En una casa como tantas de nuestra querida Lanús, las costumbres habían cambiado desde la pandemia. Las computadoras, tablets, eran una herramienta más de trabajo para grandes y chicos, los adultos habían instalado la oficina para trabajar desde su casa, los chicos para las tareas de la escuela y también como entretenimiento para algunos jueguitos. Así pasaban el día matizándolo con otras actividades. La obligación principal por supuesto era la escuela. En otras oportunidades cuando el tiempo lo permitía salían a jugar al patio donde había tres perritos, dos gatitos, plantas en macetitas, hamaca, patines, un aro de básquet, pelotas, entre otros pasatiempos. Y a veces, bah… bastante seguido, los más chicos se peleaban, aunque se querían mucho.
Una tarde de otoño, la Abu Neno le pidió a la nieta Nell, que por favor les contara algo a los más chicos que se estaban portando mal. Nell solía contarles cuentos y noticuentos y lo hacía muy bien ya que los pequeños se prendían. Con sus diez años era muy madura y obediente, ayudaba en la atención de los pequeños y los entretenía porque no sólo la escuchaban sino que también le hacían preguntas y agregaban hechos y personajes que sus
mentes imaginaban. Esa tarde les preguntó:—A la noche cuando apago la luz, no se ve nada, ¿no es cierto?
—No, no se ve nada, está oscuro, respondió Vicky.
—Muy bien, no se ven los foquitos, dijo Nell ¿Pero, si prendo la luz, se ven los foquitos?
—¡Sí! -respondieron juntos los chicos.
—¿Y de qué color son los foquitos? Silencio... De repente se levanta Alby y rápidamente prende la luz y contesta:”¡Blancos!”
— Muy bien, -prosiguió Nell. Es decir cuando la luz está apagada se ve negro, cuando se prende la luz, los foquitos muestran que la luz es blanca. Vicky, ni lerda ni perezosa, afirmó: —¡Pero con la luz apagada estaba todo negro y con la luz prendida se vieron muchos colores!
¡Para qué! Se levantó Alby y empezaron a discutir. Rápida de reflejos intervino Nell: —No se peleen chicos. Les hago otra pregunta, la piensan y me responden otro día: Si hay silencio: ¿lo escuchan? Si hay ruido: ¿lo escuchan?
Y como premio porque dejaron de pelear, les regaló un alfajor a cada uno. El Abu Leo que presenció calladito la clase, le dio un beso grandote a la Nieta Nell y le obsequió un delicioso chocolate con almendras. Por dentro un pensamiento cruzó su mente: “¡Va a ser una excelente profesora!” Y en su corazón, sintió la voz de su espíritu que susurró: “¡Dios estará con ella!”
Leonardo Saphir – saphirleonardo@gmail.com