por Marcelo Calvente
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Luego del descenso de 1970, Manolo Silva y Ramón Cabrero fueron vendidos a Newell’s Old Boys. En su primera temporada en la Lepra Ramonín fue titular, lo que junto con su nacionalidad española lo puso en la mira de uno de los grandes de Europa, el Atlético de Madrid, club que adquirió su pase y en el que permaneció hasta mediados de 1974. Tras dos breves pasos por el Elche y el Mallorca signados por los desgarros, Cabrero pegó la vuelta a mediados de 1977, y encontró un país que hacía menos de un año había vuelto a caer en manos de los
militares. Todo había cambiado, había inestabilidad política y social, censuras a músicos y artistas, represión y detenciones clandestinas de las que nadie estaba a salvo más allá de la ideología o profesión que se tuviera. Mientras miles de civiles eran torturados y asesinados, la Junta de Gobierno buscaba maquillar esa realidad con hechos de gran espectacularidad como lo fue la organización y posterior obtención del Mundial 78, cuya final se disputaría a diez cuadras de la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los principales centros de detención y tortura. Solamente desde lo deportivo podría explicarse que Cabrero haya decidido volver a la Argentina, de donde miles de compatriotas trataban de escapar, cuando en España podía vivir sin ningún tipo de sobresaltos. Su carrera en el fútbol continuaría por los carriles normales y se extendería unas cuantas temporadas más. A los 30 años se encontraba muy bien físicamente y contaba con la experiencia de haber actuado en una de las ligas más competitivas del planeta. Sin embargo, la mayoría de los entrenadores y dirigentes argentinos ya le habían perdido el rastro.
Antonio Mario Imbelloni, que lo había dirigido en Lanús en 1970, había recalado en Independiente Rivadavia de Mendoza, buscaba jugadores de jerarquía para disputar el Nacional de 1977 y le hizo un ofrecimiento. Aunque hacía muy poco había enfrentado al Real Madrid y al Barcelona, a Cabrero no se le caían los anillos por tener que bajar de categoría para jugar la Liga Mendocina. También le seducía la oportunidad de volver a medirse contra los clubes de la A y la cifra del contrato que le ofrecían estaba por encima de la que podía darle cualquier institución mediana de Primera División. Argentinos Juniors, con un Diego Armando Maradona que a sus 18 años ya se había convertido en la gran atracción del fútbol argentino, fue otro de los equipos que posaron sus ojos sobre Ramón, pero según él mismo explicó: “si en ese momento Argentinos me pagaba diez, Independiente me daba veinte”. Además, Mendoza era una de las siete plazas fijas del Nacional, por lo que si bien clasificarse al torneo no era un objetivo sencillo, tampoco era imposible de lograr. En la Lepra la figura era el mítico Trinche Carlovich, hasta que un día se hizo echar en un primer tiempo frente a Gimnasia y nunca más lo vieron por Mendoza. Y pese a que su posición en el campo de juego y sus características eran muy distintas, Imbelloni pensó que Ramón podía reemplazarlo y ser la manija de los Azules. La Lepra tuvo una gran actuación en el Nacional de 1978, siendo eliminado por diferencia de gol. Con seis triunfos, cinco empates y sólo tres derrotas, el equipo de Ramón compartió el segundo puesto con San Lorenzo de Almagro -lo aventajó por cuatro tantos- y obtuvo resultados que quedaron grabados por años en la memoria de sus hinchas, como los triunfos 2 a 1 de visitante y 3 a 2 en casa ante Banfield, la victoria 2 a 1 ante el puntero Newell’s en el Gargantini y la igualdad 2 a 2 frente al Ciclón en su viejo estadio de Avenida La Plata a dos fechas del cierre.
Cabrero fue un pilar fundamental de un plantel al que también integraban Carlos Carrió y Héctor Cúper. Independiente Rivadavia no pudo clasificar al Nacional de 1978, por lo que el Cholo Miguel Ángel Converti reemplazó a Imbelloni. Ramón tiene más presente su etapa en el conjunto leproso que sus siete años en el fútbol español. Recuerda fechas, partidos, goles, y sobre todo el aliento de “la hinchada más grande de Mendoza”, que le brindó todo su apoyo desde el primer día que pisó el club. “Mi mejor versión fue la de Newell’s, en el 71, pero en Mendoza también anduve muy bien. No me arrepiento de ninguna decisión de las que tomé durante mi carrera, pero me hubiese gustado jugar un poco más en Independiente Rivadavia”, contaba Cabrero cuando profundizaba sobre sus últimos años como jugador de fútbol. La de 1978 fue otra muy buena temporada para Ramón. Con él como abanderado, Independiente Rivadavia se dio el gusto de dar la vuelta olímpica en la cancha de Gimnasia, donde igualó sin tantos en la jornada final. Fue el vigésimo octavo título provincial para los Azules y el tercero para Ramón, quien había integrado el plantel del Atlético Madrid que ganó la Copa del Rey de 1972 y la Liga Española de la temporada 1972/1973, pero casi sin jugar.
A mediados de 1978, Cabrero dejó el club para sumarse a préstamo por tres meses a San Martín de Mendoza para jugar el Nacional de ese año. Si bien le tocó formar parte de la Zona D del campeonato junto con River, San Lorenzo, Colón, Quilmes, Atlanta, San Martín de Tucumán y Alvarado de Mar del Plata, el Chacarero daría pelea en las primeras posiciones de su grupo y resultaría una de las gratas sorpresas del certamen. El técnico de San Martín no era otro que Juan Carlos Montes, aquel recordado mediocampista surgido de Chacarita que había jugado con Ramón en Newell’s y que en 1976, como DT, había hecho debutar a Diego Maradona en la Primera de Argentinos Juniors. San Martín estuvo a punto de clasificar a la ronda final: derrotó 4 a 3 a River y alimentó el sueño de casi toda una ciudad. Sin embargo, Colón empató 0 a 0 su encuentro ante San Lorenzo y dejó sin chances al equipo de Ramón, que terminó tercero, un punto por debajo de los santafesinos.
Tras ese muy buen paso por San Martín, Ramón regresó a Independiente Rivadavia para cerrar su carrera de futbolista en el Nacional de 1979. Pocos días después de concretado su retiro, aceptó la propuesta de su último entrenador, Enrique Fernández, para incorporarse a su cuerpo técnico como ayudante de campo durante el Nacional de 1980, y una vez concluido el torneo se volvió a su casa de Lanús para planificar su futuro junto a los afectos de toda su vida.