por Marcelo Calvente
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Continuando con el proceso de crecimiento deportivo comenzado diez años antes con la llegada al club de Alfredo Murillas, Alberto Martínez y Rubén Petralli, en 1968 se hizo cargo del plantel de Básquet del club Lanús un gran Director Técnico: Raúl Alberto García, un hombre de la ciudad profundamente vinculado con la institución Granate, que pronto iba a tener proyección nacional e internacional en su tarea de armador de equipos y formador de basquetbolistas. García encontró un plantel integrado por varios jóvenes, como Carlos Pellandini, Jorge Ucha, Horacio Lamare, Mario Marchini, Carmelo Contino, Eugenio Messina,
En tanto la Primera División obtuvo el Torneo Preparación “José Amalfitani”, derrotando en semifinal a River Plate y en la final a San Lorenzo, partido jugado en el gimnasio del Colegio Don Bosco de Almagro con lleno total, en el mismo escenario y también ante una multitud, Lanús se consagró campeón Oficial de 1969 de la Asociación de Básquetbol de Buenos Aires derrotando a Boca Juniors por 62 a 57 en el desempate, y un año después se volvió a coronar en el Torneo Metropolitano de 1970, que sufrió una interrupción debido a la fusión de las dos entidades existentes, la Asociación Porteña y Asociación Buenos Aires, acuerdo que se declaró nulo y el torneo se interrumpió. Recién pudo continuar en 1971, y Lanús volvió a consagrarse campeón de la Federación de Básquet de Buenos Aires del año 1970 nuevamente ante Boca, a quien superó por 82 a 67 en el Luna Park ante más de 8.000 espectadores. Luego se disputó el campeonato del año en curso, 1971, y Lanús ocupó el segundo lugar. “Las figuras de Murillas y García fueron fundamentales para lograr una mística de identificación con el básquet en un club que era muy inclusivo. Con una cuota mensual muy barata, los pibes del barrio podían hacer deporte y concurrir en verano a la pileta. Con sus instalaciones, Lanús era el segundo hogar de muchos de los chicos y chicas de la zona” dice Carlos Diodati, ex basquetbolista Granate, para justificar la enorme cantidad de jóvenes nacidos en Lanús Este que, como consecuencia del boom, se transformaban en jugadores de básquet del club.
En el 72 hubo algunos cambios: se sumaron al plantel Norberto Meire, Carlos Soriani, Horacio Calvo, Carlos Marano, Juan Montani y Rubén Prenoglio, y se alejaron Lamare, Contino, Lob, Pantano y Fossati. Por entonces Lanús ya reventaba el gimnasio de la sede, con una capacidad de 3.000 localidades que siempre fueron insuficientes ante la gran convocatoria que año tras año crecía en el acompañamiento del primer equipo de Básquet. La última conquista de esa etapa fue el título de campeón de la Asociación de Básquet de Buenos Aires de 1972. “Todos sabían cómo jugaba Lanús, con un sistema 2-1-2, con Murillas y Pellandini en la base, con Messina como poste o en la llave y como pilares Adolfo Sánchez, Carlos Palmarocchi y Jorge Ucha alternando en la cancha. Con ellos la circulación del balón fue la constante del ataque del quinteto abriendo las defensas más cerradas, no había esquema defensivo que pudiera contener tanto empuje” expresa Néstor Daniel Bova en su libro “Lanús, Capital del Básquet”.
Finalmente, la ansiada reunificación del basquetbol se logró en 1974, y durante esos años Lanús siguió siendo gran animador de los torneos junto a equipos como Obras Sanitarias, Ferro y Gimnasia y Esgrima La Plata, con los cuales surgieron grandes rivalidades deportivas. Siempre con el gran Raúl Alberto García al frente del plantel y con Freddy Murillas en las categorías formativas, Lanús seguía contando con la mayor convocatoria del básquet porteño. Para el año 1976, en consonancia con el esperado regreso a Primera en fútbol, Lanús volvió a armar otro gran equipo de básquet, con Messina como capitán, con la experiencia de Raúl Guitart y la gran revelación del uruguayo Víctor Hernández, el equipo Granate pudo reemplazar las bajas que había sufrido: Prato se había ido a Italia, y el Pato Sánchez y Palmarocchi a Talleres de Escalada, la vieja entidad vecina y adversaria que estaba pasando un gran momento institucional.
Simpático y entrador, humilde desde la cuna, el Negro Hernández se adaptó rápidamente a la ciudad de Lanús, y muy pronto se incorporó al entretenimiento que siempre formó parte de la vida de los jóvenes vecinos: el juego de cartas. Fuera del rectángulo de juego no era un deportista de vida ordenada, pero como basquetbolista era un fuera de serie. Su lanzamiento a distancia, ejecutado de manera poco ortodoxa -sacaba sus dos manos por encima de la cabeza- que invariablemente embocaba desde cualquier punto de la cancha, por más incómoda que fuera su postura de remate, fue el arma decisiva de los equipos que integró. “Cuando Víctor Hernández vino a Lanús ya había jugado dos mundiales para Uruguay, que siempre tuvo grandes equipos porque en Montevideo el básquet es muy popular. Su llegada fue una revolución. Jugaba de base o ayuda base y embocaba de todos lados. Cuando venían delegaciones extranjeras a jugar a Lanús, todos quedaban deslumbrados por su calidad. Si en aquel tiempo hubiese existido el tiro de tres puntos, con Hernández hubiésemos sido invencibles” sostiene Diodati, quien además fue un destacado entrenador de relieve internacional.
Con un plantel conformado por el “Sordo” Rubén Fernández, Ricardo García, Marcelo Ledesma, Fernando Losada, Gerardo Malvestiti, Carlos Meo, Daniel Rouede, Carlos Diodati, y los consagrados Guitart, Guglielmino, Meire, Messina, Ucha y el Negro Hernández, con Juan Meo como asistente, el Gallego García condujo al equipo a la consagración. Una vez más, el Club Atlético Lanús lograba ser campeón de la Federación de Básquet de Buenos Aires de 1976 y con algunos cambios, sin Diodati, García, Rouede y Meo, con Germán Haller y Dante Fleitas, se convertía en Campeón Argentino de Clubes Campeones de la Federación Argentina de Básquet de 1977. Lanús se consolida como la capital del básquet argentino de los años 70, aunque pronto la crisis económica, política e institucional que iba a poner al club en situación desesperante, también complicará de manera inevitable el desarrollo de todas las disciplinas.
Durante la década del 80, la mayoría de los equipos del básquet argentino recurrió a la contratación de jugadores norteamericanos. En esos años, Lanús trajo varios morenos de distintas cualidades. Algunos, como Ernie Dose y Luther Green fueron muy buenos jugadores, con alguna experiencia en la NBA. En cambio otros dejaban mucho que desear, tanto dentro como fuera de la cancha. Es conocida la anécdota de Jimmy Jhonson, un gigante moreno con muchos problemas de conducta, quien en la tarde siguiente a una trasnochada fue vencido por la tentación de una cama de dos plazas que lo sedujo desde la vidriera de la mueblería que está en frente del club. El dueño tuvo que ir a pedir la ayuda de los dirigentes para poder despertarlo.
Pese a la muy mala situación económica, un grupo de grandes dirigentes de básquet, algunos muy jóvenes, se ponen el desafío de mantener a Lanús en los primeros planos: Juan Montani, “Barquito” Soriano, Nino Scialpi, Juan Carlos Decuzzi, el “Gallego” Norberto Álvarez, Tito Sánchez, Fito Infante, Horacio Magnaghi son sólo algunos nombres destacados de una extensa legión de socios que, aun cuando la debacle ya estaba en marcha, lucharon para tratar de sostener al básquet de Lanús en el más alto nivel de competencia algunos años más, hasta fines de los años 80. La mayoría de ellos estarán al pie del cañón varios años después, ya en el siglo XXI, cuando el Grana logre recuperar aquel protagonismo en la disciplina.