sábado, 29 de enero de 2022

Memoria Granate: Crónica de otro bochorno para la historia

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

De la mano de Ramón Cabrero, quien se hizo cargo del equipo a partir de la 14ª fecha del torneo de Primera B de 1984, Lanús fue de menor a mayor y encontró su mejor rendimiento en el tramo final; invicto en las últimas 6 jornadas con cuatro victorias y dos empates, sumó 49 puntos ocupó el segundo lugar de la Zona B, detrás de Defensores de Belgrano, y se clasificó para el torneo reducido por el segundo ascenso. Después de eliminar a Nueva Chicago en el primer cruce, el rival a vencer fue el Racing Club, que lo había vencido de visitante y de local durante el campeonato. La cuestión empezó en Liniers el sábado 8 de diciembre, donde Racing hizo de local. El equipo dirigido por Agustín Mario Cejas superó a Lanús por 2 a 1 en un partido con pocas emociones. La revancha fue el miércoles 12 de diciembre por la noche en cancha de Independiente, donde el Grana fue local, integrado por Perassi; Vattimos, Demagistris, Schamberger y Ramírez; Attadía, Mamberto y Vicente; Nigretti, Lebioso y Villagrán.

   A los 7 minutos de juego, Emilio Misic cobró una mano de Schamberger en el área, que en la rudimentaria imagen televisiva de entonces no se advierte. Pensemos que la mano la cobró por intuición, ya que no puede haber visto lo que no sucedió. Pero por la reacción del equipo perjudicado tanto como por la cara de los jugadores del equipo beneficiado, un árbitro de ese nivel no puede no darse cuenta que se equivocó. En la ejecución, que Perassi le contuvo a Caldeiro, Misic tuvo la chance de ser justo, pero no lo hizo. La atajada de Perassi

le permitía reparar su error. Sin embargo, inmediatamente cobró invasión leve y pasiva de el mismo Schamberger, una falta menor que tampoco se advierte en las imágenes y que normalmente, sobre todo en partidos de tanta importancia, por entonces los jueces nunca sancionaban. Esta decisión, sumada a la otra, condena a Misic y enciende la ira de una tribuna que pronto iba a explotar. Porque después del gol de Caldeiro, anotado en la segunda ejecución, el Grana se va en busca del arco rival mientras su hinchada se dedica a insultar al referí. Con los ánimos lejos de calmarse, poco antes del final de la etapa empiezan a llover piedras. Misic da por terminado el primer tiempo y su altanera salida de la cancha enardece aún más a los hinchas Granates.

  Cuesta encontrar en la historia del fútbol argentino una represión de semejante brutalidad como la que se desató en el entretiempo en las gradas  bajo la visera de la popular local de la vieja cancha de Independiente. La Policía Bonaerense extrañaba la violencia que había aplicado impunemente hasta 1982 y se sacó las ganas. Entraron a los palazos, con gases, con perros, no les importó que hubiera mujeres, ancianos y niños. Misic había ido demasiado lejos; pudo haber sido una tragedia. Un árbitro asistente recibió un proyectil, el juez decidió que no había garantías y suspendió el partido con 45 minutos por jugar.

   “¡Parece mentira, pero en Argentina las tanquetas han llegado al fútbol…!” dijo Víctor Hugo Morales ocho días después, en la tarde del jueves 20 de diciembre de 1984, cuando abrió la transmisión en Atlanta y dos vehículos de guerra nunca vistos dentro de una cancha encerraban a los espectadores de la tribuna que daba a Corrientes, donde estaba el poco público que acompañó a Lanús. El partido prosiguió dividido en dos tiempos, uno de 22 y el otro de 23 minutos. Con el resultado parcial adverso y apretado por el reloj, Lanús sale a todo o nada en busca de la victoria. A los 16 minutos, Nigretti anotó para poner el empate en uno. El más que merecido segundo gol se hizo esperar más de la cuenta: recién a los 12’ del mini complemento, Villagrán convierte, y con once minutos por jugar más el descuento, pone la igualdad en el global y deja al equipo a un gol del pase a la final, ya que la Academia, que en el torneo había sumado dos puntos más, tenía ventaja deportiva.

   Silencio en el estadio, sólo algunos estoicos granates que en un día de semana por la tarde a pleno sol, esquivando piquetes policiales durante todo el trayecto, habían llegado hasta Villa Crespo con dos goles abajo y en clara minoría respecto del público de Racing, ahora alentaban al equipo que estaba a un paso de marcar el tercero. Con todo lo hecho en su  conciencia, advertido mejor que nadie que Racing no podía aguantar la pelota y que como un boxeador sentido descubre el mentón y se expone al KO, Emilio Misic se desespera por lo que ve venir y que él debe evitar a toda costa. Entonces toma la decisión que lo hundirá para siempre en la deshonra pública: el mismo árbitro que había perjudicado descaradamente a Lanús en Avellaneda, de manera inesperada pita el final antes de que se cumpla el tiempo reglamentario y sin marcar el adicional.

   Cuando sonó el silbato iban 42 minutos de juego. Cabrero salió disparado de manera inmediata a increpar al juez mostrándole el reloj. El entrenador de Racing, Mario Cejas, que obviamente también tenía los ojos clavados en el cronómetro, rápido de reflejos corrió hacia el medio de la cancha y les indicó a sus hombres que arrojen las camisetas a su tribuna, la lateral que daba a los terrenos del ferrocarril. Advertido de la maniobra antirreglamentaria y visiblemente indignado, Ramón Cabrero le señala la irregularidad a Misic, quien sobrepasado por los acontecimientos que él mismo había desencadenado, después de varias dilaciones reconoce su “error involuntario” e indica la prosecución del partido, a lo que Cejas, con su mejor cara de inocente, se disculpa alegando que no disponía de un segundo juego de camisetas. El final estaba cantado: fue el día después en la sede de la Asociación del Fútbol Argentino y de la forma más previsible, condenando una vez más a Lanús de manera injusta y arbitraria.

   El elenco del tramposo Agustín Mario Cejas iba a ser apabullado en la final por Gimnasia, que lo goleará en ambos cotejos y ascenderá a la “A”, postergando a la Academia a militar otro año en  la B. Que eso haya sucedido demuestra que la AFA no hizo nada por evitarlo. Es decir, que el silbato ejecutor de Emilio Misic no tenía por objeto favorecer al club grande -que caía sin remedio en el desgobierno y la convocatoria de acreedores- para devolverlo a primera, sino impedir que el siempre molesto Lanús, que no quería dar por terminado el juicio a la AFA, lo elimine y tenga la chance de ascender. ¿De qué manera un árbitro que pitó todo en contra de un equipo puede convencer a alguien diciendo que fue un error? Y si hubiese sido un error, el mismo se produjo por la desesperación de quien no puede permitir que suceda lo que estaba a punto de ocurrir. Cuando Racing alegó no disponer de ropa para proseguir, Misic suspendió el partido quedando por jugar tres minutos más el tiempo que correspondía adicionar. Ahora la pelota la tenía la AFA. Y como siempre que eso ocurrió, el perjudicado fue el club Lanús: el tribunal de disciplina decidió dar por terminado el partido en un flagrante incumplimiento del reglamento, penando al equipo que tenía su vestimenta y beneficiando al que no disponía de un segundo juego de ropa, exigencia reglamentaria para proseguir el partido, que Racing estaba incumpliendo. Demasiado para ser casualidad. Alguien dio las dos órdenes: por un lado hizo sacar el segundo juego de ropa del vestuario de Racing, y por el otro instó a los jugadores a arrojar sus camisetas. O es más rápido que la luz, o hubo alguien más importante que él, que también dio dos órdenes: una a Misic, para que lo termine, y la otra al intrépido Juan Destéfano, el hombre de acción del entonces presidente de Racing, Enrique Taddeo, para que se ocupe de todo lo demás. Claro que siempre es más sencillo creer que todo fue casualidad.

   Supongamos que sea verdad que no tenían otro juego de ropa, algo descabellado para el fútbol rentado; la AFA no castigó la carencia de equipamiento que exige la regla Nº 4 del Reglamento del Fútbol, lo que equivale a la pérdida del partido. Misic lo dio por terminado y la AFA, cuyo Tribunal de Disciplina lo castigó por sus “errores” con una suspensión por seis meses, convalidó el resultado final perjudicando al que hizo todo para ganar contra viento, marea y Misic, y le dio el pase a la final al equipo infractor. No hay defensa posible para el árbitro, menos aún para la AFA, reincidente por enésima vez, siempre fallando en contra de Lanús.

   Para comprender mejor el marco político en el que esto ocurría es necesario volver por un instante a agosto de 1976. En un extraño atentado que ninguna agrupación guerrillera asumió, había sido asesinado el general Omar Actis, hasta entonces presidente del EAM 78, quien disputaba la conducción del organismo creado por la Junta Militar para llevar a cabo el Mundial 78 con el almirante Emilio Massera, quien inmediatamente después del asesinato de Actis, que él habría ordenado, designó a su par Carlos Alberto Lacoste, a quien puso a cargo del ente autárquico, pese a que el ejército había nombrado como sucesor de Actis al general Antonio Merlo, quien ante el peligroso panorama prefirió no interferir y mirar para otro lado. Si como ocurrió en cada golpe de estado anterior la AFA no fue intervenida fue sencillamente porque ya estaba a sus órdenes. Por entonces el EAM 78 era la verdadera entidad madre del fútbol argentino y la Copa del Mundo disputada en junio de 1978 con el nítido respaldo del presidente de la FIFA, el ambicioso proyecto de la dictadura para sostenerse en el poder.

   Según el periodista Pablo Llonto en su libro “La vergüenza de todos”, Joao Havelange había comprometido ese apoyo a cambio de la vida del hijo de un diplomático brasileño, el joven y su novia habían caído en las garras del ejército. Todo indica que Lacoste cumplió, ya que Havelange lo premió con la vicepresidencia de la Confederación Sudamericana de Fútbol en lugar de Santiago Leyden, y poco tiempo después, el 7 de julio de 1980 le otorgó la vicepresidencia de la FIFA, según describe el periodista Gustavo Veiga, en su extraordinaria nota editorial del diario Página 12 del 27 de junio de 2004, titulada “La cara siniestra del fútbol”. Controlando todo desde el EAM 78, el almirante Lacoste designó al sucesor de su amigo Alfredo Cantilo al frente de la AFA: Julio Grondona, experto dirigente de Independiente y fundador del entonces humilde club Arsenal de Sarandí, quien asumiría el 6 de abril del 79. La estrella de Lacoste se apagó en 1982 al ser denunciado por Juan Alemann, quien lo acusó por enriquecimiento ilícito por los gastos desmedidos en la organización del Mundial. Poco después, al naufragar el proyecto político de Massera, el pícaro ferretero se quedaba con todo el control del fútbol patrio y pronto, gracias al fiel Havelange, Julio Grondona se convertiría también en vicepresidente de la FIFA.

  En diciembre de 1984, mientras los jugadores de Racing tiran impunemente sus camisetas a la tribuna, Julio Grondona ya era amo y señor de la Asociación del Fútbol Argentino y continuó al frente de la AFA hasta su muerte, en 2014. Es por eso que insistimos: con el juicio iniciado en 1978 Lanús le había declarado la guerra a la AFA, una guerra que de ninguna manera podía ganar, porque se enfrentaba a un monstruo grande, que aunque ya sin el gobierno militar detrás, seguía pisando fuerte desde la legalidad institucional, con Don Julio manejando todo a su antojo, inclusive arbitrajes y resultados. El accionar de Emilio Misic, tanto como el de los árbitros ingleses que mandaron al descenso  a Lanús en el 49, como el de Jorge Álvarez, dando un tiempo adicional de más de 20 minutos en 1966 ante el mismo rival, como el de Jorge Barreiro en el 77 en la definición por tiros del punto del penal ante Platense, significó otro más de los duros obstáculos que el club Lanús debió ir superando a lo largo de toda su existencia. Varias pérdidas de categorías y tres años jugando en la “C” demuestran lo mucho que fue perjudicado por los fallos de la Asociación del Fútbol Argentino, desde la creación del profesionalismo hasta la fecha.

   Esa misma noche, pocas horas después de consumado el descarado despojo, retumbaron las palabras del hombre fuerte de la AFA, que ya no puede defenderse, en los oídos de uno de los principales dirigentes del club del sur, quien lo llamó para pedirle explicaciones: En un rapto infrecuente de sinceridad aleccionadora, Grondona respondió: “Ustedes no quieren entender que mientras sigan adelante con el juicio, en la puta vida van a volver a Primera…”.   

  En la foto: Lanús 1984. Parados, de izquierda a derecha Perassi, Juan José Sánchez, Vattimos, Demagistris y Sicher; hincados: Cristaldo , Attadía, Labonia, Vicente, Villagrán y Schamberger.