por Marcelo Calvente
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El pronto regreso a la “B”, sufrido en la primera definición por penales de la historia de la máxima categoría, fue un golpe duro al corazón del hincha de Lanús que en 1978 ya no era el mismo. Este hincha sufrido por las derrotas y el permanente acoso de la AFA poco tenía que ver con aquel que llenó todos los estadios donde jugaron Los Globetrotters, con los que vieron a Los Albañiles y festejaron la doble pisada de De Mario a Rattín en el glorioso retorno a Primera de 1965. Carga con igual desencanto, pero ya no tiene de aquellos la esperanza de un porvenir mejor. Ve con dolor que su club se desmorona y que sus hijos se hacen hinchas de otros cuadros. Las finanzas y la tesorería del club reflejaban el daño sufrido por el despilfarro, la inoperancia dirigencial y el imperdonable accionar de
Silvero. Las deudas superaban ampliamente la nula capacidad de pago. La bancarrota sobrevolaba al club Lanús como un buitre a su presa.
La crisis institucional desembocó en una asamblea muy agitada llevada a cabo en el mes de mayo de 1978, donde hubo cortes de luz y aprietes varios. La sede era un polvorín a punto de explotar. Por un lado, los matones armados de Leiras, por el otro los socios de toda
la vida, que con enorme valentía habían tomado la decisión de poner punto final al desquicio que se estaba llevando puesto al club. Un oportuno corte de luz intencional puso freno a una inminente batalla campal de consecuencias imprevisibles y un allegado anónimo con muchas influencias advirtió la gravedad de la situación e hizo un llamado desesperado. En tiempo record tropas del Ejército se hicieron presentes, ocuparon la sede de la avenida 9 de Julio, desalojaron a los muchos matones armados que acompañaban a Leiras y les permitieron a los socios decidir el destino del club. Cuentan algunos dirigentes que al abrir la caja fuerte de la tesorería del club encontraron una pila de chequeras de cuentas cerradas, con cheques en blanco firmados por el presidente y su tesorero. En ese contexto, en una nueva asamblea llevada a cabo el 3 de septiembre de 1978 con 1.600 votantes habilitados, se oficializó la nueva comisión encabezada por Yoliván Biglieri. Una decisión muy cuestionada, porque Biglieri había sido el revisor de cuentas de la Comisión Directiva que lideraba Leiras y era evidente, dado las deudas no contabilizadas que aparecían día a día, que las cosas no estaban nada claras.No muchos toman nota de que Lanús afrontó el torneo de primera “B” de 1978 en ese contexto adverso. Las figuras que había traído Silvero huían llevándose lo que encontraban a su paso. Los jóvenes dirigentes Quique Laudizzi, Daniel Ganza y Néstor Díaz Pérez iniciaron un tortuoso recorrido por los domicilios de los muchos futbolistas que reclamaban el pago de sus haberes adeudados. Sucedían cosas raras, situaciones inimaginables. Mientras el consagrado Ramón Aguirre Suárez da por terminada una audiencia conciliatoria, y asombrado por la situación del club que los dirigentes granates le acababan de exponer, dice “señores, paguen los sueldos que me adeudan como puedan y no me deben nada más. No voy a ser yo el que le haga daño al club Lanús”. Cuenta Díaz Pérez que en el momento en que abandonaban la reunión, el tucumano estaba a punto de agarrarse a trompadas con sus propios abogados, que insistían vehementemente en reclamar un monto resarcitorio impagable para la economía del club.
Y mientras cosas así ocurrían, también sucedían otras muy distintas: el consagrado Carlos Pachamé se llevó las instalaciones del viejo galpón que estaba ubicado cerca del codo de Italia Chica, a la famélica sombra de una de las cuatro enormes torres de hierro abulonado que había comprado Leiras para instalar la iluminación, esas que nunca tuvieron ni una mínima bombita instalada. El buffet en cuestión había sido construido en 1938 en el mismo predio donde Lanús juega desde 1929 hasta hoy. Allí concurrían unos doscientos socios vitalicios, a razón de una veintena por día, que recordaban los goles de Arrieta o el juego de León Strembel mientras jugaban a las bochas, estiraban una partida de chinchón y se tomaban un té o una copita sin permiso del doctor. No hace mucho tiempo, en diálogo con un ex dirigente, Pachamé se defendió diciendo que no fue un embargo, que el galpón ya estaba desarmado y que el presidente se lo dio como parte de pago.
El quebranto económico que había precipitado el final del mandato de Francisco Leiras tuvo su correlato con otra pésima campaña en la B en 1978. En el año en que la Selección Argentina ganaba su primera Copa del Mundo, Lanús atravesaba su peor momento político y económico. El nuevo presidente, el periodista, abogado y legislador radical Yoliván Biglieri, había sido protagonista del último duelo que se libró en el país, el 3 de noviembre de 1968 en Monte Chingolo, en la quinta de otro ex presidente Granate, Enrique Ballaratti, donde se batió con el almirante Benigno Varela, quien como titular de la Marina había declarado su lealtad al presidente Arturo Illia, para poco después formar parte de la Junta Militar que lo derrocó. En su periódico “La Autonomía”, de la ciudad de Lanús, Biglieri había llamado traidor al militar, quien lo retó a duelo de sable de esgrima con empuñadura. Diez años después de aquel singular acontecimiento que terminó sin decisión debido a las varias heridas sufridas por ambos duelistas, Yoliván Biglieri, alcanzaba la presidencia del club Lanús. Quien se encargó de negociar la deuda con el Banco Quilmes y con el Banco Internacional de la firma Sasetru fue Néstor Díaz Pérez. En el primero de los casos, consiguió la lista de clientes de la sucursal Lanús del Banco Quilmes y fue visitando uno por uno a los que eran socios o simpatizantes del club para pedirles que le exigieran a la entidad bancaria que arregle la deuda con la institución Granate. Fue tan intenso el reclamo que fue llamado por el presidente del Banco Quilmes, don Pedro Fiorito en persona, quien luego de conversar sobre el tema con Díaz Pérez ordenó una renegociación con condiciones especiales para con el club Lanús.
El acuerdo con el Banco Internacional parecía más difícil: el contador que estaba a cargo de la negociación por parte de la firma solía decirle a Díaz Pérez: “Ustedes no van a poder con nosotros, somos parte de una gran empresa. Ustedes son un club chico y si no pagan lo que nos deben, tarde o temprano los vamos a hacer a desaparecer”. Los acreedores estaban interesados en quedarse con la sede social de la avenida 9 de julio y presionaban para obtenerla a cambio de la deuda. Por esos tiempos, en todas las despensas de Lanús se lucía un afiche con la leyenda: “Sra. ama de casa, si usted quiere al club Lanús, no compre estos productos de Sasetru” con la foto y el nombre de cada uno de esos artículos elaborados por la firma. Ante las nuevas autoridades recientemente elegidas, Sasetru ofreció una alternativa de cumplimiento casi imposible: La institución debía documentar el total de la deuda en 60 pagos que debían contar con el aval de 20 propietarios. Para asumir el importante compromiso se realizó una histórica asamblea en la que los dirigentes explicaron la nueva situación y solicitaron a quienes confiaban en el esfuerzo que estaban llevando a cabo que acompañen la iniciativa presentando el aval de sus propiedades, para lo cual debían concurrir con sus respectivas esposas a firmar la cesión de los bienes enajenados a la deuda del club, los cuales serían ejecutados en caso de que los documentos no fueran cancelados en tiempo y forma.
Estamos hablando de un hecho histórico, que muchas veces fue comentado livianamente, sin tener en cuenta la gravedad de la situación y la solemnidad del momento. El club estaba a punto de decidir su futuro y necesitaba de sus socios. Luego de la ponencia de uno de los dirigentes explicando la situación se hizo un profundo silencio. Según recuerda Néstor Díaz Pérez, “de a uno, parsimoniosamente pero con gran decisión fueron levantando sus manos Juan Carlos Decuzzi, Roberto López, Daniel Seta, Roberto Rotili, Alfredo Del Pino, Daniel Ganza, y un señor de apellido García, de la firma Castromán”, todos verdaderos próceres de la entidad que de manera anónima y desinteresada ofrecieron sus propiedades en garantía, ellos y sus esposas firmaron la renegociación con Sasetru y el club no les falló: las propiedades fueron desafectadas y los documentos recuperados de manera increíble mucho antes de lo pensado, a mediados de 1979.