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miércoles, 1 de septiembre de 2021

Memorias Granates: D’Angelo, a los gritos en la Rosada


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Durante su breve presidencia de 49 días, el presidente electo Héctor Cámpora no tuvo tiempo de ocuparse de la Asociación del Fútbol Argentino, que seguía en manos de los interventores designados por el gobierno militar saliente de Alejandro Lanusse. Fue José López Rega, tras el golpe de palacio que lideró y que culminó con la asunción de Perón, el que le dio el poder de la AFA a Paulino Niembro, presidente de Nueva Chicago y secretario general de


UOM de Capital Federal, quien designó como interventor a un hombre suyo, Baldomero Gigan, y luego colocó en la presidencia a David Bracutto, titular de Huracán y también hombre de la UOM. Lorenzo D’Angelo, adjunto de la UOCRA, también integraba ese grupo de conducción. Todos estos dirigentes de la AFA alineados con la derecha del peronismo respondían a Lorenzo Miguel y además integraban la comisión organizadora del Mundial 78, que había sido creada en 1974 en el Ministerio de Bienestar Social cuando estaba a cargo del astrólogo asesino que por entonces ya dominaba al general Perón y a su esposa, la vicepresidenta de la Nación. Todos ellos, menos D’Angelo, pronto acompañarán al Loro Miguel en su detención ocurrida tras el golpe de estado, pese a la protección que el metalúrgico recibía de Eduardo Massera. En representación de la Armada, integraba esa comisión pro Mundial el almirante Carlos Lacoste, quien muy pronto advirtió la enorme fortuna que tenía a su alcance. Después del golpe de estado iba a proceder sin contemplaciones.

            El 1º de julio de 1974 falleció el presidente Juan Domingo Perón, en medio de un clima de violencia entre las dos fracciones de su propio movimiento. Cansado de esperar una definición y advertido de que la democracia estaba en peligro, en mayo de 1975 Lorenzo D’Angelo fue a la Casa Rosada a ver a María Estela Martínez de Perón. Llegó solo, sin pedir audiencia previa y con la intención de obtener la firma del Decreto presidencial por el cual el club recibiría por fin aquellos terrenos, tal como el Congreso lo había aprobado casi un año antes. Pero sucedió que Isabel, muy jaqueada por los militares que pronto la derrocarían, no lo atendió. Fue por gestión personal del secretario Legal y Técnico de la presidente, el Dr. Julio González, quien alarmado por los gritos de desesperación de D’Angelo ante la negativa de la viuda de Perón a recibirlo, aquella mañana acudió a ver qué era lo que estaba sucediendo. González lo conocía, respetaba además su investidura y valoraba su militancia política y sindical, le pidió calma y se interiorizó sobre la situación de esos terrenos. Lanús, el club de los peronistas, se hacía de un patrimonio incalculable que llevaría a la institución a su actual grandeza. En un tiempo en el que ya no firmaba casi nada por lo debilitado de su poder, finalmente y por consejo del secretario, la señora de Perón se avino a rubricar la cesión, explicándole al diputado que había temido que los decretos fueran un agravante para su ya muy complicada situación, en un futuro encarcelamiento que ella descontaba. Con esa firma, el club Lanús obtuvo el triunfo más importante de su vida: los militares se quedaron con la sangre en el ojo. Por su parte, a Julio González no le fue tan bien: permaneció en cautiverio político durante siete años, desde el día del golpe de estado y derrocamiento de la viuda de Perón -a quien acompañaba en el helicóptero en el momento en que fue detenida- hasta la vuelta de la democracia en 1983. De no haber sido por la gestión del Dr. Julio González, que había vivido muchos años en Lanús, muy otra hubiera sido la suerte del club sin la posesión definitiva de ese espacio fundamental para el posterior resurgimiento institucional que sobrevendrá a la caída de 1977, un predio de un valor incalculable que con total justicia hoy lleva el nombre de Lorenzo D’Angelo, logrado contra reloj y sin pagar un peso, casi al mismo tiempo en que el país entero empezaba su sangriento calvario a la pobreza. Mientras comenzaba la peor época de la vida deportiva y económica del club Lanús, Lorenzo D’Angelo, que pronto sería detenido, sus bienes embargados y su persona impedida de actuar en política, le sacó del buche un predio de 107.000 metros que los milicos hubiesen destinado a su provecho, y se lo sacó de atrevido, jugándose a todo o nada, impidiendo que al club le ocurra lo que le pasó a San Lorenzo. D’Angelo fue muy valiente. Él sabía que se jugaba la vida. No hubiese sido una rareza el atentado contra un dirigente sindical encumbrado, además diputado nacional, que andaba siempre calzado, aunque los que lo conocieron coinciden en destacar su infinita bondad. El Tano fue a la Rosada a todo o nada. Lanús pronto perderá tres ascensos consecutivos en instancias finales. Lo conseguirá por fin en 1976, ya sin D’Angelo, apartado por la Junta Militar, y jugará en Primera en 1977. Pero el vice 1º Francisco Leiras, su sucesor cometerá errores increíbles.

           En el año 1975 el equipo Granate levantó mucho su accionar con el arribo de refuerzos que rendirán sus frutos. El Chupa Guillermo Zárate y Víctor Hugo del Río llegaron de Racing, donde no tenían lugar, como parte de la transferencia del zaguero Norberto D’Angelo, el hijo del presidente de Lanús, en cumplimiento de una exigencia de su padre al momento de aceptar el cargo. Hugo Epifanio llegó desde Almirante Brown, Osvaldo Clausi volvió de Los Andes luego de un año a préstamo, Julio Crespo, formado en Lanús, retornó al club desde Aldosivi de Mar del Plata, y el último ídolo granate, Ángel Manuel Silva, luego de tres años en Newell’s y uno en Banfield, volvió al lugar de sus mejores brillos. 1975 fue el mejor año de Pino Lodico, en el que hizo sus goles más recordados, totalizando en la nada despreciable suma de 9 conquistas, marca poco frecuente para un volante central. Silva cumplió una extraordinaria campaña, participando en 35 de los 43 partidos que el equipo disputó y marcando 18 goles. Quilmes se consagró campeón. Para obtener el segundo ascenso, Lanús debía ganarle a San Telmo en cancha de Huracán por la anteúltima jornada del hexagonal. Esa tarde, a pedido del cuerpo técnico y de sus propios compañeros, Silva jugó infiltrado. Manolo sabía que no podía patear la pelota con fuerza, y pese a que hizo todo lo posible para no defraudarlos, la suerte no estuvo de su lado y se perdió varios goles. Luego de la derrota por 1 a 0 ante el Candombero. El gran Ángel Manuel Silva, el admirado por todo el fútbol argentino vistiendo la casaca Granate, integrante de uno de los mejores equipos de Newell’s de todos los tiempos, se retiró del terreno muy insultado por sus propios hinchas y le puso punto final a su carrera profesional envuelto en una enorme tristeza. Jugará un año más en Colombia, y también recibirá ovaciones de parte de los hinchas del Bucaramanga. A expensas de Lanús, San Telmo tocaba su cúspide, su hora más gloriosa: luego de vencer a Lanús aquel 13 de diciembre de 1975, en la última fecha del reducido venció a Platense por 2 a 0, también en el Estadio Tomás A. Ducó, en tanto en cancha de Boca el Grana venció a Almirante Brown por 5 a 1 pero no le alcanzaba: el equipo de la Isla Maciel logró el segundo ascenso y durante el año 1976 jugó en la división mayor por primera y única vez en su historia, para retornar a la B de inmediato y no volver a ascender jamás a la categoría máxima.

      Por aquellos convulsionados años 70, ser hincha de Lanús era una condena. Fallos adversos, derrotas dolorosas, campañas fallidas, descensos injustos, un sufrimiento tras otro. Luego de perder tres chances consecutivas en dos años, Lanús fue ganador indiscutible del torneo de Primera B de 1976. Pero para terminar con la mufa y volver a Primera debía ganar además un torneo reducido que se jugó en cancha neutral, en el que venció sin discusión a los cuatro rivales que enfrentó antes de la jornada final. El cierre fue ante su principal perseguidor, Almirante Brown, el 18 de diciembre, en un estadio de San Lorenzo colmado de bote a bote,  con victoria clara del equipo de Silvero desde el inicio con gol de Epifanio de penal a los 2’ de juego, ampliada por el tanto de Clausi a los 30’ del complemento que derivó en incidentes con los futbolistas de Brown, clima que se extendió a su parcialidad y que motivó la consiguiente suspensión del cotejo por falta de garantías. Los hinchas granates invadieron el campo de juego y llevaron en andas a sus jugadores. Crosta; Zarate, Giachello, Canio y Ojeda; Suárez, Lodico y Del Río; Epifanio, Nani y Clausi, los once de aquella jornada histórica. Con Julio Crespo en lugar de Suárez, esa fue la formación base de un once granate para el recuerdo, uno que teniendo en cuenta los diferentes contextos de una vertiginosa y cambiante vida institucional, por siempre deberá permanecer entre los mejores elencos campeones de la historia del club Lanús.

      El equipo lo había armado a principios de 1976 Osvaldo Panzutto, quien pidió a Nani para reemplazar a Silva, y no sabemos con cuanto agrado aceptó la incorporación de Ángel Clemente Rojas, que según nos contó él mismo jugador en 2017, llegaba a Lanús apadrinado por el caudillo peronista de Avellaneda Herminio Iglesias, que antes lo había colocado en Nueva Chicago, donde había actuado poco y nada. Rojitas no tenía muchas ganas de entrenar ni de jugar, sólo necesitaba ganar algún dinero en sus últimos años de carrera, pese a que al firmar con Lanús tenía apenas 31 años, era y lo sigue siendo el máximo ídolo del club de la Ribera, junto con Diego y Riquelme. Silvero contaba con un gran plantel. Al principio habló pelear el título, muy poco después decidió recorrer el camino de una traición pocas veces vista, cuyas consecuencias marcarán la vida de la institución.