariablemente la parte ancha del embudo de la vida fue para una reducida clase social, y la parte de la estrechez y la miseria quedó asignada a las grandes mayorías que, en general, pasaron (pasamos) las de Caín. Hoy, siguiendo con la vena tanguera, “todo es grupo todo es falso” y los de a pie no encontramos la salida para vivir tranquilos en ninguno de los lugares de este sitio que podía haber sido patria y hoy es nada más que una hermosa postal sobre la cual desfilan ejércitos de personas sin trabajo y pasadas de hambre. Magnifica geografía de un país miserablemente estrangulado y endeudado donde millones de pibes se van a dormir sin comer y otros millones de viejos arrastran, arrinconados, sus dolores físicos y
morales pensando entre lágrimas que, al final, la muerte es un alivio. Hay un escrito que le llamamos Constitución Nacional que, según nos cuentan sirve (o debiera servir) para garantizar los derechos y libertades de las personas, regular la organización y el ejercicio de los poderes del Estado. También de acuerdo a lo que se dice es la ley suprema porque las demás leyes deben (debieran) respetar sus lineamientos.En definitiva, ante la cruda realidad que demuestra descarnadamente la existencia de miles y miles sin techo, sin comida, sin trabajo y sin cobijas hay que ser demasiado cómplice con la mentira o demasiado estúpido como para no decir y no darse cuenta que las leyes, en la Argentina, desde la mas importante hasta la de menor significacion son letra muerta cuando se trata de aplicarlas en favor de los más desprotegidos y los más vulnerables que andan como parias por la vida.En otros tiempos en que nuestro pueblo tenía el orgullo y el coraje suficientes como para no permitir que se avasallen sus derechos, era imposible imaginar que la Argentina fuese gobernada por personajes desquiciados cuyo cinismo, incompetencia, insensibilidad y maldad no tienen límites. Estamos mal. Muy mal. Y si no hay una reacción popular masiva que ponga las cosas en su sitio, estaremos peor.
Las dirigencias políticas, sindicales, estudiantiles, de los movimientos sociales y de las distintas organizaciones populares deben asumir el rol que les corresponde en este momento dramático que sufrimos. Si esto no ocurre, quienes no nos resignamos a vivir en la esclavitud y la miseria tendremos que accionar en defensa de la Patria, y al final demostrar que las conquistas se logran con "los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes en la mano". Se impone construir un frente anti Milei que expulse definitivamente a la pandilla que está haciendo pedazos a nuestro país. Y en esto no hay lugar para vacilantes y cobardes.
(*) De Iniciativa Socialista