por Marcelo Calvente
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Tras concluir su breve y fallida primera experiencia en Lanús como DT interino, Cabrero decidió volver a Mendoza y hacerse cargo de la dirección técnica de su entrañable Independiente Rivadavia, que había terminado último en 1982 y buscaba recuperar terreno para poder clasificarse al Torneo Nacional de 1984. Tentado por la oportunidad de asumir por primera vez como cabeza de grupo y atraído por una muy buena propuesta económica, con el apoyo de su familia Ramón inició su largo recorrido como técnico profesional en un club que lo consideraba un ídolo. El ganador de la llave entre el campeón del Apertura y el vencedor del Clausura de la Liga Mendocina se aseguraba una plaza en el Nacional y el perdedor accedía al Regional. Cabrero llegó a la Lepra con el Apertura ya empezado y estuvo a una victoria de entrar a los playoffs, cerrando su participación en la Zona B en la tercera ubicación, por debajo de Godoy Cruz y San Martín, y por encima de Huracán Las Heras y Atlético Argentino. En el Clausura, cuya primera fase se disputó entre julio y septiembre de 1983, Ramón logró darle una identidad de juego a su equipo y nuevamente estuvo muy cerca de ingresar al cuadro de semifinales: ganó tres de los primeros cuatro encuentros (el debut fue 0 a 0 en el clásico frente a Gimnasia y Esgrima), luego se fue desinflando y la derrota en la penúltima jornada en casa del líder, Huracán Las Heras, lo dejó sin posibilidades de entrar a la etapa de eliminación directa. Finalmente, el conjunto de Cabrero terminó tercero a tres puntos de San Martín, con un récord de tres victorias, cinco empates y una derrota, en tanto Gimnasia, su histórico rival, fue campeón de las dos competencias y clasificó al Nacional. Al Regional
terminó clasificando San Martín, que venció a Deportivo Maipú en el duelo de segundos. Aunque no logró el objetivo planteado, Ramón dejó una muy buena imagen en el fútbol mendocino, siendo catalogado por los medios locales como “un técnico trabajador, con ideas claras y una interesante proyección”. Tan es así que tres años más tarde sería contratado por Deportivo Maipú para conducir a su equipo en el recién creado torneo de la Primera B Nacional.Pero en mayo de 1983, mientras Ramón terminaba su corto interinato de tres partidos e inmediatamente iniciaba su carrera de entrenador en Mendoza, se hace cargo del primer equipo Granate el Vasco Iturrieta, quien se puso al frente de un modesto plantel en el que se destacó Jorge Díaz, delantero que había llegado de Español, que marcó 19 goles; con el experimentado zaguero Horacio Rodríguez, de trayectoria en Estudiantes de La Plata, Ríver y Vélez, más el Tano Labonia, Claudio Marasco y la mejor versión de Marcelo Fuentes, Lanús pudo zafar del descenso a la C en las tres últimas fechas, en las que consiguió igual número de victorias, algunas verdaderamente milagrosas, como el 5 a 0 ante Defensores de Belgrano y la victoria por 2 a 1 en cancha de Quilmes en la anteúltima fecha. Iturrieta era un especialista en el tema, conocía el ascenso de punta a punta y trabajaba permanentemente acompañado por un “brujo” cuya función principal era enterrar sapos debajo de los arcos antes de los partidos.
Una vez a salvo del descenso, Iturrieta tuvo la posibilidad de armar un equipo a su gusto para arrancar el torneo de 1984. Hay que reconocerle que hizo traer algunos buenos refuerzos: Schamberger, Demagistris, Mamberto, Héctor Vicente y el uruguayo Gilmar Villagrán, que llegaba de Colonia recomendado por el legendario formador del fútbol juvenil de Lanús de aquellos años, el también coloniense Ricardo Acosta Bonnet. Los buenos resultados logrados hasta la 9ª fecha -6 victorias, 2 reveses y un solo empate- le permitieron permanecer hasta la 13ª fecha, cuando tras cuatro derrotas consecutivas -la más dolorosa en la fecha 11ª por 2 a 0 ante Racing en Arias y Guidi- el Vasco fue despedido de su cargo luego de perder 2 a 0 ante Español en el Bajo Flores.
El choque ante Racing es muy recordado por los hinchas Granates. Lanús lo esperó a estadio lleno, incluyendo el alquiler de dos tribunas tubulares para ampliar las localidades, colocadas a izquierda y derecha de la vieja platea de cemento. Esa tarde asistió una multitud de ambos equipos y fue la única vez que la vieja cancha de madera estuvo totalmente rodeada de tribunas, con sus cuatro lados cubiertos de codo a codo. En un partido muy cerrado, la victoria fue para la visita, era evidente que para recuperar su esencia futbolística y su estilo ofensivo, el Grana necesitaba otra clase de entrenador. Entonces sí, los dirigentes entendieron que había llegado el momento de Ramón Cabrero, que desde principios de 1984 estaba de vuelta en su casa de Lanús, al que el despido de Iturrieta le abrió la puerta para hacerse cargo del equipo. Con la llegada de Ramón, cultor de una filosofía diametralmente opuesta a la de su antecesor, el equipo empezó a mejorar en su juego y logró acercarse al lote de los de arriba, que lideraba el Deportivo Español, a la postre holgado campeón con 12 puntos de ventaja sobre el escolta, Defensores de Belgrano, tal vez el mejor equipo de la historia del Dragón, con Ángel Ronci, Horacio “Banana” Galbán, Jorge Arbelo y Walter Fernández como figuras. Detrás se ubicaban Racing Club, el segundo grande en pisar el ascenso, y la gran sorpresa del torneo, Argentino de Rosario, con Bertolini, Montero y Jansa en el medio y el Colorado Bastía, Walter Trebino y Raúl Herrero en el ataque. El drama de Racing, que a diferencia de San Lorenzo se pasó el año sufriendo para tratar de volver a Primera, le daba al principal torneo de ascenso de 1984 una enorme repercusión en los grandes medios de la época.
Yendo de menor a mayor, lo mejor del equipo de Ramón se vio en el tramo final, donde la parcialidad volvió a acompañar con el marco acorde a los grandes momentos. Y por primera vez desde diciembre de 1976, cuando Lanús se había consagrado campeón venciendo a Almirante Brown en cancha de San Lorenzo, el Grana volvía a ingresar a un octogonal para subir a Primera. Debutó eliminando a Nueva Chicago –victoria en la ida, en cancha de Lanús, por 3 a 1 y empate en cero en Mataderos, partido con graves incidentes entre ambas hinchadas suspendido a los 11’ del segundo tiempo, que terminó de jugarse cuatro días después en Huracán con marcador final 1 a 1- debió enfrentar a Racing, en una increíble definición en la que la AFA, una vez más, perjudicó a la entidad Granate convalidando una insólita situación antirreglamentaria que favoreció a la Academia.
Es necesario recordar que en 1978 Lanús había iniciado el juicio a la AFA tras la polémica definición por penales ante Platense, que en diciembre de 1977 lo mandó a la B, algo que fue noticia, y que como toda noticia pronto pasó al olvido. Por entonces el Almirante Lacoste ya estaba al frente del Ente Autárquico del Mundial 78, en tanto presidía la AFA Alfredo Cantilo, hombre de su confianza cercano al Opus Dei, que en abril de 1979 fue reemplazado por Julio Grondona. Una de las primeras consignas del ferretero de Sarandí fue tratar de que Lanús deje sin efecto la acción legal para que Lacoste pueda asumir como vicepresidente de la FIFA sin esa mácula. Y cuando Lacoste asumió en la FIFA en 1980, la orden de Grondona había sido desoída y la demanda de Lanús seguía en vigencia. Durante los años que siguieron la relación entre el club y la AFA se fue tensando aún más, en tanto el poder de Don Julio se iba consolidando año tras año. Los dirigentes Granates no querían dar el brazo a torcer pero las amenazas dichas en persona por Lacoste a dos altos dirigentes del club no eran para ignorar. En 1984 los abogados González y Chebel habían dejado de activar la causa pero se negaban a retirar la acción judicial. Todos los arbitrajes expresaban el malestar de la AFA contra el club, aunque ninguno debió hacer tanto como Emilio Misic para poder cumplir con la orden de arriba de que de ninguna manera el Grana podía lograr el ascenso.
Foto: En cancha de Lanús, José Perassi y Miguel Brindisi, capitanes de Lanús y Racing.