por Marcelo Calvente
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Como si la idea fuera dejar bien en claro las enormes distancias que existen entre las principales selecciones europeas y las del sur del continente americano, la Eurocopa y la Copa América se jugaron de manera simultánea. El sábado, en el Maracaná, definen Brasil vs Argentina. El domingo, Inglaterra, que aunque cueste creerlo clasificó por primera vez a la final de la Eurocopa, una competencia que comenzó a disputarse en 1960. Enfrentará a Italia, cuatro veces campeón mundial, que sólo obtuvo una competencia continental: en la tercera edición, en 1968, cuando se llamaba Campeonato de Europa de Naciones, que contó con la participación de 31 países, aunque sólo cuatro jugaron en Italia la fase final, y el local venció en el partido decisivo a la ex Yugoslavia.
El juego inventado por los ingleses en 1863 pegó con fuerza en Sudamérica veinte años después, en la penúltima década del Siglo XIX, en las ciudades donde existían los colegios británicos: Buenos Aires, Montevideo y Rosario. Muy pronto los jóvenes sudamericanos comenzaron a jugar y notaron que el fútbol parecía inventado para ellos. Andado el siglo XX, Uruguay y Argentina pasaron a hegemonizar las competencias futbolísticas. Uruguay, un país casi desconocido en Europa, debutó en los Juegos Olímpicos de Paris de 1924: en el estadio de Colombes, ganó la medalla dorada al superar en la final a Suiza por 3 a 0, y volvió a ganar el oro en los juegos de Ámsterdam de 1928, cuando su vencido fue Argentina. Los dos seleccionados sudamericanos demostraron estar muy por encima del resto: la Albiceleste llegó a la definición después de golear 11-2 a Estados Unidos en octavos, 6-3 a Bélgica en cuartos y 6-0 a Egipto en semis; mientras que la Celeste tuvo un camino más complicado y se impuso 2-0 sobre el local, 4-1 sobre Alemania y 3-2 contra Italia. En la final disputada el 10 de julio de 1928 no hubo un ganador: empataron 1-1 con tantos de Pedro Petrone y Bernabé Ferreira. Tres días después, Argentina y Uruguay debieron enfrentarse nuevamente. En el partido desempate, la victoria fue para el conjunto charrúa, que se impuso 2-1 con goles de Roberto Figueroa y Héctor Scarone, Luis Monti anotó para Argentina. Muchos años después, cuando el fútbol profesional pudo volver a competir, el representativo argentino brillará en tres Juegos Olímpicos: en Atlanta 1996 Nigeria dio la sorpresa y le ganó la final a la Argentina de Daniel Passarella por 3 a 2; en Atenas 2004 con Bielsa como entrenador, Argentina superó el partido decisivo a Paraguay por 1 a 0 y en Pekín 2008, el equipo de Sergio Batista, que integraba el ídolo granate Lautaro Acosta, volvió a jugar la final ante Nigeria, a la que derrotó por 1 a 0 con gol de Di María y se quedó con la medalla de oro.
Es sabido que Uruguay y Argentina animaron la final del Mundial de 1930, que ganó Uruguay por 4 a 2. Ambos países lideran los torneos continentales de fútbol a nivel selecciones, que como Campeonato Sudamericano se empezó a disputar en 1916. Hasta 1921 competían sólo 4 selecciones, los rioplatenses más Brasil y Chile. Ese año se sumó Paraguay, poco después Bolivia. En 1937 se jugó en Argentina y debutó Perú. En 1942 se sumó Ecuador. En 1949 Colombia. Pero la disparidad de fuerzas le restó atractivo y la desorganización fue minando la calidad de los torneos. En 1967 se dejó de realizar y recién en 1975, con los 10 países que actualmente compiten, se volvió a jugar ya como Copa América.
En varias oportunidades participaron países invitados, México desde 1993 hasta 2015, EEUU (1993/95/2007), Costa Rica (1997/2004/11), Japón (1999/2019), Honduras (2001), Jamaica (2015). En 2016 se realizó en EEUU una edición especial por el Centenario de la competencia en la que además de los 10 equipos sudamericanos participaron el país anfitrión, más México, Costa Rica, Jamaica, Haití y Panamá. Chile le ganó en la final a Argentina, dirigida por Gerardo Martino, en la definición por tiros desde el punto del penal. En 2019 se disputó en Brasil con Qatar y Japón como invitados, los locales vencieron por 2 a 0 a Argentina en semifinal y en la final por 3 a 0 a Perú, que había superado a Chile, que perdió con Argentina por el tercer puesto. La actual, que debían organizar Colombia y Argentina, debido a la pandemia se trasladó a Brasil con los 10 países del continente como participantes. El negacionista Jair Bolsonaro puso a su país a los pies de la Conmebol y le permitió organizar un torneo que ninguna otra nación de una Sudamérica acosada por las muertes ocasionadas por el Covid-19 se animó a llevar a cabo, en el marco de su política de minimizar la protección a la ciudadanía.
Bolsonaro soñaba con el resultado más lógico: la victoria de Brasil, lo que para su entender significaría un paso adelante en su alocado plan de perpetuarse en el poder. Una parte del pueblo brasileño, con la secreta esperanza de que la pesadilla acabe pronto, prefería una derrota que lo ayude a terminar con su desgracia. Solo podía vencerlo el equipo de Messi, que además necesitaba coronar tantos años de reinado a nivel clubes con su tan postergada consagración personal con la selección. Ambos equipos llegaron a la final con lo justo: El local, mostrando un enorme desgaste de sus mejores futbolistas por el trajín de las definiciones de los torneos europeos, venció por la mínima en la semifinal a Perú. El Flaco Gareca no se animó a salir a ganar y cambió el dibujo táctico para sumar un defensor central y armar línea de cinco. No tuvo tiempo de llegar al descanso para replanteárselo. Promediando la etapa inicial Brasil se puso en ventaja y ya fue demasiado tarde. Para el complemento el Tigre sacó al defensor de más, Perú recobró en parte su juego de siempre y pudo inquietar bastante a Ederson, pero no alcanzó. En la otra semifinal, Argentina tuvo un duro rival en Colombia. Su entrenador Rueda dispone de un elenco mucho más aguerrido que de costumbre, con valores como Jerry Mina, Davinson Sánchez, Luis Díaz, Duvan Zapata y Rafael Santos Borré empataron en uno. La historia se definió desde los 12 pasos y el arquero argentino Martínez fue determinante atajando tres de los cuatro penales que le patearon.
Desde lo personal, me reconozco un hincha algo distante de la Selección Nacional, sobre todo después de que Diego Maradona dejó de jugar al fútbol. No fueron las faltas de títulos ni las derrotas dolorosas ante rivales de menor historia las causas de esa distancia. Fue la burda puesta en escena de junio de 2018, en pleno Mundial de Rusia, cuando Mascherano representó el triste papel de un futbolista dándole indicaciones a su entrenador, Jorge Sampaoli, que hacía como que le entendía. Algo en mi relación de hincha con la Selección se rompió en ese instante y hasta hoy sigue igual. No obstante, celebro la gran victoria obtenida en Brasil, tanto como la entrega y la disciplina mostrada por el plantel desde la llegada de Lionel Scaloni, un entrenador con el que los futbolistas parecen sentirse cómodos, y que a mí me gustaría ver comportarse con mayor serenidad durante los partidos. Tiendo a pensar que si la cordura no llega desde el banco, difícilmente venga desde cualquier otro lado.
La final de la Copa América fue un partido cerrado, sin muchas llegadas, con pocos lujos, mucho rigor defensivo y pierna fuerte. Contó con un gran arbitraje del uruguayo Ostojich, y no hubo -como muchos temían- despropósitos de su parte, ni de sus colaboradores, ni del VAR para favorecer al local. Argentina fue más sólido y encontró la decisiva ventaja a los 21’ de la etapa inicial, tras una falla defensiva y un gran aprovechamiento de Ángel Di María para definir por arriba de la cabeza del arquero. Brasil luchó para revertirlo con su indiscutible categoría individual y colectiva, aunque también dando muestras de su enorme agotamiento. A lo largo de los 90’, y con mucha más tranquilidad una vez sacada la ventaja, Argentina tuvo más resto, mejor juego y mucha concentración. Y lo tuvo a Messi, que como en toda la Copa, se lo vio enchufado y jugando para el equipo. La victoria se transformó en un grito esperanzador que recorrió las calles de las principales ciudades de la Argentina, últimamente habituadas al silencio de la pandemia. Una alegría que nos estaba haciendo falta.
Con la gran victoria de la Selección Argentina del sábado en el Maracaná, la hegemonía americana a nivel selección la vuelven a compartir Uruguay y Argentina con 15 torneos ganados cada uno. Brasil viene detrás con 9 títulos, entre ellos los obtenidos en las cinco oportunidades que fue organizador con anterioridad. La sexta fue la vencida. El cuarto lugar es compartido por Paraguay, Chile y Perú, con dos títulos cada uno. Bolivia ganó un torneo de los dos que organizó, Colombia ganó el de 2001, la única Copa América jugada en su país, y Ecuador y Venezuela no pudieron obtener ninguna.
Un día después, a estadio repleto y con muy pocos barbijos en las tribunas, una gran mayoría de hinchas ingleses vieron escurrirse la chance de obtener por primera vez la Eurocopa. Habían logrado la apertura a los 2’, en la primera jugada del partido, por intermedio de Luke Shaw Los italianos, más acostumbrados a las grandes definiciones, alcanzaron la justa igualdad a los 66’ con toque corto del defensor Leonardo Bonucci, mantuvieron el dominio hasta el final y los vencieron en la ejecución de tiros desde el punto del penal. Y aunque conviene no mezclar el fútbol con las cuestiones de estado, hay cosas que no se olvidan jamás. Y es por eso que en Argentina el resultado de Wembley fue celebrado como otra victoria.