domingo, 18 de octubre de 2020

Memorias granates: Ramón, de vuelta por el barrio

por Marcelo Calvente


marcelocalvente@gmail.com


Concluido su vínculo con el Mallorca a mediados de 1976, Ramón decidió volver y encontró un país que hacía menos de un año había vuelto a caer en manos de los militares. Todo había cambiado, había inestabilidad política y social, censuras a músicos y artistas, detenciones clandestinas de las que nadie estaba a salvo más allá de la ideología o profesión que se tuviera. Mientras miles de civiles eran torturados y asesinados, la Junta de Gobierno buscaba maquillar esa realidad con hechos de gran espectacularidad como lo fue la organización y posterior obtención del Mundial 78, cuya final se disputaría a diez cuadras de la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los principales centros de detención y tortura. Solamente desde lo deportivo podría explicarse cómo fue que Cabrero decidió volver a la Argentina, de donde miles de compatriotas trataban de escapar, cuando en España podía vivir sin ningún tipo de sobresaltos. Su carrera en el fútbol continuaría por los carriles normales y se extendería unas cuantas temporadas más. A los 30 años se encontraba muy bien físicamente y contaba con la experiencia de haber actuado más de un lustro en una de las ligas más competitivas del planeta. Sin embargo, la mayoría de los entrenadores y dirigentes argentinos ya le habían perdido el rastro.
   Antonio Mario Imbelloni, que había dirigido a Ramón en Lanús en 1970, había firmado como

nuevo DT de Independiente Rivadavia de Mendoza, buscaba jugadores de jerarquía para disputar el Nacional de 1977 y le hizo un ofrecimiento. Aunque hacía muy poco había enfrentado al Real Madrid y al Barcelona, a Cabrero no se le caían los anillos por tener que bajar de categoría para jugar la Liga Mendocina. También le seducía la oportunidad de volver a medirse contra los clubes de la A y la cifra del contrato que le ofrecían estaba por encima de la que podía darle cualquier institución mediana de Primera División. Argentinos Juniors, con un Diego Armando Maradona que a sus 18 años ya se había convertido en la gran atracción del fútbol argentino, fue otro de los equipos que posaron sus ojos sobre Ramón, pero según él mismo explicó: “si en ese momento Argentinos me pagaba diez, Independiente me daba veinte”. Además, Mendoza era una de las siete plazas fijas del Nacional, por lo que si bien clasificarse al torneo no era un objetivo sencillo, tampoco era imposible de lograr. En la Lepra la figura era el mítico Trinche Carlovich, hasta que un día se hizo echar en un primer tiempo frente a Gimnasia y nunca más lo vieron por Mendoza. Y pese a que su posición en el campo de juego y sus características eran muy distintas, Imbelloni pensó que Ramón podía  reemplazarlo y ser la manija de los Azules. La Lepra tuvo una gran actuación en el Nacional de 1978, del que quedó eliminado por diferencia de gol. Con seis triunfos, cinco empates y sólo tres derrotas, el equipo de Ramón compartió el segundo puesto con San Lorenzo de Almagro -lo aventajó por cuatro tantos- y obtuvo resultados que quedaron grabados por años en la memoria de sus hinchas, como los triunfos 2 a 1 de visitante y 3 a 2 en casa ante Banfield, la victoria 2 a 1 ante el puntero Newell’s en el Gargantini y la igualdad 2 a 2 frente al Ciclón en su viejo estadio de Avenida La Plata, donde los Azules perdieron la oportunidad de superar por puntos al conjunto azulgrana a dos fechas del cierre.
   Cabrero fue un pilar fundamental de un plantel al que también integraban Carlos Carrió y Héctor Cúper. Independiente Rivadavia no pudo clasificar al Nacional de 1978, por lo que  el Cholo Miguel Ángel Converti  reemplazó a Imbelloni. Ramón tiene más presente su etapa en el conjunto leproso que sus siete años en el fútbol español. Recuerda fechas, partidos, goles, y sobre todo el aliento de “la hinchada más grande de Mendoza”, que le brindó todo su cariño desde el primer día que pisó el club. “Mi mejor versión fue la de Newell’s, en el 71, pero en Mendoza también anduve muy bien. No me arrepiento de ninguna decisión de las que tomé durante mi carrera, pero me hubiese gustado jugar un poco más en Independiente Rivadavia”, cuenta Ramón cuando profundiza sobre sus últimos años como jugador de fútbol. La de 1978 fue otra muy buena temporada para él. Con Cabrero como abanderado, Independiente Rivadavia se dio el gusto de dar la vuelta olímpica en la cancha de Gimnasia, donde igualó sin tantos en la jornada final. Fue el vigésimo octavo título provincial para los Azules y el tercero para Ramón, quien había integrado el plantel del Atlético Madrid que ganó la Copa del Rey de 1972 y la Liga Española de la temporada 1972/1973, pero sin jugar.
   A mediados de 1978 dejó el club para sumarse a préstamo por tres meses a San Martín de Mendoza para jugar el Nacional de ese año. Si bien le tocó formar parte de la Zona D del campeonato junto con River, San Lorenzo, Colón, Quilmes, Atlanta, San Martín de Tucumán y Alvarado de Mar del Plata, el Chacarero dio pelea en las primeras posiciones de su grupo y resultó una de las gratas sorpresas del certamen. El técnico de San Martín no era otro que Juan Carlos Montes, aquel recordado mediocampista surgido de Chacarita que había jugado con Ramón en Newell’s y en 1976, como DT, había hecho debutar a Diego Maradona en la Primera de Argentinos Juniors. San Martín estuvo a punto de clasificar a la ronda final: derrotó 4 a 3 a River y alimentó el sueño de casi toda una ciudad. Sin embargo, Colón empató  0 a 0 su encuentro ante San Lorenzo y dejó sin chances al equipo de Ramón, que terminó tercero, a un punto por debajo de los santafesinos.
     Tras ese muy buen paso por San Martín, Ramón regresó a Independiente Rivadavia a cerrar su carrera de futbolista en el Nacional de 1979. Pocos días después de concretado su retiro, aceptó la propuesta de su último entrenador, Enrique Fernández, para incorporarse a su cuerpo técnico como ayudante de campo durante el Nacional de 1980, y una vez concluido el torneo, se volvió para su casa de Lanús y junto a sus afectos,  pensar en su futuro. Aquellos once meses como ayudante de campo en Mendoza le sirvieron para convencerse de que su futuro podía continuar ligado al fútbol, aunque a su vez pretendía dedicarle más tiempo a su familia, sobre todo a sus dos bebés. La decisión fue alejarse de la actividad durante dos años. “Me desentendí de todo lo que tenía que ver con el fútbol. Veía algunos partidos, pero no pensaba en volver. Vivía una vida muy tranquila, como siempre me gustó a mí. Ayudaba a mi mujer con las cosas de la casa, jugaba un rato con mis nenes y a la tarde me juntaba a tomar café con mis amigos. Hasta que una mañana de mediados de 1982 estaba cortando el pasto del jardín de mi casa y se me aparece Néstor Díaz Pérez, que todavía no era presidente pero manejaba todo el tema del fútbol. ‘Gallego, ¿estás al pedo?, ¿no querés dirigir las Inferiores?’, me dijo. Creo que no me dio tiempo ni a levantar la cabeza. ‘Eso sí, mirá que en el club no hay un mango’. Andaba desesperado, pobre Néstor. En esa época Lanús no era lo que es hoy, todo se hacía a pulmón porque el momento que atravesaba la institución era muy bravo: más allá de que el equipo había ascendido de la C a la B, no había plata para pagarles a los jugadores y se necesitaba de la ayuda de todos. Y la verdad es que yo nunca había sido de quedarme sentado mirando la tele, y sentía que era el momento de dar una mano. No pasaron ni dos días que ya estaba entrenando a los pibes en la canchita del fondo”, nos dice con nostalgia Ramonín en 2013.
     Cabrero encontró una institución mucho más deteriorada que la que había conocido en sus inicios, pero de todas formas logró sacar muy buenos resultados en la primera de sus tres etapas en las Inferiores de Lanús: primero como técnico de la octava y luego al mando de la exitosa y recordada categoría 66. A sus 35 años, Ramón mantenía una relación casi de padre a hijo con sus dirigidos. Los trataba de usted, como acostumbraban la mayoría de sus ex entrenadores, pero su vínculo con el grupo, conformado por varios hijos de vecinos, era mucho más estrecho. Compartía bromas, picados, charlas, y estaba siempre pendiente de cómo le iba a cada chico en la escuela y brindaba su ayuda ante cualquier problemática que pudieran tener en sus casas. “No me enojo si perdemos; pero me voy triste si no nos divertimos”, les recalcaba Cabrero antes del comienzo de cada partido. Ramón estuvo al frente de la octava división, durante la primera parte del certamen de Primera B de 1983, en el que Lanús formó parte de la Sección B junto con Arsenal, Banfield, Deportivo Morón, Gimnasia La Plata, El Porvenir, Deportivo Español, Los Andes y Quilmes; obtuvo ocho triunfos, cuatro empates y cuatro derrotas (24 goles a favor, 12 en contra) y quedó a una sola unidad de clasificarse al Torneo Final.
      Pero su mayor acierto se daría unos meses más tarde, ya al mando de la 66, cuando apostó por un joven volante de buen manejo y melena inquieta que poco tiempo después se convertiría en uno de los más promisorios valores del semillero granate. Leonardo Adrián Rodríguez guarda los mejores recuerdos de Ramón Cabrero, a quien visitaba seguido en el polideportivo Lorenzo D’Angelo y a quien considera su mejor maestro en el fútbol. Leo terminó de formarse con Ramón y a los pocos meses debutó en la Primera de Lanús en 1983 con 16 años, en un 1 a 1 en cancha de Arsenal en el que fue expulsado unos segundos después de ingresar al campo de juego. Como castigo, Osvaldo Iturrieta no volvió a tenerlo en cuenta en las 17 fechas que restaban para el final del campeonato y recién en 1985, con Cabrero como director técnico, fue promovido nuevamente al plantel profesional. Ramón sentía debilidad por Leo Rodríguez. Cuentan por allí que en un reñido encuentro ante el Deportivo Italiano en Arias y Guidi, el volante buscó entregarle el balón a Felipe Perassi, su pase quedó corto y la visita aprovechó ese error para estampar el empate 2 a 2 sobre el cierre del partido. Leo jugó con un nudo en la garganta los pocos minutos que faltaban, le temblaban las piernas y creía que aquélla podría ser su última oportunidad en el equipo. Ramón tragó saliva, dejó que Rodríguez se desahogara en el vestuario y luego lo contuvo: “Escuche. Cuando usted tenga la pelota dominada, cambie de velocidad y encare siempre para adelante, no mire para atrás porque atrás está el miedo. Disfrute, diviértase, póngala debajo de la suela y juegue, pero siempre para adelante. Con la pelota en los pies, usted es el mejor de todos”.
      Leo Rodríguez fue el primero de tantos juveniles que Cabrero consolidaría en Primera a lo largo de su trayectoria en el club. Disputó 93 partidos y marcó 14 goles entre 1983 y 1988. El club Lanús no mandó a tiempo la renovación de su contrato y Rodríguez se fue a Vélez Sarsfield como jugador libre. Luego pasó por Argentinos Juniors y por San Lorenzo; fue titular de la Selección Argentina que ganó la Copa América de 1991; exportó su talento a Francia, Italia, Alemania y México; y tras brillar en la Universidad de Chile, donde es considerado un ídolo de la institución, regresó a nuestro país para dar dos vueltas olímpicas con el Ciclón y pasar sus últimos seis meses de actividad en el Granate, durante el Apertura 2002, en el que jugó once partidos con dos goles convertidos: uno, el más recordado, en la victoria por 1 a 0 frente al Boca del Maestro Tabárez.