por Marcelo Calvente
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La primera Copa del Mundo de mi vida fue la disputada en Inglaterra en 1966 cuando yo tenía 7 años. Si bien todos los partidos fueron televisados, eran pocos los hogares argentinos que contaban con aparato de TV. En mi recuerdo hay una reunión familiar donde los mayores escucharon por radio las instancias del encuentro de cuartos de final ante los anfitriones, y según decían, era seguro que tanto Argentina, que enfrentaba al local con el arbitraje de un alemán, como Uruguay, que con juez inglés debía medirse con Alemania, iban a ser perjudicados por los fallos. La opinión de la mayoría era que la FIFA había organizado el Mundial de 1966 para que lo gane Inglaterra, y harían todo lo necesario para que eso suceda.
El 23 de julio de 1966 se jugaron los cuatro cruces de cuartos de final. En Liverpool, Portugal venció a Corea del Norte por 5 a 3, mientras que en Sunderland, la Unión Soviética superó a Hungría por 2 a 1. En Sheffield, con el arbitraje del inglés James Finney, Alemania venció por un inapelable 4 a 0 a Uruguay. En tanto Inglaterra enfrentaba a Argentina en el viejo Wembley, un partido más que difícil para el equipo del Toto Lorenzo. La Selección Argentina no había superado aún las secuelas del fracaso en Suecia 58. El local no podía ni debía perder. En un trámite muy trabado y con mucho nervio, los ingleses dominaban, los nuestros enfriaban y el árbitro, el alemán Rudolf Kreitlein, intentaba imponer su autoridad ante los reclamos de los futbolistas argentinos. A los 36 minutos de la etapa inicial, el capitán blanquiceleste Antonio Ubaldo Rattín inició una protesta contra el juez, tratando de manifestarle que estaba fallando de manera favorable a Inglaterra. Lo que comenzó como
Apenas 60 días antes de aquel mítico partido en Wembley, el 22 de mayo de 1966, Rattín jugó en la vieja cancha de Lanús. Esa tarde Boca visitó al Grana, que con un equipo lujoso y ofensivo transitaba su segundo año en la máxima categoría luego del ascenso de 1964, el primero de su historia en el profesionalismo. Era el tiempo de esplendor de las paredes de Los Albañiles, Silva y Acosta, con Juan José De Mario como ayudante, aportando pausa, tenencia y pegada. Ese año se incorporó Martín Pando, el veterano ex River le iba a dar un salto de calidad a un elenco que ya había renovado parte de su defensa con Héctor Ostúa, Osvaldo Lorenzatto y Melchor Sabella. En el arco Rolando Irusta, que también viajó al Mundial 66 como suplente de Roma; con Guidi como capitán -a un paso del retiro- el equipo de los albañiles buscaba su mejor versión.
Aquella tarde ante Boca le faltaron varios titulares. Dirigido por Pedro Dellacha, Lanús formó con Rolando Irusta; Tedesco, Guidi, Sabella y Ávalos; el Cholo Curia, Paz y De Mario; Echenaussi, Bernardo Acosta y Antonio Reynoso. Faltaron Ostúa, Lorenzatto, Colaciatti, Pando, Iglesias, Pereyra, Unzué y nada menos que Ángel Manuel Silva. Y como cada vez que en Lanús estaba ausente el genio creador de Manolo, el que agarró la batuta fue Quico De Mario, que esa tarde lució en su espalda el número 8. Boca formó con Roma; Simeone, Magdalena, Silveira y Marzolini; Alberto González, Rattín y César Luis Menotti; Pianetti, Alfredo Rojas y Aimonetti. El entrenador Xeneize fue el odiado Pipo Rossi, aquel que había fracturado intencionalmente a Benito Cejas en el 56.
De Mario se hizo cargo de la gestación y lo hizo a su manera, a puro lujo, siendo Antonio Rattín quien más lo sufrió: “El desequilibrio -por momentos casi total- nacía, se continuaba y casi finalizaba en el trabajo de un hombre: Juan José De Mario, que con el número 8 en la espalda manejó el trámite en los primeros cuarenta y cinco minutos” escribió el cronista del diario Clarín del lunes 23 de mayo de 1966, y agregó: “Utilizando toda la fama de una zurda que ayer tuvo momentos casi mágicos, De Mario comenzaba a la salida misma de su propia área, con la vista en alto y el túnel dispuesto para el que se acercara…”
Lanús se puso en ventaja a los 8’ por intermedio de Curia tras pase de De Mario. Promediando la etapa inicial, Quico recibe de espaldas contra la línea de cal, cerca del viejo mástil. Rattín le va al bulto y se come el primer caño tras una pisada magistral hacia atrás del 8, cambiando la dirección del balón. El capitán de Boca clava los frenos antes de chocar contra el alambrado de la platea baja, y con odio en la mirada y espuma en la boca vuelve sobre De Mario, que lo esperó mirando de reojo y tac, el segundo toque del balón por entre las piernas del Rata que despertó la ovación del público granate y la ira del intocable centrojás de la Selección Argentina, quien le tiró una patada feroz que De Mario evitó con un salto circense para que vuelva a pasar de largo, una acción merecedora de expulsión que el árbitro Roberto Pablo Cruces no castigó, aunque no faltó la aparatosa recriminación para el futbolista Granate por burlarse del intento de agresión. En la apertura del segundo tiempo Boca encontró el empate con un cabezazo de César Luis Menotti. En el tramo final el local sintió el desgaste y Boca pasó a dominar sin poder quebrar la igualdad. “De Mario a Rattín siempre lo bailó”, me dijo el Pato Sánchez, ex basquetbolista de Lanús de la época dorada. “Era una cosa increíble, cada vez que se enfrentaban lo volvía loco. Se la pisaba, le tiraba caños, lo sobraba y el Rata lo quería partir al medio…”.
Tal vez embalado por la permisividad del árbitro Cruces -el que retó a De Mario por el doble caño en su perjuicio en lugar de penar su intento de agresión- Antonio Ubaldo Rattín llegó al Mundial de Inglaterra creyendo que la protección arbitral con que contaba en la Argentina tenía alcance internacional. Rudolf Kreitlein le demostró que no era así. La “avivada” del capitán fue la causa principal de la eliminación de Argentina. La selección del Toto Lorenzo debió jugar gran parte del choque clave contra Inglaterra con un hombre menos, y con un frentazo de Hurst en el área chica ante la floja respuesta de Antonio Roma a los 77’, derrotó a Argentina y la sacó del Mundial. En la final, con un gol más que dudoso, venció a Alemania y se coronó por única vez en su historia.
Un amigo común me presentó a Juan José De Mario la noche que el Grana festejó sus primeros 100 años. Le hablé de las muchas veces que lo vi jugar y de lo tanto que admiraba a aquel equipo, el primero que vi. Estaba muy contento, el club lo había invitado a la fiesta y sus nietos estaban en su casa en La Plata, esperando para verlo por TV. Sin embargo, esa noche hubo espacio sólo para los campeones. Ruggeri subió al escenario y dijo un chiste de mal gusto. De Mario no subió.