por Marcelo Calvente
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Curiosa es la historia del Club Atlético Piraña, nacido en 1942 en Parque Patricios, entre casonas, conventillos y galpones en la calle Frías y Famatina, donde aún sobrevive la sede y la vieja cancha de medidas antirreglamentarias. Allí supo forjar un relieve futbolístico durante dos décadas de participación en las ligas independientes. Vaya uno a saber cómo, Piraña consiguió lo más difícil de lograr por aquellos años de explosión futbolera: junto a otros seis clubes, entre ellos Arsenal de Sarandí y Villa Dálmine, obtuvo la afiliación a la AFA para disputar el torneo de la división Aficionados de 1961. Humilde entre los más humildes, entre 1964 y el 69, con la aparición de Héctor Yazalde, Piraña estuvo cerca del ascenso. A partir del año 1970 tuvo que luchar por mantener la categoría, y muchas veces esquivó milagrosamente la tan temida desafiliación de una divisional cada vez más competitiva.
Sin embargo en 1978, y de manera insólita, casi milagrosa, Piraña vivió su hora más gloriosa: en un torneo que contó con 30 participantes, divididos en tres zonas de 10 equipos, fue uno de los quince clasificados a la rueda final por el ascenso, ese fue el premio para los cinco primeros de cada zona. Todo milagro tiene su explicación; en medio de la competencia se denunció a un equipo que no cumplía el artículo 241 de la reglamentación de la divisional, que impedía poner en cancha más de tres