por Víctor De Gennaro*
Es impresionante y provoca que todas las tapas de los diarios y los editoriales radiales o televisivos de las empresas de la comunicación hegemónicas le dediquen espacio al precio del dólar ilegal, tema de minorías especulativas, en detrimento de los problemas de nuestro pueblo.
Es sorprendente el silencio total, por el contrario (sólo roto el día de su aparición como dato) de la pobreza y el hambre de nuestros compatriotas, del que no hablan ni publican nada sobre ese flagelo, preocupación de todos.
Claro, hay que ocultar que el “hambre que es un crimen” en un país hecho de pan, como nos enseñaba con sentido común nuestro maestro Alberto Morlachetti.
Más de 20.000.000 de compatriotas viviendo bajo la línea de la pobreza y casi 6.000.000 sumergidos en la indigencia son un cachetazo total y cotidiano a los sueños de una sociedad feliz para todos.
Claro que no es el “mercado” que salva vidas, sino la política de un gobierno que reconstruye un estado que lo haga. Nadie duda que así fue cuando se encaró la recuperación del equipo y el sistema de salud, evitando una catástrofe como lo reconoce cualquier persona con sentido común.
Eso no nos evita, por supuesto, la tragedia diaria con que esperamos angustiados el número de muertes de nuestros conciudadanos frente a la incapacidad de encontrar otra forma de
La pandemia vino y sigue viniendo pero dejó también al descubierto el hambre, la pobreza, el hacinamiento habitacional y la falta de acceso a los servicios públicos esenciales como el agua potable, la salud y la educación entre otros.
Por suerte nos encontró con un entramado de redes sociales y prácticas comunitarias que hace años venimos construyendo y que se hace cargo de lo más elemental: Hacer llegar comida a los hambrientos.
En primera línea los trabajadores esenciales (la mayoría ni siquiera reconocidos salarialmente) de las organizaciones sociales, barriales, religiosas, deportivas que continuaron y aumentaron el esfuerzo por ayudar.
Se sumó la asistencia, a través de los gobiernos provinciales y municipales, que a través de la escuela pública aumentaron varias veces la entrega de bolsones de comida que se entregaban hasta fin de año 2019.
También nacieron miles y miles de ollas populares a lo largo y ancho de nuestro territorio para demostrar que la actitud solidaria de nuestro pueblo mayoritariamente se mantiene y crece.
Pero lo que permitió paliar la cruda realidad del hambre es la concreción de políticas públicas como la Tarjeta Alimentar, el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que sumados a la Asignación Universal por Hijo existente, más que duplicaron la garantía de acceder al alimento de lo entregado por todos los esfuerzos anteriores.
Por eso es incomprensible que se descarte en el Presupuesto 2021, en discusión hoy, la posibilidad de aprobar el Salario Básico Universal o en su defecto la continuidad mensual del IFE.
Si así fuera, sería mantener a millones de compatriotas en la pobreza y el hambre.
Y lo señalo, sin dejar de reconocer lo bueno que significa el Potenciar Trabajo que condensa las experiencias anteriores del mismo estilo, pero siendo consciente que alcanza a contener a menos de 1.000.000 de beneficiarios, ni siquiera el 10% de lo que comprende la aplicación del IFE.
Ya hay bastante literatura, y comprobaciones como para ahondar en números para demostrar que es posible, además de necesario y a esta altura imprescindible.
Se opta por apostar a que la solución viene de las políticas que garantizarán las actividades privadas. Como si una y otra vez no se hubiera demostrado que la “copa que se llena” y luego derrama es una falacia.
Se evita discutir una política impositiva progresiva, donde los que más tienen más aporten, tan racional y de sentido común avalada por la mayoría de la población de la Argentina.
O terminar con los subsidios a las grandes empresas transnacionales que siguen saqueando y extranjerizando nuestros recursos minerales, petroleros, ictícolas agropecuarios o financieros.
Esta encrucijada no es nueva y se viene planificando y repitiendo cada tiempo desde el Golpe Genocida de 1976 donde se instaló el hambre como herramienta de disciplinamiento social.
Mi experiencia más profunda y popular al ser parte del Frenapo, al principio del siglo, y enfrentando a los que proponían el fracaso de la gobernabilidad dolarizada, o los que planteaban la gobernabilidad devaluacionista es que hay solo una sola salida “la distribucionista”, única capaz de encaminarnos a la Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política.
Logramos ser parte concurrente de la rebelión argentina y latinoamericana contra los poderosos, que abrió una oportunidad histórica en la primera década del siglo.
Hoy creo que hay mucho, muchísimo más entramado social y organización territorial y barrial que en aquella época, pero la dispersión de nuestras energías e incapacidad de hacer un solo manojo de fuerzas para avanzar nos condiciona.
También es cierto que no al alcanza con un Frente Contra la Pobreza, es más, no es contra, debería ser “Por”. Sí estoy convencido que para alcanzar una Argentina Libre de Hambre es menester construir un Movimiento por la Riqueza.
El gran aluvión democrático del voto esperanzador de nuestro pueblo de hace un año nos abrió una nueva oportunidad para soñar que es posible realizarlo, y el protagonismo de los pueblos de Bolivia, Chile, Colombia entre otros, nos marca a las claras que allí está donde abrevar para alcanzar nuestros sueños, y vale la pena ir por ellos.
(*) Presidente del Congreso Nacional de Unidad Popular