lunes, 18 de enero de 2021

Polémica en el VAR

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

“Con el VAR, por ejemplo, Nai Foino hubiese podido cobrar el adelantamiento de Roma a Delém en el Boca-River del '62, Diego Ceballos hubiese marcado fuera del área la falta en favor de Boca en aquel penal contra Central en la final de la Copa Argentina, o Mauro Vigliano le hubiese pedido disculpas a Fernando Gago por la expulsión y el penal contra River por una mano que en realidad había sido pecho. Ese es el espíritu con el que nació el VAR, y que tan buena impresión dejó en el Mundial 2018: Evitar injusticias por errores arbitrales groseros.”  El ingenioso párrafo es del periodista de Pagina 12, Ariel Greco, en su nota: “El VAR, el lawfare del fútbol”, y parece ser un elogio al nuevo fenómeno. Pero no todas son rosas.
   Es difícil hablar del VAR sin precisar antes qué es lo que vino a aportarle a este inigualable


espectáculo televisado que despierta tanto deleite como pasiones encendidas: ¿Esperábamos un dispositivo de vanguardia, repleto de mediciones y cálculos de perspectivas científicamente indiscutibles, que venga a poner fin a todas las injusticias y controversias que el fútbol contiene desde el mismo  momento en que empezó a ser jugado hace más de dos siglos? ¿O era más lógico pensar en una sala de cámaras de última generación, de respuesta inmediata, lista para mostrar con total precisión quién y cómo comete una falta o no, y por lo tanto un gol o un penal se convalida o no, una herramienta preferentemente audiovisual que se utilice poco, lo menos posible, y sólo cuando la instancia en cuestión antecede a un gol o un penal en alguna de las dos áreas?
    No hay dudas. Esta última es la opción preferida para la mayoría de los aficionados. Y para implementarla solo hacía falta capacidad técnica, un buen y único narrador que describa lo sancionado, y que elija cuál de las varias reiteraciones desde diferentes ángulos que se emiten para todos los medios es la que mejor lo muestra. No es necesario que sea juez de fútbol. Un comunicador frío y profesional, que sea buen observador y que explique sin confundir qué es lo que se ve, trabajando en sintonía con un muy buen director de cámaras, un técnico de la imagen que sea rápido y agudo en la selección de las tomas. Y recién en tercer plano un árbitro, pero en la función de conocedor del reglamento. Nada más. Un servicio complementario al arbitraje del encuentro, tarea difícil si las hay. Algo hemos aprendido: como en muy pocos deportes, el fútbol es una disciplina de muy baja puntuación, en el que es muy difícil convertir. En un solo fallo discutible muchas veces se define un descenso tanto como un campeonato y a veces es de manera injusta. Un fallo arbitral decide el destino de verdaderas fortunas. Es muy válido tratar de minimizar el margen de error.
     Pero las cosas no están saliendo del todo bien, y muchas veces el VAR es más lo que complica que lo que aclara. En primer término, y según parece, en las grandes competencias internacionales de Europa el VAR es menos participativo y se ocupa sólo de jugadas de gol que merezcan una mejor observación para determinar el fallo. Pero en América del sur la cosa se complica porque hay un árbitro en la cancha y tres o más árbitros en una cabina, aunque con mayor poder de decisión que el juez de campo. Como una especie de organismo superior que puede modificar a su antojo cualquier fallo arbitral; una elite inmaculada, a salvo de ruegos, empellones, dramatizaciones, insultos y patadas en los tobillos de los jugadores, que entonces concentran todo su poder de fuego en el árbitro principal que nada tiene que ver con la decisión tomada pero que está para recibir. Por eso estamos viendo que en algunos casos, últimamente en la mayoría, el juez principal ni siquiera se acerca al monitor. Pide silencio, escucha la orden y directamente cobra lo que le dicen “de arriba” con cara de yo no fui.
  ¡¿Pero entonces para qué sirve el VAR?! Si me lo preguntan a mí, diría que funciona como un represor de desbordes pasionales. ¿Cómo? Está a la vista: ningún fallo es inapelable. Esa patada que da tu jugador y que el árbitro no vio, seguro que te la repite el VAR y te deja con diez. El VAR a veces te ayuda, y a veces te juega en contra, pero siempre te dilata la definición. Y cuando el VAR actúa se pierde tiempo, hay tensión, y la alegría o el dolor tardan más en llegar a tu corazón; el brindis perdió su sabor, la daga tarda en hundirse en tu carne trémula. “¡Pero el gol siempre es el gol!” dijo mi prima la soltera. Vivilo en carne propia: Lo ves venir, ves el delantero que desborda, ves la llegada del volante sin marca, ves el cabezazo inatajable, saltás de la silla. Y en el momento en que vas a gritar el gol te aparece el fantasma del VAR y la siempre latente posibilidad de que te revise el fallo y el grito se te atraganta hasta que el VAR decida.    
   No todo es en contra. Desde que el VAR fue implementado, cuando tu equipo recibe un gol la decepción no es inmediata. Hay como una especie de zona muerta en la que seguís al árbitro con la esperanza de que se lleve la mano al oído para escuchar la orden del tribunal supremo: "Fijate que el 9, cuando recibe el pase del 10, antes de sacar el centro que termina en gol, está un paso adelantado..." y cuando al cabo de unos cruciales segundos de angustia comprendés que eso no va a suceder ya lo tenés digerido, y recién ahí, recibís el sopapo definitivo de que ya nada puede evitar el gol en contra y la derrota segura de tu equipo, pero el poder del golpe previamente anunciado es más atenuado.
   Con la llegada del VAR acaban de herir de muerte a la máxima emoción del fútbol: el gol de tu equipo. Uno siente que nunca más el grito de gol va a ser esa explosión de júbilo contenido por la tensión del juego, algo que se libera sin dilaciones en el momento exacto en que el ingreso de la pelota al arco contrario es un hecho irreversible. Eso se terminó, porque en la era del VAR ningún grito de gol puede resultar inapelable. Basta con pensar el gol de Diego a los ingleses sujeto al VAR; no podríamos gritarlo de la misma manera como lo gritamos entonces. Al menos no hasta no estar seguros de que el árbitro tunecino Alí Ben Nasser no decide anularlo a instancias del VAR, que le marca que Diego le comete falta a Terry Fenwick cuando al ingresar al área evita con un manotazo el agarrón con el que intenta frenarlo el defensor inglés. No hubiera habido grito, ni abrazo con tu prima, ni barrilete cósmico, ni nada. Es que en estos tiempos ningún gol se grita con todo antes de la repetición del VAR. Y algo habrá que hacer para recuperar esos gritos.