por Omar Dalponte
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Tuvimos suerte, mucha suerte. En nuestro tiempo hubiésemos dicho: “Tuvimos un tarro bárbaro”. Acordate, hace más de 50 años ya se decía: "Este siglo es de locura, de robot y escaparate. Buenos Aires sigue el ritmo de París y Budapest. Todo el mundo se alza de hombros y habla de la Bomba H, quiera Dios que no te cache una del Follies Bergere. Ríe el pobre, canta el rico, ronca el tano en su cotorro. Se inventó el avión a chorro y el chorro raja en avión. Viene Gina, se va Gina y de un pícaro planeta un marciano en camiseta baja en plato volador”.(1)
Decíme la verdad Geradín, ni soñando podíamos creer que aquello no era el despelote total y que alguna vez, en el adelante nuestro, íríamos a pasar las que pasamos y las que estamos pasando. Como te dije, tuvimos suerte en vivirla más o menos de regular para arriba, y eso nos dio aire para aguantar el tren de carrera ahora que dejamos atrás el último codo y entramos a la recta final. Del baraje de la vida ligamos blancas y negras. Algunas cartas bravas y un montón de cuatros de copa. Es cierto. Pero no menos cierto es que pudimos espumar muchos pucheros y festejar buenas de verdad, inolvidables. Acordate. Cuando vos andabas jugando al “vigilante-ladrón” con algunos rusitos amigos en La Paternal, y yo con los pibes del barrio me bañaba en “La Redonda”(2) nuestros viejos y todos los padres y madres de aquel tiempo vivían con el Jesús en la boca por miedo a que la poliomielitis (parálisis infantil le decían) le cayera como un rayo del mal a uno de sus hijos. Por toda protección, a la pebetada le colgaban del cuello una
¿Viste? Así de inocentes somos los humanos cuando en medio de la desesperación recurrimos a lo que venga con tal de espantar a las desgracias. Si alguna veterana y algún veterano leen estas líneas sabrán de qué hablo. Por fortuna apareció, allá por 1952, uno de esos capos de la ciencia, un tal Jonas Salk -¿te suena?- que descubrió la primera vacuna salvadora y además tiró un centro espectacular. Allí aplaudimos desde los cuatro costados de la cancha. Y diez años más tarde, en 1962, otro jugadorazo de laboratorio, Albert Sabín -¿te suena?- sumó un golazo de antología y trajo la solución definitiva. Así se eliminó el flajelo de la poliomielitis en gran parte del mundo. Por ahí no te acordás porque vos, en aquel entonces, todavía eras muy chico, pero yo pegué una respirada bárbara. En julio de ese año fui padre por primera vez. Otra aliviada de la gran siete la recibimos cuando alrededor de 1950, los que sabían, se apiolaron que el empleo de los antibióticos podía generalizarse y eso nos cambió la vida. Ante semejantes conquistas de estos recontrabochos, millones y millones nos sentimos como si estuviésemos dando la vuelta olímpica con los mejores goleadores a la cabeza. Calculá, en pocos años tres buenas de las mejores: fin de la guerra mundial, adiós al cagazo por la amenaza de la poliomielitis y mucha más defensa contra enfermedades infecciosas que hasta ese momento te mandaban al hoyo irremediablemente. No fue poca la alegría.
Por ese tiempo también vinieron las que vinieron y hubo de todo como en botica. No faltó quien refiriéndose a la gente humilde contenta por los baratos que, por fin, recibía de un gobierno piola elegido en 1946, la tratara de aluvión zoológico. Tampoco faltaron quienes metieran una cuantas bombas en medio de una multitud en 1953, o los que pasando todos los límites que sólo fueron capaces de pasar cuatro turros enloquecidos por el odio, bombardearon el corazón de la ciudad de Buenos Aires en 1955. También hubo entreveros al por mayor. No se si te acordás de la “laica o libre” y la pelea por el famoso artículo 28. Esa si que fue linda. Cuando menos lo esperabas estabas metiendo algunas piñas o cobrando como adentro de una bolsa. Hasta algunos curas y monjas ligeros y ligeras de cincha, se sacaron las sotanas y se zambulleron en medio de los garrotazos. Ya sabés. Estos muchachos no se andan con vueltas. Te tragás la hostia calladito y a gusto o te la meten a la fuerza como moneda en alcancía llena. Aquellas broncas tuvieron que ver con los que discutían por el asunto de las universidades y se sacudían fiero peleando para que estas fuesen estatales o privadas. Ya te la voy a contar más clarita, porque el jaleo fue jugoso y duró un par de años.
Pero en el mientras tanto, desde aquellos ayeres hasta ahora, fuimos testigos de cambios impresionantes que muchas veces nos dejaron con la boca abierta. Pasamos de las chatas areneras a los camiones modernos, del teletipo y los radiogramas al correo eletrónico, de las viejas máquinas de escribir a las computadoras, de las radios capilla a televisores que te ocupan toda una pared. Vimos nacer los satélites dirigidos desde tierra y llegar al hombre a la Luna. Y en el medio ¡para que te cuento! Hace 53 años apareció un flaquito pintón, Christiaan Barnard -¿te suena?- aquel que pasó a la historia por hacer el primer trasplante de corazón. Aquí en Lanús, en mayo de 1968, el doctor Miguel Enrique Bellizzi -¿te suena?- también abrió camino en esto de trasplantar corazones. Fue en la vieja Clínica Modelo y el primero que se realizó en la Argentina. Vimos todo eso Gerardín. Vos, que seguramente y por cercanía a La Paternal habrás caminado por el barrio Villa Mitre en la capital, no se si llegaste a tomar café en El Progreso, de Gaona y Boyacá, el bar que, según dicen, inspiró a Castaña para hacer el tango Café la Humedad. O en el Lumiton, que estaba o está en la misma esquina cruzando en diagonal. Supongo que alguna vez, como a mí, te entusiasmaron “las luces malas del centro” y recalaste en La Paz, el Bar Ramos o en La Opera. En Lanús tuvimos (y tenemos) nuestros lugares para juntarnos y darle a la sin hueso duro y parejo. En estos chamuyos en tiempo de peste los nombramos varias veces. Pero a Corrientes no hay con que darle. Corrientes, para muchos de nosotros, los que aún estamos y los que se olivaron para siempre, fue la calle de “la farra y del placer”. Andá a contar que por poca plata, en Casa Braudo te hacían un flor de traje y te daban encima otro pantalón de la misma tela y color. Y que en Los 49 Auténticos te podías hacer una pilcha del mejor casimir y garparla en cómodas cuotas. ¡Ma que París, Miami, Roma o Madrid! ¿En qué lugar del mundo pudo haber postas finolis como fueron La Fragata o la Cabildo para disfrutar appuntamentos de esos que no se empardan? En ese tramo desde el bajo hasta Callao, de ida por una vereda y vuelta por la otra, antes o después de la milonga, el cine, el teatro o la pizza en Guerrin, te podías cruzar con Stray, Mores, Dringue Farías, Ambar La fox o Nélida Roca sin que nadie ande de arrebato. Si, Gerardín, tuvimos suerte. ¡Tuvimos tanto y a tantos!
Bueno, voy a cortarla porque no es mi intención esgunfiar con tanta perorata. Y quiero terminarla recordando a un tipo que fue y seguirá siendo un grande entre los grandes. Hace 69 años, un 23 de diciembre murió Enrique Santos Discépolo (Discepolín para los amigos) Peronista, verdugueado por el gorilaje y los carneros del antiperonismo, murió triste. "Vacío ya de amar y de llorar tanta traición”. Sí, hiere, lastima el haber sufrido “arrastrándose entre espinas" y tal vez por ese dolor , en su reproche como una “canción desesperada” embroncado le dijo a Dios que "el quererlo es dar ventajas y el amarlo es sucumbir al mal". Partió, y con él se fue su "talento enorme y su nariz" llevándose la muerte "su lágrima amarga y escondida y su careta pálida de clown".
Se fue. Pero no se fue. Para nosotros, el pueblo, estará siempre presente en "el fraternal rincón de nuestro amor". Como dijo Homero Manzi: “con esa sonrisa entristecida florecerá en verso y en canción”. Salute, y hasta la próxima amigazo.
(1) Del tango Juan Porteño, de Hector Marcó. Alude al Follies Bergere, famoso cabaret de Paris y a Gina Lollobrígida, actriz italiana que visitó nuestro país.
(2) “La Redonda”: Lagunita que se hallaba aproximadamente en el lugar donde hoy se encuentra el estadio de El Porvenir, en Gerli.