por Silvia Viviana Tamola*
Hacía cosa de un año que yo había visitado el Hospital Evita de Lanús. En aquel momento, el edificio tenía todo el aspecto de ser un hospital, la institución de cuidado de la salud que los vecinos y profesionales conocemos de años y años. Lo que narraré sucedió el 16 de diciembre de 2021, día que concurrí otra vez y creí haberme equivocado de edificio o estar dentro de una pesadilla. Aquello parecía más bien un estadio de fútbol. Desde varias cuadras antes se escuchaba, como en un boliche bailable: -¡Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego! ¡Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego! -era la la voz de Rodrigo: -Y todo el pueblo cantó: Maradó, Maradó, la 12 fue quien coreó Maradó, Maradó... Su sueño tenía una estrella, llena de gol y gambetas.
Como médica de años que soy, jubilada reciente y desconcertada, pregunté qué estaba pasando, entonces alguien me mostró la invitación a la inauguración del helipuerto Diego Maradona. Allí figuraban los invitados: Autoridades del Ministerio de Salud, directores de otros hospitales, jefes de servicio y personal de Salud en general.
Las paredes del hospital se habían vuelto inverosímiles para una institución de salud: El festejo avanzaba a todo ritmo y pude ver, en simultáneo, una escena que, no por frecuente, deja de tocar el corazón de cualquiera: Una familia se abrazaba llorando, seguramente al
recibir malas noticias sobre un ser querido. El pensamiento me llevó a la cantidad de pacientes internados, a las madres que pasan días sin dormir acompañando a sus hijos en las salas, las cirugías de esa jornada, los esposos a la espera del estudio urgente de sus mujeres, los hijos e hijas que se angustian por sus padres ancianos, los fracturados, los pacientes covid y tanta, tanta gente que acude a los servicios del hospital confiando en el prestigio bien ganado del Evita.¿Qué estarían sintiendo todas esas personas mientras la música seguía a todo volumen?
“En una villa nació, y fue deseo de Dios,
crecer y sobrevivir a la humilde expresión,
enfrentar la adversidad con afán de ganarse a cada paso la vida”.
Y claro que “el Diego” nació en una Villa, la Fiorito, y más precisamente en el mismísimo hospital que “lo homenajeaba” de este modo inconcebible.
Sin salir de mi sorpresa entré al hall central y ¿qué encontré? Una réplica de la Copa del Mundo FIFA 1986 bañada en oro.
¿Será que un paciente dolorido llega con su familiar y, al ver la copa, disminuyen los síntomas, se alivia el dolor, aflojan los nervios?
Mi pensamiento se fue a los recuerdos de la estudiante de medicina que fui. Aquellos tiempos cuando elegíamos los mejores hospitales para cursar materias y ahí estaba el Evita entre los más destacados por los profesores prestigiosos, reconocidos, referentes en el ámbito científico, por la formación de excelencia que recibiríamos allí. Pensé en el Padre de la Salud Pública doctor Ramón Carrillo, en René Favaloro, en tantos otros que nos hablaban y nos siguen hablando del respeto que merece el paciente. Y la música seguía:
“A poco que debutó, Maradó, Maradó,
La 12 fue quien coreó Maradó, Maradó
Su sueño tenía una estrella
llena de gol y gambeta.”
Sin desmerecer ni un poco la figura “del Diego”, no pude olvidar que mi generación tuvo la suerte de tener maestros que fueron ejemplo, que nos inculcaron con palabras y con hechos la conciencia de que el paciente es una persona, tan importante como su dolencia. Calidad moral y transparencia ejemplar, seres humanos antes que médicos: así fueron nuestros maestros. Ellos, estoy segura, no hubieran permitido ni tolerado semejante atropello a las personas que sufren a metros del festejo a todo ruido y color.
Me disculpo si, con estas consideraciones, hiero a alguien que no coincida conmigo. ¿Será que estoy vieja o que tengo conciencia todavía? Pienso en los médicos jóvenes que se están formando: ¿será que no se les ofrecen buenos ejemplos para la profesión y para la vida?
“Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón”.
¿Será que todo es igual, nada es mejor? ¿Será que el cambalache de Discépolo llegó al Evita y se instaló descaradamente?
Cómo es que, además, conociendo las carencias del hospital -la falta de mantenimiento, la falta de insumos- los organizadores y los invitados se prestan a este tipo de gastos en festejos. ¿No sienten vergüenza al ser parte de este “circo”? (con perdón de los circos que merecen el mayor de los respetos). ¿Será que el prestigioso Hospital Evita entró en una decadencia que ni se preocupa en ocultar?
“Dale nomás
dale que va.”
Seguro es que queda mal decirlo, si bien el hospital podrá sentir orgullo porque en él nació Diego Maradona, lo verdaderamente valioso es que el propio Maradona, su familia y todos los argentinos nos sintamos orgullosos porque, desde Villa Fiorito, el ídolo pudo nacer en un hospital público de excelencia. ¿Lo seguirá siendo?
(*) Especialista en Hemoterapia y Medicina Transfusional. “Jubilada como médica, nunca como ser humano”.