por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com
Memorias granates
Al finalizar el Torneo Clausura 1993, Héctor Adolfo Enrique cerró su extraordinaria carrera de futbolista de elite demostrando su agradecimiento al club donde llegó de niño, una humilde pero muy digna despedida para aquel que alcanzó la cima del fútbol mundial, el único jugador formado en Lanús que logró ganar una Copa del Mundo. Le dijo adiós al fútbol en el club y lo dejó mucho más arriba de donde estaba cuando partió con otros rumbos. No hay dudas de que lo suyo fue una retribución, pero también un desafío deportivo muy difícil de realizar: volver a jugar en el duro Nacional B, después de operarse la rodilla a los 30 años, condición absoluta para poder seguir en actividad, al menos un par de torneos hasta junio de 1993, lo que duraba su contrato con el club. Consiguió lo que vino a buscar en su primer intento: El 24 de mayo de 1992 se consagró campeón del Nacional B, siendo el capitán indiscutido del equipo, uno de los mejores representativos de Lanús en su larga historia.
Había debutado en 1980, y había jugado 72 encuentros convirtiendo 24 goles entre la Primera C y la B, hasta su partida a fines del 82. Lanús pudo solucionar muchas carencias con lo que ingresó por su transferencia a River; el Negro Enrique allí alcanzó el mejor nivel de su carrera. Entre 1984 y mediados de 1990 se consagró dos veces campeón del Fútbol
Argentino (1985/86 y 1989/90) con River Plate, club donde también logró ganar la Copa Libertadores 86 y la Intercontinental de ese, su año inolvidable, en el que además se consagró Campeón del Mundo en México 86. Sobre su convocatoria a la Selección, Héctor cuenta algo poco conocido: “En 1983, cuando yo en River era suplente y no jugaba nunca, Bilardo me convocó a la Sub 23 y me llevó a Francia, al Torneo Esperanzas de Toulón. Yo no entendía nada, en River no me daban ni bola y ¡Bilardo me llevó a la Selección! Los periodistas le daban con un caño por haberme convocado y a mí me daba mucha vergüenza. En el viaje, Bilardo viene y me dice: ‘Te traje, pero no vas a jugar. Te traje para que te integres, para que conozcas cómo trabajamos, cómo charlamos, cómo comemos. Vos vas a jugar el Mundial 86, pero en éste Torneo no vas a entrar ni un minuto.’ Yo no entendía nada y le pregunté por qué me llevaba, y me dijo: ‘A mí River me ganó de mano, pero yo te vengo siguiendo desde que empezaste en Lanús. Conmigo no vas a jugar de delantero, vas a jugar de volante por derecha, pero no en éste Torneo, vas a ir al Mundial 86’. Yo pensé que estaba loco, pero fue así. Los periodistas no entendían qué hacía yo ahí. No me puso nunca, ni siquiera en el amistoso contra Valladolid pese a que hizo un montón de cambios. A mediados del 84, Cubillas dejó el club. Vino Adolfo Pedernera y me dijo: mientras yo esté acá, usted va a jugar de titular pero de volante por derecha. Y así fue. Yo me adapté enseguida, y cuando llegó el Bambino seguí jugando de 8 con él. Después llegó el Mundial y yo fui el último convocado. Todo el periodismo quería saber la lista. Bilardo la dilataba. Los movileros se mataban por tener aunque sea un indicio. Un día Carlos dijo que todos los que integraban la lista definitiva habían sido convocados por él en alguna oportunidad. Ahí empezaron a especular con varias posibilidades, pero a mí nadie me mencionó. El día que dio la lista y estoy yo, un periodista le dice que no había cumplido con su palabra porque a mí nunca me había convocado, y él le respondió: “No señor, usted está equivocado, yo al Negro Enrique lo llevé a Toulón” y todos empezaron a mirarse y consultarse entre ellos para saber si era cierto.La historia de su ingreso al equipo es conocida: Su debut se produjo en el segundo partido ante Italia a los 74’ ingresando por Claudio Borghi. En el tercer partido ante Bulgaria, Bilardo hace un doble cambio en el entretiempo: Salen Batista y Borghi e ingresan él y el Vasco Olarticoechea. En la victoria contra Uruguay, en octavos de final, no ingresa, pero desde el histórico partido ante Inglaterra, pasando por el choque en semifinal contra Bélgica y la inolvidable final ante Alemania, Héctor Enrique es titular hasta el pitazo final. Su rodilla le puso freno a su campaña en 1990. No pudo ir al Mundial de Italia, y River lo dejó libre en junio de ese año al finalizar su contrato. Firmó por un año con Deportivo Español, pero pudo jugar poco y nada. Estaba entre dejar el fútbol u operarse la rodilla averiada para intentar continuar jugando algunos años más. Se operó e hizo la rehabilitación por su cuenta para volver con todo. Se esforzó como cuando era pibe, porque tenía una materia pendiente y la quería rendir: volver a Lanús, darle algo más por lo mucho que había recibido, sobre todo la taza de leche y el sándwich, esa merienda que los hermanos Enrique nunca dejaban de tomar porque en su casa eran muchos y la comida no sobraba, algo que jamás olvidaron.
Y un día, el 18 de agosto del 91, volvió a vestir la camiseta del club en Tucumán, derrotando a San Martín por 1-0. Los años habían pasado y en su ausencia el club Lanús había salido del pozo. En Arias y Guidi el cemento comenzaba a reemplazar a los tablones, en las tribunas las multitudes volvían a acompañar al equipo que después de la debacle volvía a ocupar su lugar entre los grandes e intentaba recuperar el fútbol que siempre lo distinguió. Ese juego ofensivo característico que atravesó toda su existencia y que le permitió dejar para el recuerdo varios elencos que consiguieron un lugar en la historia: Los Rosarinos de la era amateur; Los Globetrotters de los 50; Los Albañiles de los 60; los pibes del Viejo Guerra, que con el Negro como figura volvieron de la C; el equipo de Miguel Russo, con él como capitán, que volvió a Primera a lo grande en 1992; el Campeón de la Copa Conmebol 1996 de Héctor Cuper; los pibes de Ramón Cabrero que ganaron el título de Primera en 2007; el campeón de la Sudamericana 2013 de Guillermo y el que llegó más alto, el de Jorge Almirón, tricampeón argentino 2016 y finalista de Copa Libertadores 2017.