El Abu Leo contó una historia quizás ya no para las nenas y los nenes, sino para aquéllas y aquellos que habían crecido y sabían leer. Además la imaginación infantil se transformaba en la realidad que los iba a acompañar por el resto de sus vidas. No se trataban ya de cuentos sino del germen de novelas que todavía estaban en las mentes y en los corazones de sus potenciales escritores y no habían visto la luz en libros u otros medios de comunicación. Beto y Almira eran dos chicos que asomaban a esa época del amor que aparece en la primera adolescencia. Se conocieron y se quisieron con pasión. Ocurrieron los primeros galanteos, el rubor del rostro femenino, los sueños del amor eterno, los planes para un futuro hermoso. El era un adolescente bien parecido, muy entrador como decían las chicas, solía susurrar bellas canciones y también las provocativas, era buen cantor. Ella era una señorita muy tímida, de padres celosos que procuraban, a su modo, que pudiera casarse con un joven serio y trabajador. Él tendría dieciocho años, ella los dulces dieciséis y con la inconsciencia propia de la juventud, decidieron casarse. Pero claro, necesitaban el consentimiento paterno. Cuando él tomó el deber de todo pretendiente y fue a pedir su mano, el padre de la novia lo echó virtualmente de la casa. Ni lento ni perezoso el Romeo le propuso a su Julieta un plan para lograr sus propósitos: Fingir la espera de un bebé. Tal como los personajes de Verona armaron la estrategia. Pero estaban en Lanús, una localidad argentina y los hechos no resultaron como esperaban: Ella estaba embarazada.
La historia que debía terminar feliz, no siguió de la manera deseada. No fue con final trágico como la de los Capuletos y los Montescos, pero significó la aprobación del casamiento de los flamantes esposos.
¿Cómo siguió la historia? Beto se convirtió en una estrella de la canción. Las imposiciones de la vida artística, su característica de latin lover, el acoso de las fans, los contínuos viajes, las luces del espectáculo, rápidamente lo atraparon y su vida pública comenzó a marcar su vida privada. Sin embargo nunca dejaron de quererse y siempre estuvo al lado de su esposa "secreta" y de su hijo. Y él, por entonces ya hombre cumplió a su manera. Un total ascetismo colocó un muro entre ambas realidades. Su mudanza a una localidad cercana y tranquila fue la solución encontrada. Esto sucedió por muchos años. La vida dio sus vueltas y hoy todavía no tiene final. Pero sí, lo puede asegurar el Abu Leo, fueron felices. La partida de Beto a la vida eterna no fue un impedimento. Hoy Amira, su vástago y sus nietos gozan de una vida material y espiritual incomparable.
(*) Los nombres de Beto y Almira son ficticios. La historia es muy real.
Leonardo Saphir saphirleonardo@gmail.com