por Marcelo Calvente
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Al asumir el desafío de la construcción de la cancha, siempre secundado por sus amigos de fierro, Néstor Díaz Pérez encontró la revancha que necesitaba luego de la derrota en el Chaco. Como diez años atrás se había dedicado a conseguir recursos para sacar al club de la bancarrota, a principios de la década del 90 se puso al hombro la difícil y onerosa tarea de conseguir aportes para la construcción del soñado escenario de cemento. Como hemos señalado, el primer tramo de tribuna, la cabecera que da espaldas a calle Arias, hoy Ramón Cabrero, se empezó a desmontar a principios de enero de 1991, y aunque sin los codos, cuando Lanús obtuvo el ascenso definitivo a Primera en mayo del 92, esa tribuna estaba prácticamente terminada. Cuando el 16 de agosto de ese mismo año, el once Granate recibió a Platense en Arias y Guidi por la 2ª fecha del Torneo Apertura de Primera División, la hinchada de Lanús desplegó por primera vez un gigantesco trapo que ocupaba la nueva tribuna casi por completo, ilustrado con el escudo y la leyenda “Te llevo en el alma” escrita en letra cursiva, por el rostro de varios simpatizantes locales cayeron algunas lágrimas de emoción, porque la resurrección que poco antes parecía imposible ya era una realidad incontrastable y comenzaba otra etapa, la de la consolidación definitiva del club en la elite del fútbol argentino. La transformación del estadio fue planificada tratando de perder lo menos posible la condición de local. De manera progresiva, cada sector del viejo escenario de madera fue siendo reemplazado por las nuevas tribunas de cemento, bastante más altas, que fueron cambiando de a poco la fisonomía de una cancha que llevaba siete décadas afincada en el lugar, en la cual la entidad había escrito la mayor parte de una historia deportiva de gloriosos y dramáticos ribetes.
Cuando el subsecretario de Recursos Hídricos de la Nación y además titular del Consejo
Federal de Agua Potable y Saneamiento, Mario Caserta, decidió colaborar con el club para la construcción del estadio de cemento, las cosas se facilitaron considerablemente. Vecino de Lanús y amigo de Néstor Díaz Pérez, Hugo Ramos y Fito Peña, los tres dirigentes a quienes recibió una tarde de 1990 en su casa, Mario era por entonces uno de los funcionarios más cercanos al presidente Carlos Menem. Días después de aquel encuentro, acompañado por Díaz Pérez, concurrieron a las oficinas de una de las principales empresas constructoras del país, donde los recibió el hijo del dueño del poderoso consorcio, un joven que menos de un año después sería víctima de un secuestro que fue tapa de todos los diarios del país. La reunión comenzó con una charla informal de presentación, hasta que Caserta, que ocupaba un lugar clave para la realización de obras públicas, manifestó el motivo de su visita: necesitaba colaboración para la construcción del estadio del Club Atlético Lanús. Sorprendido por el pedido, el empresario le respondió que él era hincha de Boca y que sólo colaboraba con esa institución.Caserta le dijo a Néstor que lo espere, y se reunió a solas con el empresario en una oficina contigua. “Decime una cosa: ¿cuantas licitaciones ganaste desde que yo estoy al frente de la Secretaría? ¿Varias, no es cierto? ¿Alguna vez te pedí algo? Nunca, ganaste un montón de guita y jamás, ni a vos ni a tu papá, les pedí algo para mí. Hoy te vengo a pedir ayuda para el club Lanús, vos sabés que yo soy de ahí, y ésta gente que viene rompiéndose el culo desde hace años para sacar al club del pozo me vino a pedir ayuda. Lo que te voy a pedir es nada más ni nada menos que lo necesario para hacer una cancha de cemento para que puedan jugar en Primera porque la de tablones se viene abajo. Lo que necesitan, para vos no significa nada, pero para el club es de vida o muerte, así que te pido por favor que le des lo que Néstor te pida”.
Luego del breve encuentro a solas, ambos volvieron al escritorio donde Díaz Pérez esperaba sin comprender demasiado lo que estaba sucediendo. El empresario volvió a su lugar con una actitud diferente, y Caserta le dijo a Néstor: “Pasale la lista de todo lo que hace falta”. “¿De todo?” atinó a preguntarle, dudando, el dirigente Granate. “Sí, dale, pasale la lista, vas a tener que despejar por varios meses el estacionamiento del polideportivo”. De las manos de Néstor a las del futuro presidente de Boca pasó un papel que contenía una lista de costo millonario. Muchas toneladas de cemento, cientos de bolsas de arena, cantidades industriales de hierro, alambre, clavos de 2 y de 2,5 pulgadas componían la lista de materiales que le había confeccionado el arquitecto Cobas, quien tendría a su cargo el diseño de la obra, que el joven empresario leyó sin inmutarse, asintiendo con la cabeza. “¿Cuándo puedo empezar a mandar? ¿Tienen lugar? Mirá que van a ser varias semanas de descarga de camiones…” le dijo, mirándolo a los ojos a Néstor, que no terminaba de sorprenderse. “Mandale una buena máquina para hacer cemento armado. Tiene que ser de las más grandes” señaló Mario antes de despedirse del joven ingeniero que algunos años más tarde sería presidente del Club Atlético Boca Juniors durante dos mandatos consecutivos, e iniciaría una carrera política que lo llevaría a la presidencia de la Nación.
La llegada de los camiones revolucionó el Polideportivo y a todo Lanús Este. El club debió poner vigilancia las 24 horas y conseguir dos grúas-horquillas Clark para trasladar los materiales durante los trabajos. El dirigente todo terreno Tito Montenegro se mudó una vez más al Polideportivo y volvió a enfundarse su clásico overol para estar presente a toda hora y ocuparse de todos los detalles. Se contrató vigilancia para custodiar la enorme cantidad de materiales que empezaron a agolparse en la vieja playa de estacionamiento. El empresario que habían visitado Néstor Díaz Pérez y Caserta cuando se pusieron en marcha detrás del sueño del estadio de cemento, terminó entregando una parte muy importante de lo que se necesitaba, pero todavía era insuficiente.
En la foto Mario Caserta