por Marcelo Calvente
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Mañana, tarde y noche iban llegando los camiones al playón del estadio del club Lanús, el Polideportivo se transformó en una obra en construcción. El inolvidable Tito Montenegro, un dirigente Granate excepcional, un ex marino que cuando en el club había trabajo duro estaba a sus anchas, era virtualmente un maestro mayor de obra que se ocupaba de todo. Celoso guardián de los materiales de construcción, severo con la disciplina de los albañiles y carpinteros que llevaban adelante las tareas, desde hacía días se había mudado a una piecita debajo de la platea. Era mucho lo que había llegado, pero para el portento de estadio que se estaba empezando a construir, todavía era insuficiente.
Incansable, Mario Caserta se puso en contacto con Julián Astolfoni y Marcial Pimentel, presidente y vice respectivamente de la mega empresa Supercemento S.A. especializada en grandes construcciones, como las represas El Chocón - Cerros Colorados y Yaciretá-Apipé. Con un planteo igual que cuando visitó a Macri, Caserta les pidió una cantidad de materiales similar a la donada por éste, cosa que Pimentel aceptó de inmediato. Faltaba parte de la madera: el funcionario sabía que había varias toneladas de tablones que se habían usado en la construcción de una represa que Supercemento, con financiamiento del gobierno nacional, había realizado en Misiones; una parte de esos tablones, Pimentel los fue mandando a Lanús sin objeciones. El resto de las maderas necesarias las consiguió Hugo Ramos gracias a su amistad con el dueño de Maderera Llavallol, el Polaco Isaac Kiviktz, quien a cambio de la publicidad en el estadio colaboró enormemente para avanzar con la construcción de la
Algunas semanas después, Caserta recibió una llamada. Era Lorenzo Miguel, máximo dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica, que estaba desesperado por la crítica situación de Acindar y los miles de trabajadores que podían quedar en la calle. El hombre de confianza del presidente se comprometió a hablarlo con su jefe: “La situación es desesperante, Carlos. Tenemos que gestionar un crédito blando del Banco Nación. Hace falta un influjo de varios millones de dólares…”. Menem le dijo que no iba a haber problemas, pero como lo conocía, Caserta le pidió que se comunique con el presidente del Banco Nación para darle la orden, cosa que el riojano hizo de inmediato, y así se pudo resolver la grave situación de la siderúrgica nacional. Poco después, Caserta visitó a la plana mayor de la empresa con la habitual solicitud: “Yo no les pido dinero, necesito los hierros, y no son para mí, son para ayudar al club Lanús, es una obra de bien que va a beneficiar a miles de chicos del conurbano…” La lista de lo que se necesitaba llegó a las manos de la empresa, y muy pronto esos hierros tan indispensables para hacer el estadio de cemento estuvieron en el playón de estacionamiento del Polideportivo de Lanús. Incluso la generosidad de la empresa superó la necesidad del club y sobraron metales en cantidad, los que fueron canjeados con el corralón Moresco por materiales de construcción que hacían falta para seguir avanzando con las obras que nunca tenían fin.
Pese a sus muchas ocupaciones, Mario Caserta seguía bien de cerca el curso de las cosas en el club, sobre todo llamaba a diario a Néstor Díaz Pérez para interiorizarse sobre la marcha de las entregas de materiales tanto como de las obras que se estaban realizando. Se ofrecía para hacer cualquier gestión que fuera necesaria para conseguir algo que estuviera faltando. Faltaba piedra, cemento y arena, y el mangazo fue para Loma Negra. Y también Amalita Fortabat se sumó a la cruzada del funcionario del gobierno para la construcción de La Fortaleza. Mucho se habló del aporte de Mario Caserta, sobre todo después del segundo y controvertido mandato de Menem que como es sabido, no terminó bien. Esta es la verdad: salvando la mano de obra, que el club solventó con rifas, eventos y más de mil y un inventos para recaudar, casi la totalidad de los materiales para levantar el estadio los consiguió Caserta sin pedir nada a cambio.
Pero seguía faltando piedra, y Néstor Díaz Pérez recordó a una persona que había conocido unos años antes, cuando se inició la construcción del microestadio. Fue a mediados de la década del 80, en tiempos del gobernador radical Alejandro Armendáriz, cuando Néstor debió realizar tramitaciones, solicitar autorizaciones y abonar aranceles para poder obtener el subsidio que le otorgó el ministro radical Osvaldo Otero e iniciar la obra, alguien lo mandó a ver al contador general de la Provincia de Buenos Aires. Cuando ingresó al despacho del funcionario lo sorprendió bien visible, prolijamente enmarcado y colgado en la pared que daba frente a la puerta de entrada, un banderín con los colores y el inconfundible escudo del Club Atlético Lanús. Durante las primeras tres horas de charla, la mayoría dedicada a intercambiar recuerdos, anécdotas y padecimientos ligados al andar futbolístico del club de los amores de dos hombres que recién se conocían, Carlos Oreste Lunghi le contó que había nacido en Tandil; que su padre -don José Emilio Lunghi, hombre del radicalismo- había sido intendente de la ciudad serrana desde 1963 hasta la asonada militar de 1966, que había fallecido en 1971 y que era considerado como un prócer de esa ciudad, a punto tal de que la calle principal lleva su nombre. Y que una tarde de febrero de 1950, cuando él apenas tenía poco más de 10 años, escuchó a su padre decir con tristeza que para salvar a Huracán habían perjudicado a Lanús y lo habían mandado al descenso. A partir de ahí, su indignado corazón de niño fue Granate para siempre y su ídolo, el gran Pepe Nazionale. Por eso varias décadas después, cuando Néstor le pegó el mangazo, tuvo un gesto que el club no debería olvidar jamás: Toda la piedra que faltaba para concluir la obra de La Fortaleza vino de Tandil en camiones que Carlitos Lunghi, sin decirle nada a nadie, pagó de su bolsillo.