por Omar Dalponte
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¡Que lo tiró! La mala racha no te deja acomodar. Cuando sentís que tenés un poco más de aire y te ilusionás con que podrás recuperarte, llega otra sacudida que te manda contra las cuerdas. La primavera, la data de que, por fin, en algunos lugares la peste afloja y la noticia de que la vacuna llegará más o menos pronto nos estaban levantando un poco el ánimo.
Y llegó el mazazo. Tremendo. Brutal. Falleció Diego Armando Maradona. Ídolo, por varias razones, para una inmensa parte de nuestro pueblo. Ídolo también, como no se dio nunca respecto a un futbolista, para gran parte de las sociedades de muchos países.
Murió Diego Armando Maradona. Final de una vida. Fin de la vida del mejor futbolista de todos los tiempos, sin dudas. Personaje dotado excepcionalmente para dominar la pelota, continente de todas las virtudes y defectos que la inmensa mayoría de los argentinos llevamos como marca en el orillo. Por eso, tal vez, millones de personas lo sentimos cómo el más nuestro de los nuestros. Complicado. Pero auténtico. Final de la existencia de un tipo que le puso banca a la vida sabiendo que, justamente, es la vida quien carga el sabot y acomoda los naipes a su
Hay mucho más para decir. Pero la pregunta es: ¿para qué? En medio de tanta "opinologia", (profesional o amateur) que hoy está a la orden del día, lo más probable es que lo que abunda se pudra rápidamente. Tanta cosa inventada y malévola circula por mano y contramano que solo sirve como alimento de los que comen en el basural de las miserias. En lo que se refiere al concepto que el pueblo tiene de su ídolo, no hay nada que explicar. Es tan claro como el agua. Inmodificable, como el pasado. Lo que piensan y sienten millones de personas por Maradona es amor del bueno. Y Ese amor el pueblo lo expresó, lo expresa y expresará con toda la polenta y la sinceridad que las multitudes saben hacerlo respecto a aquellos a quiénes aman. Es la clase de amor que no se mata con balas, no se ahoga con gases ni se abolla a garrotazos. Mirá, Gerardin, yo sé que vos estrilás tupido cuando ves a la morochada en movimiento. Pero a mí me gusta puarte porque es como echarle sal a las gastadas que van y vienen entre vos y yo.
No se puede negar que el otro día, cuando el campeón ya sin vida recibía el adiós bañado de tristeza que le daban miles y miles de seres, el pueblo habló, manifestó y a su manera dijo y escribió cosas preciosas. Te diría que inigualables. Inigualables como el 10. La muchachada dejo su testimonio. Escrito en cartelitos, en las paredes, llenando el aire de voces tribuneras. Quedó el eco de la voz de la gente. Su fervor, el barullo quilombero de cancha de futbol llena, Quedaron los manchones de vino tinto en el asfalto, el olor a transpiración, olor a pueblo, que para algunos de nosotros es el más grato de los olores. No podía ser de otra manera. Una parte de Diego se fue. Quedó el pueblo. Y si quedó el pueblo, de Diego piantó sólo una parte. Porque Diego es un cacho de pueblo. Ningún grande queda fuera de la memoria colectiva. Y Maradona fue y sigue siendo un grande de verdad. El morocho que caminó desde Lanús a Dubai con miles de paradas intermedias dejando en cada una de ellas señales imborrables.
Cuando murió Perón, un compañero -Rodolfo Walhs- escribió: " En la conciencia de millones de hombres y mujeres esta noticia tardará en volverse tolerable" La frase encaja justa en estos días.