por Lisandro Martínez*
Los “progre” de la intelectualidad avalan la descomposición social y toman: “Que el mundo fue y será una porquería. En el 510 y en el 2000 también”, confesando así, que la descomposición los quebró y prefieren estar “en el mismo lodo todos manoseados”.
Es volver al existencialismo de Kierkegaard, Nietzsche o Sartre, quien lo volvió a presentar en el siglo XX justo cuando el levantamiento estudiantil en Francia le voló la peluca al statu quo mundial y se expandió desde Europa hasta el fin del mundo, donde el Cordobazo obrero volteó a un asno anticomunista, Onganía, que venía a quedarse 20 años de la mano de EEUU.
Quienes tienen quebrada su voluntad personal y consultan a su ombligo sin intervenir para cambiar la realidad, tañen una vieja sonatina sin salida. Los progres del pasado son un lastre que aceptan el soborno y el retroceso al planeta de los simios sin pestañar. En este cuadro todo les da igual (“es lo mismo ser derecho que traidor”), revolucionario o bailar al son de los organilleros Cris o Mauri.
Para estos “muertos vivos”, “zombis” o “castrati”, da igual enfrentar la descomposición de un régimen putrefacto o ser millonario explotando a sus semejantes. Miden “la cosa” por el éxito personal, eventual y de temporada pero no se permiten analizar consecuencias ni a futuro ni en lo inmediato. Por lo tanto el poder político les refriega en la “caripela” la boñiga del retroceso social, sin que opinen.
La naturalización de la barbarie de Larreta y Kicillof
Los presupuestos 2022 de Larreta y de Kicillof se aprobaron en diciembre en las legislaturas de CABA y PBA y pintan las dos aldeas y, como dice el dicho, pintan el mundo que proponen,