domingo, 13 de febrero de 2022

Gloria y honor a nuestras amadas y heroicas putas de San Julián


por Omar Dalponte*

Ocurrió en Puerto San Julián, departamento Magallanes, provincia de Santa Cruz, el 17 de febrero de 1922,  en “La Catalana”,  un prostíbulo cuya encargada fue Paulina Rovira, catalana. Cinco mujeres (tal vez algunas mas) trabajaban para ella. Tiempo salvaje, zona de clima bravo. Esas mujeres, aquel día, protagonizaron un episodio que, transcurridos cien años, nos obliga a recordarlas y homenajearlas como lo que fueron; auténticas, valientes y dignas heroínas. 

 En aquella época, los peones agrarios agrupados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos se declararon en huelga  antes de empezar la esquila de las ovejas. Reclamaban cosas elementales: un día de descanso semanal, un lugar limpio y seco donde dormir, velas para alumbrarse y un poco más de galleta. Los dueños de las estancias, grandes terratenientes británicos y argentinos, reclamaron al gobierno de entonces que acabara con la protesta y exigieron su intervención. El presidente Hipólito Yrigoyen, cuyo mandato concluiría a fines de aquel año, envió a la Patagonia a efectivos del Décimo Regimiento de Caballería comandados por el teniente coronel Héctor Benigno Varela, que impuso a ambas partes una negociación. Consiguió un principio de acuerdo y regresó a Buenos Aires

“El acuerdo no fue cumplido por parte de los estancieros y recomenzó la huelga. En noviembre de 1921, el teniente coronel Varela y sus soldados aparecieron de nuevo en la región. Esta vez, a sangre y fuego. Cualquiera que participara en la huelga o la respaldara de alguna forma era fusilado en el acto. La matanza duró casi dos meses. Murieron unas 1.500 personas”. (1)

La campaña del teniente coronel Varela se dio por terminada en febrero de 1922. Gran parte

de los peones sobrevivientes emigraron a Chile o a otros lugares de la Patagonia argentina. En las fincas reinaba el silencio se había impuesto el terror. Los soldados inspiraban un miedo casi absoluto. Como recompensa fueron autorizados a concurrir al prostíbulo del Puerto de San Julián´. El 17 de febrero de 1922, un grupo de soldados a las órdenes de un suboficial acudió al lupanar llamado  “La Catalana” porque lo dirigía la catalana Paulina Rovira.  Sorpresa. Paulina Rovira salió y, dirigiéndose al suboficial, anunció que sus chicas no iban a atender a los soldados. Los milicos entraron por la fuerza.  Las valientes y dignas mujeres los rechazaron y trataron de defenderse  a palos y escobazos.  Según el informe policial, las prostitutas lograron echarlos gritàndoles “asesinos” y “porquerìas”. Las mujeres de La Catalana se atrevieron a enfrentar y rechazar a los feroces criminales del Décimo de Caballería y, por supuesto, fueron detenidas. Se salvaron de haber sido fusiladas. Después de matar a tantos cientos de peones, eso, para semejantes asesinos no hubiese sido  nada. Pero al comisario de San Julián le pareció que ejecutar a las mujeres engrandecería su acto de resistencia. Esperò para luego detenerlas, torturarlas y expulsarlas del lugar

Estas mujeres, además de Paulina Rovira, fueron Consuelo García, de 29 años, argentina, soltera; Ángela Fortunato, de 31 años, argentina, casada; Amalia Rodríguez, de 26 años, argentina, soltera; María Juliache, de 28 años, española, soltera; y Maud Foster, de 31 años, inglesa, soltera.

“El teniente coronel Héctor Benigno Varela murió un año después, el 27 de enero de 1923. Un anarquista alemán, Kurt Wilckens, arrojó una bomba a su paso y después lo remató con cuatro disparos, los mismos que recibían los peones patagónicos. Para proteger de la metralla a una niña de 10 años que pasaba por el lugar, María Antonia Pelazzo. Wilckens se colocó ante ella y sufrió varias heridas. Quedó en el lugar hasta que le detuvo la policía”.

“No fue venganza, yo no vi en Varela al insignificante oficial”, escribió Wilckens desde la cárcel. “No, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal”. Wilckens fue asesinado en la cárcel.”(2)

Cosas de la vida. El Domingo 3 de noviembre de 1968, aquí en Lanús, en una casa quinta de Monte Chingolo, nuestro recordado y querido Yolivan Biglieri, abogado, periodista y dirigente radical, levantó también las banderas del honor y de la hombría enfrentando sable en mano a otro Benigno Varela, esta vez almirante, cómplice de una de las dictaduras despreciables que sufrimos los argentinos. Yolivan, de alguna manera, fue nuestro Wilckens lanusense. 

(1) y  (2) Eric González, diario El País, Cataluña, España

    (*) De Iniciativa Socialista