por Omar Dalponte*
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La paz y la alegría no vienen solas. A veces hay que ayudarse. Pero minga de ganas de autoabastecerse de buena onda cuando estás obligado a desayunarte con vinagre. Para esquivar los trompazos de la malaria, uno quisiera ser como fue el gran Nicolino Locche, aquel boxeador mendocino, campeonazo mundial a quien era más que difícil embocarle una piña. Para el siglo XXI esperábamos cualquier cosa. Fruncíamos dándonos manija pensando que un día, un piantado con poder podía apretar un botón y hacer bolsa al mundo entero con un bombazo de aquellos. Hasta no faltó quien delirara con la guerra de las galaxias. Nunca imaginamos que un bicho al que liquidás lavándote con jabón iba a acostar a miles y miles de personas en todo el planeta y que nadie, ni los bochos mejor dotados, serían capaces de inventar algo que nos lo saque de encima. Lo cierto es que desde hace varios meses, nosotros y los otros, aquí y en todos los rincones del globo, para protegernos incorporamos el barbijo a nuestra existencia y muchos, pero muchos en serio, estamos obligados a cumplir prisión domiciliaria como uno de los pocos recursos que tenemos a mano para evitar que te arrebate el bicho y seas boleta quedándote sin aire en la más absoluta soledad. Después de haber llegado a la Luna, luego de colocar satélites en la órbita marciana y de alcanzar cosas extraordinarias, al final, un cachito de trapo y guardarte en
¿Viste Gerardín? Saltó la liebre cuando y como menos pensábamos. Y la fulera nos enganchó a todos sin hacer diferencia entre rubios y morochos. Todos caímos en la volteada. No se si a vos te pasa. Pero a la mañana, cuando recién abrís los ojos y entrás a carburar, ni bien te sacudís la modorra parece que soñaste con algo feo. Pero no. Todo esto es verdad. Como dice el viejo vals: “Despertar, es hallar entre sombras la amarga verdad”. Y si soñaste con algo lindo, seguro que la realidad te sacude y quebrás ilusiones sin vuelta de hoja.
Menos mal que los escribas, aunque juguemos para clubes chicos calzando alpargatas, tenemos la suerte de poder colarnos en el territorio de las fantasías y divagar hasta donde lo permita el sentido común. Te cuento que en una de esas incursiones al barrio de las irrealidades, me crucé con el bueno de Norberto Rotondo, veterano sabio lanusense con más terreno caminado que Moisés y sus amigos. Entonces, hilvanando algunos recuerdos tratamos de explicarnos donde estamos. ¿No será que ya fuimos finuchos y que alguna vez estuvimos en el Paraiso? ¿No habrá sido que nuestro Señor nos tuvo cerca y que de tantas que le hicimos, de un patadón nos mandó al infierno? Porque, mirá Gerardín, vos sos de varias lunas posteriores a las mías pero no te cocinás al primer hervor. Y, como yo, viviste épocas muy diferentes. Es cierto que, un poco más o un poco menos, los que venimos de viejos laburantes siempre tuvimos que andar galgueando para pasarla dignamente. Pero nunca con el alma en la boca las veinticuatro horas del día y jamás tan indefensos y con tanta incertidumbre como ahora. Tuvimos suerte. Creo que demasiada. Por como nos criamos, por todo lo que vimos y todo lo que vivimos. Los que amanecimos allá por los fines de la década iniciada en 1930 arrancamos la primaria cuando se hizo realidad que “los únicos privilegiados eran los niños”. Nuestras viejas nos peinaban “a la gomina”, nos enfundaban en un guardapolvo blanco almidonado y duro como una tabla, nos llevaban a la escuela y, si ibas de mañana, cuando regresabas te esperaba la mesa servida con la fuente de puchero de falda o de osobuco humeante. Si la cosa era de tarde, a tu llegada te pasabas a la busarda el tazón de cacao con leche acompañado de pan y manteca. Después, antes y durante la cena en familia, no faltaba la radio con el Glostora tango club, Los Pérez García, Peter Fox... lo sabía, Tomás Simari el hombre de las mil voces o La pareja Rinso... berbia, con Blanquita Santos y Héctor Maselli. Leíamos mucho. Cualquier revista de historietas incluía algo de literatura buena: En revistas como Intervalo podías leer Crimen y Castigo, El hombre de la Máscara de Hierro o la Vuelta al Mundo en 80 Días. En El Tony consumías El Jorobado de Notre Dame o El León de Francia y te enterabas quienes fueron Dantón, Robespierre, Desmoulins, Fouché y hasta el mismo Napoleón Bonaparte.
Rico Tipo te divertía con Bómbolo, Fúlmine, Fallutelli y con las historias de Juan Mondiola. Leoplán (Leo... plan) propuso a lo largo de sus 700 números publicados un plan de lectura con obras de tipos que fueron verdaderos capos de la literatura. Te nombro algunos: Chéjov, Verne, Maupassant, Zola, Tolstoi, Dostoyevski, Dumas, Balzac, Doyle, Poe, Zweig y varios más. Mucha gringada me dirás... y sí... pero que querés, después de la guerra y del reparto del mundo en Yalta, así venía la mano. Pero estos ñatos fueron buenos de verdad. También algunas revistas de aventuras, y tiras de ciertos diarios, le entraron a grandes autores de los nuestros como fue Eduardo Gutierrez. El gaucho Hormiga Negra, una de sus creaciones, fue uno de esos personajes que millones de lectores leyeron con avidez. También Fabián Leyes y el cabo Savino.
Cuando éramos pibes conocimos por los diarios, revistas, la radio, el cine y por Sucesos Argentinos (primer noticiero cinematográfico argentino) a grandes personajes que hicieron historia. Más tarde, a muchos los vimos personalmente y cuando llegó la televisión nos familiarizamos aún más con ellos. Así fue que supimos de Perón, Eva, Gatica, Fangio, Gálvez, Loche, Goyeneche, Sandro, la Negra Sosa, Tita Merello y Hugo del Carril. Admiramos a Favio, a Discépolo, a Manzi, a Nelly Omar, a Alcón, Alterio, Norma Aleandro, el Negro Olmedo, Pugliese, Troilo, Salgan...¡Tuvimos tanto y a tantos!
Junto a la runfla burrera pudimos ver a Leguisamo, Antúnez, Quinteros y J.P. Artigas ; correr a Penny Post (hijo de Embrujo y nieto de Congreve, nada menos). Al gran Yatasto, feúcho, inalcanzable, trenzarse en finales memorables con Branding y Sideral que, alguna vez, lo dejaron tercero para sorpresa de miles.
Disfrutamos las tardecitas y las noches de las calles Corrientes, Lavalle y Florida en su esplendor. No se vos ,Gerardin, que sos “cuervito”, si alcanzaste a pellizcar algo del Ciclón del Terceto de Oro que formaron Farro, Pontoni Y Martino. Yo los vi sacarse lustre con el Lanús del tiempo de León Strembel, el “Pata” Guidi y Nicolás Daponte. ¡Cuántos domingos, después de la tallarinada con los viejos y hermanos, nos hicimos una panzada de buen fútbol en la vieja canchita viendo a nuestro granate! Eran domingos de cancha llena y colorido como para un cuadro. Por aquí desfilaron los rojos de “Capote” Vicente de la Mata, el River del gran Amadeo y Walter Gomez, el Boca de Lombardo, Mauriño y Pescia, el Racing de Boyé, Méndez , Bravo, Simes y Sued… y siguen las firmas. ¡Tuvimos tanto y a tantos!!
Tuvimos el moscato con la porción de anchoas en El Rubí, la inauguración del Palacio del Cine, grandes obras en el cine teatro Ópera, las carreras de bicicleta organizadas por el legendario “Pichín” y el no menos legendario Santella. Los bailes de los Bomberos de Lanús Este, los que organizaban el Club Podestá, Obreros del Transporte, Siglo XX y los inolvidables de las pistas de nuestro Club Lanús. En la política del pago chico tuvimos como para hacer un seleccionado. Por eso da bronca la pobreza franciscana que hoy por hoy hay entre nosotros los lanusenses. Hubo tipos que la sabían lunga y tenían melón como para encarar cosas trascendentes. Te nombro algunos nomás. De distintas pertenencias, Valiosos todos. Honorables todos. Bernardo Gago, primer intendente peronista elegido por el voto popular. Emérito González, un nacional intachable, intelectual de primerísimo nivel que, entre otras cosas, fue continuador, en Derecho, de la cátedra de Alfredo Palacios en la Universidad de La Plata. El doctor Victor Ballarati, médico, conservador, un tipazo. El contador Emilio Gianoni, socialista, periodista, concejal en su tiempo y orador notable. Yoliván Biglieri, radical, abogado, periodista, corajudo, patriota al mango. Protagonista de un duelo con un almirante que no supo con quien se metía.
Ya ves... seguro que estuvimos en el Paraíso. Ahora hay que bancarse el calor de las llamas. Tanto jorobó Carubelli, aquel cura gritón de la Iglesia Sagrado Corazón, con eso de que si nos portábamos mal íbamos a parar al infierno, que al final se le hizo. Bueno, ahora no es cuestión de andar llorando como flojos por los rincones. A ver si nos avivamos y encontramos la manera de escabullirnos, de piantar de los dominios del Feo, abuenarnos un poco con este bendito país y laburar con inteligencia y honestidad para hacerlo justo, libre y soberano. Salute. Y ojalá que esto sea una pesadilla.