por Marcelo Calvente
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En 1967 la Asociación del Fútbol Argentino modificó la competencia con el objeto de incorporar a los mejores elencos del interior del país, estableciendo la disputa de cuatro torneos: durante el primer semestre se jugaría el Campeonato Metropolitano, dividido en dos zonas de once equipos cada una; en el segundo semestre, otros tres torneos: el Nacional, compuesto por los seis primeros de cada zona del Metro más los cuatro campeones regionales; el Promocional, con los equipos que ocuparon el 7º y el 8º puesto de cada zona del Metropolitano más los 4 subcampeones regionales; y el Reclasificatorio, con los tres últimos
de cada zona del Metro más los seis primeros del torneo de Primera “B”, que disputaron la permanencia. Así era el fútbol argentino de entonces. Nadie sabía bien porqué jugaba, pero todos jugaban por algo muy importante.
El Grana, en su tercer año consecutivo en Primera, tuvo una muy buena actuación en el Metropolitano de 1967, siendo el equipo más goleador de su zona con 40 anotaciones a favor en 22 partidos disputados. El Baby Acosta, que convirtió 18 goles, se consagró como máximo artillero del torneo, concretando en la red todo lo que generaban
Pando, De Mario y su proveedor principal, el flaco desgarbado dueño del talento y la creación, el más distinto de los distintos: el genial Manuel Ángel Silva. Gracias a esa campaña, Lanús fue uno de los 16 equipos de Primera que participaron del 1º Torneo Nacional creado por el interventor de la AFA, Valentín Suárez, con la intención de federalizar un fútbol que hasta ahí era ignorante de lo que ocurría en el interior del país. Histórico dirigente de Banfield -el mismo que como flamante presidente de AFA había tenido una triste participación en el despojo que el Grana sufrió en febrero del 50, en la recordada definición ante Huracán por la permanencia- diseñó los nuevos torneos de 1967 y firmó un contrato para televisar un partido por semana, que se jugaba los días viernes por la noche. La competencia decepcionó por las enormes diferencias que existían entre los equipos de Primera y los clasificados del fútbol regional. Lanús ocupó el 7º puesto de una tabla de 16 competidores, y las ofertas por los integrantes de la delantera Granate empezaron a llegar. Por aquellos años los jugadores seguían estando a merced de los dirigentes de los clubes. Pese a la escasez de recursos la conducción declaró intransferibles a la mayoría de los atacantes, iniciando una serie de conflictos con varios de ellos, cuestión que tendrá incidencia en el futuro del equipo.En el Metropolitano 68, sin Acosta, operado de meniscos, Lanús no solo volvió a clasificar al Nacional; se quedó afuera de la semifinal del Metro por diferencia de gol al caer en la última fecha en La Plata, con el acompañamiento de una multitud de hinchas granates en la popular de 57 y 1. En un partido cambiante en el que estuvo perdiendo 2 a 0, a diez del final consiguió la igualdad con dos goles de De Mario, el primero de penal y el segundo de tiro libre. Con este resultado, Lanús clasificaba a la semifinal y el Pincha se quedaba afuera. Lamentablemente, no pudo sostener la ventaja. En los últimos cinco, aprovechando un error del arquero Ovejero -el mismo que había sido figura defendiendo el arco de River en aquel trascendental choque del 56- que falló en lo alto ante un largo envío aéreo, el Bocha Flores puso el 3-2 y poco después el mismo Flores cerró el partido desde los 12 pasos. Estudiantes venció 4 a 2 y ocupó el segundo lugar de la zona, superando a Lanús por diferencia de gol, ambos muy lejos del puntero San Lorenzo de Almagro, el mejor equipo de la década, que había obtenido 12 puntos más. Ese partido significó el punto más alto de un representativo granate que, dado su estilo ofensivo y a veces espectacular, también solía recibir los aplausos de las hinchadas rivales.
Luego de aquella derrota en La Plata, el equipo empezaría a decaer y el plantel se irá desintegrando lentamente. Los Albañiles del 68 poco tienen que ver con los del 64: Ovejero; Ostúa, Cornejo, Piazza y Carnevale; Cabrero, Sabella y Garmendia; Minitti, Silva y De Mario fue la formación base de ese año. Bernardo Acosta retornaría a la titularidad promediando el Nacional, cuando Lanús ya venía perdiendo su fisonomía futbolística. La efectividad en el ataque se desvaneció al finalizar 1969 cuando De Mario fue transferido a Independiente y el Baby Acosta al Sevilla. Manolo Silva se quedó sin sus mejores interlocutores y a partir de ahí lució desmotivado, esperando él también su posibilidad de ser transferido. Después de jugar 3 partidos en la Selección Argentina, en la que le tocó enfrentar a Brasil -que se preparaba para el Mundial 70- y marcar a Roberto Rivelinho, Héctor Osvaldo Ostúa, lateral derecho y uno de los pilares de aquel Lanús, sufrió una lesión en un talón que muy pronto lo alejaría definitivamente de las canchas. Osvaldo Piazza y Ramón Cabrero, ambos surgidos de La Maquinita, tradicional equipo de uno de los barrios de Lanús Este y gran animador de la Liga Amateur de Lanús, se convirtieron en referentes de la última versión de Los Albañiles, un elenco con mayoría de valores surgidos de las entrañas del club, que en el Metropolitano de 1970 no logró clasificar al Nacional, y que en el Torneo Reclasificatorio perdió la categoría al ocupar el último lugar, muy lejos del anteúltimo. Silva y Cabrero fueron adquiridos por Newell’s Old Boys.
Los Albañiles fueron sensación mientras la dupla Silva y Acosta existió. Eran dos fenómenos que jugaban por dos pesos. Hay archivos de muchísimos tramos de partidos e incluso algunos partidos completos de Lanús con Minitti, Pando, Silva, Acosta y De Mario, también con Cabrero en lugar de “La Radio” Pando, que se observan en blanco y negro pero con nitidez cinematográfica, enfrentando a equipos como el Racing de José, el Pincha de Zubeldía y los Matadores de San Lorenzo. Vale la pena verlos. Las paredes de Silva y Acosta eran la jugada anunciada, y las hacían con inusual rapidez. Pelota y jugador combinaban a la perfección, con toques de primera de gran precisión, tanto del que la pasaba como del receptor, ya sea por telepatía o por el movimiento de desmarque, el entendimiento mutuo que ejecutaban a un toque levantaba a los espectadores que asistían a los estadios, atraídos por la fama de esa jugada mítica que ellos interpretaron mejor que nadie: la pared. Las devoluciones de Silva, luchando trabajosamente ante defensores más fuertes y más aguerridos, metiendo toques magistrales, usando todos los efectos de un pie derecho inmortal. Los piques cortos de Acosta, el olfato goleador, el freno, el remate. Las pausas de De Mario, de gambeta burlona y pelota bajo la suela, cuando el equipo ganaba y faltaba poco para el final, era la hora del show de Quico, durmiendo el balón contra el banderín del córner, desesperando rivales y esquivando las patadas asesinas que le tiraban, el pitazo final solía encontrarlo con la pelota en su poder y con los parciales Granates en la tribuna rompiéndose las manos. La estrella de aquel equipo legendario que pasó a la historia como Los Albañiles fue languideciendo, hasta pasar a ser un grato recuerdo para todos los que tuvieron la suerte de verlos jugar, sobre todo en aquellas inolvidables jornadas en Arias y Acha, cuando Manolo Silva se inspiraba y Lanús solía golear al rival más pintado.