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domingo, 5 de diciembre de 2021

Memoria Granate: 1981: La tercera fue la vencida


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Aquella tarde gris del 12 de septiembre de 1981 está guardada en la memoria de los granates más fervorosos como una jornada histórica por varios motivos. El viejo y respetado Lanús jugaba por tercer año consecutivo en la C y recibía a otro grande del fútbol rentado. Nunca, desde la creación de la categoría, habían participado dos entidades con la historia de Lanús y Chacarita, que pelearon cabeza a cabeza un torneo que otorgaba dos ascensos; en su tercer intento en esa divisional, Lanús era dirigido por Juan Manuel Guerra, un DT experimentado que había llegado a mediados del 80 con una premisa: recurrir a la cantera del club, y esos pibes eran Rubén Darío Gómez, Juan José Sánchez, Lito Beltrán, Néstor Sicher, Humberto Vattimos, Héctor Romero, Horacio Attadía, Juan Crespín, Claudio Nigretti, Ramón Enrique y el mejor de todos, el Negro Héctor Enrique. Guerra contaba además con la experiencia del arquero proveniente de Boca, José Felipe Perassi; la permanencia del histórico capitán Pino Lodico y los retornos de Norberto D’Angelo y Juan Carlos Nani. Chacarita también había sufrido dos descensos consecutivos, a la B en 1979 y a la C en 1980, buscaba obtener alguno de los dos ascensos apostando a la categoría de cuatro jóvenes promesas: Ingrao, Abramovich, Ezequiel Borrelli y el Potro Echaniz, con un plantel con experiencia en el

ascenso. Peleando mano a mano por la punta desde el inicio del torneo, habían empatado en cero en San Martín por la séptima fecha y volvían a enfrentarse a diez jornadas del final, ya perfilados para definir cuál de los dos clubes sería el campeón y cuál se conformaría con el segundo ascenso, que lograron aventajando por 12 y 10 puntos respectivamente a San Telmo, que salió tercero.

    En la semana previa al relevante encuentro a disputarse en el sur, gente amiga de AFA le avisó a Néstor Díaz Pérez (foto) que iba a recibir una inspección para observar el estado de conservación de las tribunas del estadio, ya que se esperaba mucha asistencia de público. La importancia del choque se empezaba a jugar fuera de la cancha. Díaz Pérez sabía que los tablones estaban en muy mal estado y que los inspectores no le iban a habilitar la cancha. Y los dirigentes de Chacarita también lo sabían porque en su cancha padecían el mismo deterioro y por eso habían recurrido a la AFA para tratar de sacar a Lanús de su reducto. Después de evaluar la situación, descontando que dinero para hacer la obra no había, Díaz Pérez tuvo otra de sus ocurrencias: llamó a su amigo Jorge Costilla -dueño del aserradero Sol Maderas- y le solicitó un gran favor: el envío de dos camiones cargados de tablones, que ingresaron al sector de tribuna con los operarios del club listos para empezar a descargar, cosa que estaban simulando hacer cuando llegó la anunciada inspección. Al ver semejante movimiento, el inspector de AFA compró la escena y sin dudarlo dio el visto bueno para que se dispute el partido en Arias y Guidi. Una vez que se retiró el inspector, los operarios volvieron a subir los tablones a los camiones y la carga completa retornó al depósito de Sol Maderas, tal como Néstor le había prometido a su propietario.

    En aquella inolvidable jornada 28ª del torneo de Primera C de 1981, la vieja cancha volvió a mostrar el colorido de otros tiempos y por suerte, la estructura aguantó y no ocurrió más que la rotura de algunos tablones sin mayores consecuencias. Seguramente haya sido el partido con mayor asistencia de la historia de la divisional y dejó en boleterías una recaudación diez veces mayor a las habituales de la C: casi 70.000.000 de pesos, suma superior a la mayoría de las recaudaciones de Primera de aquel fin de semana. Era un dinero muy importante que ambas entidades necesitaban como el agua para afrontar las deudas que los habían llevado hasta allí. El partido comenzó y las cosas parecían ir de la mejor manera para todos, menos para Néstor Díaz Pérez, a quien le acababan de comunicar la llegada de un Oficial de Justicia por una deuda previsional. El funcionario venía a embargar la recaudación y anunciaba que iba a permanecer en las boleterías desde su apertura hasta la finalización de la jornada para controlar que todo se hiciera a derecho.

   No menos de cuatro veces Díaz Pérez intentó interceder ante el hombre. Le rogó que no procediera de esa manera, que tenía cheques dados en base a esa recaudación muy esperada, que se quedara tranquilo que en la próxima semana el club iba a pagar lo adeudado a la Caja de Previsión. No había caso. Néstor iba y venía, hablaba con uno y con otro, y se agarraba la cabeza pensando en las cuentas corrientes que le iban a cerrar al club. A poco del final del partido se presentó, abatido, al lugar donde el implacable funcionario cumplía con su deber. Poco después también llegó el presidente de Chacarita, Mario Dalmiro Espósito, que al ingresar al recinto donde ya terminaban de contar el dinero -las viejas boleterías sobre la calle Arias- se anotició de la medida tomada contra Lanús, que por suerte para él no alcanzaba al porcentaje que le tocaba a Chaca. Las cinco personas presentes observaban en silencio, los cajeros apilaban el dinero ante la mirada del funcionario judicial. Todo parecía estar bajo su control.

   De pronto, una patada violenta y certera arrancó la precaria puerta de chapa. Dos jóvenes de gran porte, con la cara cubierta con pañuelos y gorras metidas hasta las orejas se adueñan de la situación. “¡Esto es un asalto!”, gritó el que entró primero, y apartando violentamente dos sillas que estaban a su paso ocupó el rincón más lejano a los presentes para dominarlos a distancia, sin perder de vista los billetes. “¡Todos al piso, cabeza abajo!”, ordenó el otro mastodonte con voz autoritaria. Ambos tienen una de sus manos dentro del saco y parecen a punto de sacar un arma de la sobaquera. En un acto heroico que sorprende a todos, Néstor Díaz Pérez da un paso adelante y levanta la voz para llamarles la atención: “¡Tengan mucho cuidado con lo que hacen que el señor viene en nombre de la Justicia, eh!”, y por respuesta recibe un furibundo cachetazo.  “¡Todos al piso, carajo, si no quieren que los caguemos a tiros!”. Asustado   y sorprendido, Díaz Pérez cae encima del diminuto Oficial de Justicia y aparatosamente lo cubre con su cuerpo. “¡No tiren, no tiren, está todo asegurado!”, grita, mientras empuja al sorprendido inspector bajo la  mesa. El resto lo imita. El funcionario no alcanza a ver lo que sucede, pero  intuye que los intrusos están poniendo la totalidad del dinero en los  bolsos que habían traído para tal efecto, y se hacen humo en menos de un  minuto. Después de un silencio tenso y prolongado, la empleada de la boletería del club sufre un ataque de nervios y sale corriendo. De a poco, mientras todos se van incorporando, un lamento silencioso y dolido empieza a surgir desde abajo de la mesa. Es Mario Espósito, considerado el mejor dirigente de la historia del Funebrero: “Los de la barra me matan, ésta misma noche me matan… ¿Cómo les explico? ¡No me van a creer! Me matan esta noche…”.

   De a poco, las cosas se fueron calmando. A nadie le faltaba dinero ni ningún efecto personal, el objetivo de los malhechores había sido exclusivamente la recaudación, que se llevaron completa. Al momento del asalto, el operativo policial -que no había contemplado la posibilidad del golpe comando- estaba abocado a la salida de las dos hinchadas. El Oficial de Justicia no dijo ni una palabra; labró un acta sobre lo sucedido, tomó su maletín y se retiró ofuscado, sin saludar a nadie. Enseguida el presidente de Chaca sufrió una descompensación, y alguien salió en busca de la ambulancia. El hombre parecía a punto de sufrir un infarto. “Vos así no podes ir a hacer la denuncia, estás muy nervioso. Vamos a la sede, tomemos un vaso de agua, y cuando te sientas mejor yo mismo lo llamo al comisario para que nos venga a tomar la declaración en el club”, le dijo el dirigente de Lanús a su par del Funebrero cuando ya todo había terminado y era hora de volver a casa con los bolsillos vacíos.

    Una hora y media después, en la sala de reuniones de la sede de 9 de Julio, inquietando a Espósito y a varios de los presentes, irrumpieron los asaltantes. Esta vez actuando con gesto amigable, depositaron cuidadosamente los bolsos con el dinero sobre la mesa, y luego salieron de escena dando un paso atrás. Néstor Díaz Pérez se puso de pie, hasta quedar frente a frente con el atribulado titular de Chacarita. “Mario, fuimos nosotros”, le dijo y con una sonrisa agregó: “Te presento a José Villamil, el mejor productor de seguros de Lanús y un gran dirigente del Club, y este otro es el Negro Bouzas, un amigazo, en su familia son todos Granates de alma. Éste es el hijo de puta que me pegó el sopapo”. Bouzas ensayó un gesto ambiguo, Néstor insistió, tocándose la mandíbula: “Te dije, animal, te dije que pegues despacio”. Después de un silencio breve, se volvió a dirigir a Espósito, a quien conocía de la AFA: “Disculpame que no te dije nada, Mario, pero tuvimos que hacerlo así. Para contártelo tenía que esperar que todo terminara bien y los muchachos aparecieran sanos y salvos. Por un momento pensé que te me quedabas. Quedate tranquilo que ya mismo te damos la parte de ustedes”. Mario Espósito, que de a poco fue recuperando el color, después de cobrar hasta el último peso que le correspondía se despidió de todos con un abrazo y bajó las escaleras de la sede diciendo: “¡No lo puedo creer, cómo no me di cuenta que habían sido ustedes!” y ya desde su automóvil, el presidente de Chaca -que fallecería de un ataque al corazón dos años después, mientras seguía al frente de la institución- saludó a viva voz a sus pares granates: “¡Qué hijos de puta! ¡Qué buena idea! ¡¿Cómo nunca se me ocurrió a mí?!”.