Son las tres y media de la tarde -de ayer-. En la Universidad de Lanús, los ancianos citados para aplicarse la segunda dosis de la vacuna Sputnik V están esperando desde la una. Tienen entre 80 y 90 años. La “eficiente” campaña de vacunación se ve desbordada por los que aspiran recibir la primera dosis, en lo que han llamado vacunación “libre” para los mayores de 40 años.
Mi amiga L. fuente inobjetable y que no suele exagerar, está allí con su mamá. Me manda fotos de ancianos esperando, de filas larguísimas de aspirantes a la primera dosis, de personas sin barbijo ni distancia. Me envía grabaciones de discusiones entre los jóvenes que atienden y los no tan jóvenes con pecheras del Ministerio de Salud provincial. “No tenemos más sillas”, explica una de ellas, frente al reclamo que le está haciendo el sujeto, “porque el ministerio no
provee”. Me cuenta que el trato hacia los ancianos es “espantoso” y que, con esos modos, un sujeto, aparentemente a cargo de la campaña, con chaleco del ministerio y barbijo que dice CGT, les dijo que si tenían quejas “fueran al ministerio” y que “si no quieren esperar, váyanse y vengan otro día”, después de haberlos detenido allí durante más de dos horas y media. Los acompañantes de los ancianos -hijos o nietos- le reprochan. Uno de ellos filma todo. El sujeto lo increpa porque no quiere “quedar escrachado”, pero baja el tono. Hay quejas y golpes. Dicen que alguien cacheteó a una de las chicas que atienden en el lugar. Otros se fueron a las manos, enojados, con los que están a cargo, en las puertas. A una de las militantes que anda moviendo a la gente de un lado a otro se le ocurre decir que la culpa es de Grindetti porque “no colabora con la campaña”, pero los mayores le responden airadamente que “son ustedes los que no quisieron, no mientas”. La joven hizo mutis por el foro.Son casi las cuatro. Mi amiga me cuenta que la fila de mayores y jóvenes que esperan era interminable. Pero acaba de llegar a su casa, con su anciana mamá vacunada al fin.
Marta Santos