“Hoy les contaré de un señor a quien sus nietos lo llamaban como a mí, el Abu Leo”, dijo su tocayo. Y con estas palabras comienza este relato.
Leíto vino después de su vida preterrenal a un hogar situado en Valentín Alsina, cerquita de la estación. Su mamá Anselma y su papá Máximo tenían ya dos hijitos. Mientras estaba en la panza de su mamá, Leíto la escuchaba cantar y desde entonces la música se grabó en sus oiditos y lo acompañó desde el primer llanto de su nacimiento. Su papá era empleado del recién inaugurado ferrocarril Midland y poco después lo trasladaron a un pueblito llamado Moquehuá, cerquita de Chivilcoy, donde Leíto vivió hasta los seis añitos de edad. Por una enfermedad del pequeño, renuncia a su empleo se instalan en el porteño barrio de Saavedra.
¿Dónde comienza la afición de Leíto por la música, en la panza de la mamá, en la provincia o en la capital? La respuesta del relator: La música en la panza de mamá, la criolla en Moquehuá y el tango en Saavedra. A medida que crece, Leo se transforma en “El Feo”, le creció mucho su físico, la cara, el cuerpo, las manos, los dedos y su voz se volvió gruesa. Así tuvo muchos inconvenientes cuando empezó a cantar. Primero casi no lo aceptaban en los escenarios, pero poco a poco fue ganando el gusto de los oyentes y fue reconocido, en especial por su originalidad y el lunfardo en sus canciones: “Yira yira”, “El bulín de la calle Ayacucho”, “Mi noche triste”, así como por sus innumerables palabras de arrabal porteño en las letras.
Leonel Edmundo Rivero (foto) fue también un estudioso, miembro de la Academia Porteña del Lunfardo. Fue un empresario exitoso como creador del mítico El Viejo Almacén, un lugar con cena y shows de tango de tanta repercusión en el país y en el extranjero, y como escritor de libros y ensayos de tango. Su mujer Julita Pastore, sus dos hijas y un hijo completan la obra de este cantor.
Leonardo Saphir – saphirleonardo@gmail.com. Colaboración: Carolina Cortina