lunes, 22 de febrero de 2021

Menem y los suyos. “La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”

por Omar Dalponte*

omardalponte@gmai.com

 
La muerte no logra que los que fueron malos se conviertan en seres buenos. El que las hizo las hizo y eso no lo borra nadie. Siempre va a aparecer algún memorioso bien documentado que haya guardado una ropa interior sucia del muerto. Claro, también pueden aparecer los hipócritas y mentirosos, especialmente en el territorio de la politiquería, que por intereses espurios pretendan convertir lo verdadero en falso. Ante la muerte de Carlos Saúl Menem, sin dudas uno de los peores personajes que sufrimos los argentinos, es necesario dejar constancia, desde el lugar que uno pueda, de lo que se sepamos respecto a su vida y a lo que realizó en perjuicio de nuestro país. Que cada quien opine lo que quiera. Desde esta columna lo hacemos. Lo importante es que, para las generaciones futuras haya, desde las publicaciones más modestas hasta las más renombradas, testimonios que permitan leer diferentes opiniones y escuchar distintas voces. Esta es nuestra palabra.
Menem integró las filas del peronismo y desde allí llegó hasta donde llegó e hizo lo que hizo. Esto es tan cierto como que muchos “peronistas” fueron sus cómplices, que unos cuantos millones lo acompañaron con su voto y que no pocos guardaron silencio cuando cometió enormes traiciones al Movimiento Peronista, degradó al Partido Justicialista, entregó gran parte del patrimonio nacional, hundió a la Argentina en la miseria y “farandulizó” a la actividad política

produciendo una real degeneración moral que infinidad de idiotas aceptaron, no sólo festejando alegremente las ocurrencias de este personaje de opereta en los tiempos de “la pizza y el champán”, sino también queriendo ser parte de aquella “festichola” inmoral de la década de los años noventa.

Menem no sólo fue un traidor al peronismo en grado superlativo.
También traicionó a nuestra Patria. Fue lacayo de los poderes económicos y financieros, mascarón de proa del imperialismo yanqui, ofició de bufón y sirviente de los dueños de la grandes corporaciones y lamió el trasero del presidente de EE.UU, George Busch padre.
Protagonizó episodios bochornosos como cuando se equivocó, al leer un discurso ajeno, poniéndonos en ridículo a todos los argentinos frente al mundo.
Abrazó al asesino de nuestros compañeros, el almirante Isaac Rojas, e incentivó entre nosotros la prepotencia y la voracidad patronal dando vía libre para la esclavización de los trabajadores.
Dejó en libertad a los criminales de la dictadura cívico militar responsables del más terrible genocidio de nuestra historia.
Así fue Menem.  Así fue hasta hace poco  que, aún decrépito y devastado por los años, ocupó una banca en la Cámara de Senadores de la Nación sin que a ninguno de los que compartieron con él la actividad parlamentaria se le moviera un pelo.
Menem y el menemismo fueron tan nefastos para nuestra República como las diferentes dictaduras que debimos enfrentar. En el pico más alto de su “reinado”, allá por la mitad de los noventa, convirtió a la Casa de Gobierno en un garito y a la quinta presidencial de Olivos en un prostíbulo.
Fue en esta residencia donde sacó por la fuerza a su ex esposa y a sus hijos mediante un procedimiento vergonzoso y en la cual, por las noches, jugó a los naipes el destino de nuestro país acompañado por un ramillete de personajes del ambiente artístico y su infaltable coro de sapos.
Cometer tantas atrocidades en nombre del peronismo tal cual lo hizo Menem, fue como degollar a miles de inocentes con el sable de un prócer.
Gran parte de los argentinos, con el ánimo quebrado miraban la vida detrás de un vidrio de colores sin advertir, o aprobando con aplausos, las miserabilidades de la banda menemista en el poder. Actores de cuarta categoría pretendían quedar bien con “ el turco” realizando papeles deplorables en imitaciones vomitivas.
Figuritas femeninas de la farándula ofrecían sus cuerpos a ese hombre pequeño con tal de sentarse a la mesa de los “triunfadores”.
Alguna señorona del espectáculo compartía feliz sus almuerzos televisivos con Menem, y otra llamaba cariñosamente “el presi” al sujeto de corbatas chillonas y escasa estatura moral.
Periodistas alcahuetes de los poderosos como los Neustadt y Grondona cantaban loas al felpudo riojano, y junto a la familia Alsogaray, le dictaban las políticas para destruir a la Argentina y sepultar a nuestro pueblo en la tragedia.
Todo estaba bien en el circo menemista para los pocos que enriquecieron y para muchos compradores de fantasías con menos seso que un ladrillo.
Pero, como dijo Martín Fierro “no hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte”. Los que veníamos peleando a las dictaduras más feroces y a los diferentes gobiernos títeres que se habían turnado para mal del país, seguimos resistiendo. Creamos alternativas en el movimiento obrero para enfrentar a la burocracia sindical mediante organizaciones como el MTA ( Movimiento de trabajadores Argentinos) y la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) imaginamos mil maneras de organizar nuestra militancia a través de la acción
política partidaria.
Escribimos cientos de artículos, pronunciamos millones de palabras durante años de actividad en programas radiales y de televisión, fundamos publicaciones populares que cumplieron el rol de tribunas contra el saqueo y la cultura menemista.
Y ganamos. A la larga ganamos. Menem se achicó cobardemente frente a Kirchner y huyó del papelón que le hubiera significado una segunda vuelta electoral en el año 2003.
También en la segunda vuelta matrimonial le fue mal y terminó siendo un pobre viejo abandonado por una belleza chilena que, tal vez, soñó con ser primera dama argentina. Final de partida. La muerte no no limpia las culpas.

  (*) De Iniciativa Socialista