El Gitanillo, el personaje del pasodoble de don Juan Arolas, estaba con el autor en el Mundo Preterrenal, pero sin letra. Éste encontró un angelito, que cuando naciera, tendria sus condiciones artísticas y sería tan bueno como él. Y le confió la letra perdida:
«Acordate que Para los gitanillos, basta la salud» le recomendó. Él se habia dado a la bebida.
Cuando le tocó bajar a la Tierra, se encarnó en Robertito, un recien nacido que vivia en la localidad de Valentín Alsina, cerca de donde hoy el Club Atlético Lanús está levantando su filial.
El bebé pronto mostró sus dones artísticos, cantando, bailando y contorneándose al ritmo del pasodoble de sus papis gitanos.
Así fue creciendo y actuando, para encanto de su mamá, en las fiestas familiares y en los encuentros de la sociedad de fomento del barrio.
Pero por desgracia, con algunos amiguitos empezaron a fumar. Primero era un picardía de chicos, pero después se transformó para él en adicción. Asi desoyó el consejo: «para los gitanillos basta la salud», que fue quedando en el olvido.
El éxito como cantante llegó en plena juventud al ritmo de un nuevo ritmo: el rock and roll, pero en castellano. Primero en los clubes de barrio; después en el resto del país y en el extranjero. Al principio con un conjunto, luego como solista. ¡Su carrera duró cuarenta y pico de años! Fue el El Gitano de América, o simplemente Sandro (foto).
El cielo lo llamó antes. El cigarrillo lo tuvo a mal traer mucho tiempo. Quedan sus canciones: Rosa, Rosa, Mi amigo el Puma, Quiero llenarme de ti y muchos éxitos más. También hizo muchas películas que hicieron las delicias de sus fans o «chicas» como solía llamarlas.
Ahora en la vida eterna actúa para deleite de las ángeles del Cielo.
¡Chau Sandro!
Leonardo Saphir