por Marcelo Calvente
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Con el descenso de 1970, con 55 años de vida, Lanús se aproximaba a su hora más difícil. Los hinchas volvieron a sentir la misma decepción no exenta de bronca por un nuevo retroceso, el mismo sentimiento con que habían contemplado indignados el robo del 49, la furia por la derrota de Los Globetrotters del 56 y la resignación ante el previsible descenso del 61. Esa hinchada Granate sufrida y castigada como pocas acompañó a Los Albañiles por su fútbol virtuoso, en tiempos en que los cinco equipos grandes y también Estudiantes, Vélez y los dos elencos rosarinos contaban con extraordinarios jugadores. Esa hinchada seguidora que vio venir la caída de 1970 como algo lógico, asumió con mucha tristeza que el sueño de aquel equipo
llegaba a su fin sin haber podido alcanzar la tan soñada conquista de un título de campeón, sabiendo que había que barajar y dar de nuevo. Por tercera vez en su historia Lanús volvía a jugar en la “B”, y a verse las caras con los humildes Nueva Chicago, Los Andes, Temperley, Morón, Almagro, All Boys y Deportivo Español, entre otros clubes característicos del ascenso. Era el inicio de una década de graves problemas políticos y sociales en el país y el resto del continente, que la entidad del sur sufriría particularmente.
Tres años antes, en 1967, Lanús se había embarcado en la obra más ambiciosa de las
hechas hasta entonces. Había recibido más de 40.000 metros cuadrados y estaba construyendo la Ciudad Deportiva, complejo que incluía una tercera cancha de fútbol con pista de atletismo, un playón para handball, una gran pileta tipo balneario, un amplio sector de camping con parrillas y varias mejoras edilicias en el estadio. Se había diseñado la venta de un Bono Patrimonial que generaba una categoría distinta de socio, que le otorgaba una platea vitalicia al comprador. Los asociados estaban respondiendo muy bien a la iniciativa, haciendo un gran esfuerzo para por un lado pertenecer a la nueva elite societaria y por el otro colaborar al engrandecimiento de la entidad. Mientras la figura del General Perón todavía era un recuerdo bien guardado en la conciencia de los trabajadores, en Lanús era el tiempo de la Cruzada Renovadora Granate, la agrupación formada por los socios que se alineaban con la figura del General, que avanzaba con viento en contra. El vice 1º, Osvaldo Ferrari, se había hecho cargo de las obras y con orden y austeridad administraba el dinero que ingresaba. El Club tenía como objetivo cumplir con lo prometido y construir la Ciudad Deportiva, y pese a que la economía del país se complicaba día a día, Ferrari estaba abocado a eso con dedicación exclusiva. Muchos inconvenientes que fueron surgiendo, como la construcción de la pileta a cargo de la empresa CODELA, a la que le subían las napas, que además traían restos de petróleo de la vieja laguna, debían resolverse con más astucia que recursos. Tal era la cantidad de combustible esparcido por las entrañas de aquellos terrenos que habían pertenecido al ferrocarril, que al subir las napas quemaba los nuevos árboles, algunos adquiridos al hoy centenario vivero Cuculo de Chivilcoy, y otros que el escribano Alberto Aramouini había conseguido en forma gratuita del vivero estatal de la Provincia de Buenos Aires. Todos los inconvenientes eran resueltos por Osvaldo Ferrari y Alejandro Solito, destacados integrantes de la nueva comisión directiva Granate, cuyo presidente era Bartolomé Chiappara, que había reemplazado de apuro al legendario Antonio Rotili, quien por una circunstancia de índole personal no pudo terminar de cumplir su último mandato. En esos años fue creciendo la figura de don Tito Montenegro, quien a tal punto se comprometía con todas las obras que decidió mudarse a una pieza ubicada en el predio del club, que el hombre amobló con austeridad para estar disponible a toda hora. En una oportunidad, ante un apuro financiero de los que suelen tener que afrontar los clubes chicos, Chiappara le sacó el dinero que Ferrari había juntado para seguir con las obras y lo aplicó para pagar los sueldos. Por el disgusto, Osvaldo Ferrari sufrió un ataque que lo dejó postrado hasta su fallecimiento. No era fácil por entonces, como no lo es ahora ni lo será nunca, ser dirigente del club Lanús y tener a cargo la suerte o la desdicha de tantos socios, empleados y vecinos. Uno y otro amaban a la entidad y querían lo mejor para Lanús, pero el dramático desenlace de una cuestión de gestión, a uno le llevó la vida y el otro cargó con la culpa hasta el final de sus días. Salvo muy pocas excepciones, ese tipo de sacrificados dirigentes y circunstancias de tal dramatismo, fueron una constante en la vida del club.En 1970 fue inaugurada la pileta del Polideportivo, una obra que generó una verdadera revolución en los meses de verano, donde el predio del club se convertía en un lugar de esparcimiento indispensable para la familia, la niñez y la juventud de la zona, y una nueva fuente de recursos para la institución, que hasta ahí debía enfrentar los recesos estivales a pura pérdida. Se trataba de un verdadero balneario, con cuatro grandes pentágonos de diferentes profundidades, ninguno de más de 2 metros, otra pileta para niños, un amplio espacio de césped bien cortado, con mucho lugar para tomar sol y una cancha de vóley sobre arena, bien playera, un complejo que sigue siendo un oasis en cada verano. Todos los jóvenes dirigentes se hicieron cargo del nuevo fenómeno institucional. José Villamil, un experto en gastronomía, se puso al frente de la flamante confitería y restaurante estrenada debajo de la nueva platea de cemento inaugurada algunos años antes. Pichi Solito al frente de la pileta, incluso a veces cumpliendo el rol de bañero, con varios de sus de sus amigos como Teto, el menor de los Passeri, y Roly Peragallo colaborando en los vestuarios, y cuando el verdadero facultativo estaba ausente y no había más remedio, no faltaba el atrevimiento de ponerse el guardapolvo para realizar la “revisación médica” de rigor. El negro Bouzas se ocupaba de mantener el pasto bien cortado. El dinero recaudado en el verano con el trabajo a destajo de la nueva camada de dirigentes del club resultó fundamental para que el receso ya no fuera más deficitario. Además, sin olvidar del rol social que como institución debía cumplir, desde la inauguración, la entidad comenzó a otorgar pases gratuitos para que miles de chicos carenciados del distrito, en tandas bien ordenadas, pudieran también disfrutar de las instalaciones de la gran pileta balneario.
El nuevo boom de diciembre a marzo fue una iniciativa de los socios Rubén Cacace y Néstor Camiño: la Colonia de Vacaciones Verano Granate, un éxito absoluto. En los meses del verano de aquellos años iniciales de la pileta de la Ciudad Deportiva, durante el largo receso estival, los micros escolares surcaban la ciudad mañana y tarde repletos de pibes cantando la canción de moda: “Tomala vos, dámela a mí, en la colonia nos vamo’ a divertir…”