por Lisandro Martínez*
Desde que quise participar en la lucha de clases y reuní con otro pibe a otros candidatos para armar una defensa obrera que pasaría a la ofensiva en mi laburo, tuve la suerte que, sin pedírselo, un viejo obrero llamado Roberto Art nos diera una serie de consejos que ayudaron a templarnos como el acero y así Roberto engarzó varias cosas, entre ellas el pensamiento más profundo y que recuerdo pasados más de 60 años dice: “Nunca hay que pedirle por favor a la patronal cuando se reclama un derecho”.
El razonamiento filosófico era muy profundo y provenía de un habitante de un conventillo de los ‘40. Eso nos fortaleció a la hora de iniciar una negociación donde por parte de la patronal venía un abogado que fue de los “comandos civiles” (asaltantes de los sindicatos) cuando cayó Perón y otro ñato, también boga, que les tomaba el examen final a los comisarios de la Federal y nos esperaba en cada reunión exhibiéndonos un libro cuyo título era: ¿Qué es el trotskismo? para amedrentarnos.
A partir de entender los roles establecidos, nunca pensamos en jaraneros o juegos orales o de manos con los representantes de la patronal. Por “la prosapia de arrabal” que mamamos y que expone el gran Catulo Castillo en su “Arrabalera”, nuestra intervención política y gremial nunca fue una improvisación sino producto de
largas reflexiones de la Comisión Interna, donde todos salíamos con sonrisa de dientes de
perros de presa y la diplomacia entendida como que “éramos la representación de una clase social humillada y ofendida” (dixit Roberto Art).Jacobo Timerman, en su diario La Opinión, tituló sobre la lucha de los trabajadores del Jockey Club que “se había producido la rebelión de los sirvientes”. Cuando arreció nuestro plan de lucha en la recta final, un gerente se retiró de una reunión paritaria por una embolia cerebral que a los días fue fatal. Todas las reuniones eran una caldera a punto de reventar.
La acción masiva de los compañeros hizo que sin franeleos, ni concesiones obtuviéramos el 460% de aumento de salarios en las paritarias 1975.
La prosapia de arrabal me la recordó años más tarde Altamira cuando sin ningún titubeo y mojándole la oreja a Richard Handley le dijo: “Que el City Bank vaya a laburar”. Debatimos mucho qué comportamiento adoptar si nos invitaban a participar en “Tiempo Nuevo”de Neustadt y del cancerbero de los archivos de la dictadura Mariano Grondona, y acordamos que si en el transcurso los dos servidores de la gran patronal nos daban la razón o nos sometían a bromas y manoseos, nuestra representación de cara a los trabajadores estaba cuestionada.
Massa a la caza y en el desborde
La imagen fue armada por un sujeto que tiene un fotógrafo “all the time” y escenificó esa “instantánea”. La diputada Bregman sin sacar ninguna conclusión lo cuenta: “Massa va caminando –por el edificio del Congreso- con un fotógrafo al lado que le va sacando fotos mientras él besa a las mujeres”. El tipo está ganado a esa neurosis y se comporta como un obseso que necesita ser el dominador y tener el poder.
La diputada fue sorprendida y el tipo se aprovechó de su indefensión, ya que estaba de espaldas y él como un almibarado galancete del cine de los ‘40, o lo que es más patológico en su comportamiento, cayó en trance besándole a Miriam la cabeza.
Massa es un acosador serial de mujeres, dentro del Congreso de la Nación basta ver las imágenes sorprendiendo (con su fotógrafo) a Victoria Donda en 2016 arrinconada contra una pared del edificio de Diputados; entonces Donda aparece desafiante pero finalmente fue sacada del medio y trasladada como presidenta del Inadi donde todavía permanece.
El tipo desenvuelve con total impunidad todas las maniobras posibles para subordinar a mujeres que aparecen con alguna posibilidad de sobresalir en el ámbito de la Cámara de Diputados. No sorprende que las propias vulneradas se sientan por el contrario halagadas y sí desconcierta que a pesar de que estas movidas son ampliamente públicas, las organizaciones de mujeres no abran una denuncia preventiva que ponga límites al “besuqueiro” acosador, imponiéndole guardar las distancias mínimas y frenando políticamente al sujeto que aparece fuera de control, sin límites y que ha perdido el sentido de la distancia física prudencial, entendiendo que su investidura es un salvoconducto que le permite hacer estropicios, saltar por arriba de las normas y zafarse en el manoseo, sobrepasando las fronteras de lo simpático. Está sobreentendido que cuando se invade el espacio personal el sujeto invadido retrocede y da un paso para volver a poner distancia. Esa invasión del espacio por el acosante es significativa ya que el asediador la produce para elevar la tensión del que padece tal situación, obligándolo a retroceder y que muestre entonces sumisión ante la conducta acosadora.
La intencionalidad última se entiende, es la necesidad de someter políticamente, degradar y encasillar a una mujer de izquierda, a la que -por ahora- Massa quiere ponerle su marca distintiva, entonces la abruma con felicitaciones sobre “su tozudez”, su “bravura”, para volver a posicionarse y cumplir sus fines.
En parte la delimitación se desenvuelve –por ahora- en el mensaje político de Bregman, que aquí -vuelvo al
por ahora- está en las antípodas de la política y de los intereses del cincuentón presidente de la cámara de Diputados, quien pretende ir acercando el bochín en su trabajo de zapa, para finalmente pudrir y presentar a la izquierda como una parte de la misma política de corruptela de los que entregan por “20 monedas” las condiciones sociales de trabajadores, jubilados y desocupados a través del pacto macrista/peronistas en el Congreso.
Reitero, llama la atención y desconcierta, mientras es notorio el avance corporal del “besuqueiro” renovador, que ninguna de las organizaciones feministas, ni el Frente de Izquierda ni el partido de la acosada, haya emitido un solo repudio contra “el arrebatador de besos”.
Tal vez agrade al conjunto de las organizaciones el cachondeo, escuchar los cantos de las sirenas y los halagos de explotadores muy interesados con la evolución de la política colaboracionista que intenta vulgarizar la paridad humana para legitimar, mientras no se compruebe lo contrario, que somos todos iguales pero la política patronal látigo en mano les impondrá rápidamente a los desaprensivos, más temprano que tarde, cuántos pares son tres botas.
(*) De Política Obrera