por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.com
“Uno va arrastrándose entre espinas” (E.S. Discépolo)
Primavera otoñal en este raro octubre de 2020 que languidece. La pelea viene de lejos. En este décimo round del año en curso, entre el intercambio de piñas de la política y la cinchada contra la peste que trajeron los coronavirus, los argentinos seguimos sin tener un sólo momento de tranquilidad (Dije round: perdón por la palabra gringa, pero si usás “asalto” es peor). A los más jovatos se nos hace, tal como batió Antonio Podestá allá por 1930 en el tango Como abrazado a un rencor, que “anda un algo cerca el catre olfateándonos el cajón”, porque donde te agarró sin barbijo y con las pilas bajas, te pican el boleto de ida y salute Garibaldi. ¿Y entonces? Si aflojás, terminás yendo al “viejo almacén donde van los que tienen perdida la fe”. Así que, a pesar de que los dados pueden ser chivos, preparados para mala, es bueno ponerle banca a la vida y jugarse a buena. Total, no va a ser la primera ni la última en que vamos a tratar de dar vuelta la taba arañando el suelo gateando cuesta arriba.
Para gambetear la escomúnica algunos rebusques caseros suelen ser efectivos. Si tenés el buyón más o menos asegurado y un rincón donde podés estacionar la osamenta, desde el vamos corrés con ventaja si te comparás con el que “las auroras lo encuentran arrumbao en un umbral” y “pa’ tomar un plato e’ sopa tiene que hacer cola”. A veces con poco te mantenés a flote, con suerte llegás a la orilla, podés afincarte y terminar la carrera más o menos acomodado. Así, podés consolarte con que lo poco que tenés es mucho comparado con algunos que, teniendo demasiado quedan sin nada y hasta con menos que nada, pues si se
reviraron, en el revoleo no sólo perdieron la guita, sino también rifaron el honor o lo poco que de él les quedaba.
Si para muestra te alcanza con un botón podés ver uno recién sacadito de fábrica. Mirá lo de ese empresario con pinta de galán maduro, Jorge Neuss, que hace un par de días, vaya uno a saber por qué arrebato, le voló la cabeza a su mujer de un balazo y él, para completar la velada, escuchó el último ruido de su vida metiéndose un corchazo detrás de la oreja. Para ellos, fin de la película llamada vida, adiós a la farra y el champan, y minga para siempre de partiditos de golf y otros divertimentos caros que sólo pueden disfrutar a pleno los que tienen la billetera llena. Ah... y si con un botoncito de muestra no te alcanza, te largo otra perlita: A uno que hace un par de años ofició de presidente en este país que llamamos Argentina, el hermano le dedicó un libro de más de 200 páginas para putearlo a diestra y siniestra. Pequeñas delicias de la gran burguesía que dejan desnuda la podredumbre del sector abacanado que, en su vida pelandruna, no hace otra cosa que chupar la sangre de todos los que tiene a mano. En cambio, vos y yo, aunque tengamos que hacer malabares para cargar la Sube o se nos tape con frecuencia la cañería de la pileta, si podemos tirar un bifecito en la plancha y compartir la tibieza de la catrera con una compañera a quien le podamos batir lo que sentimos, no está mal darnos por hechos.
Decime: ¿Conocés aroma más lindo que el que olfateás a la mañana cuando tostás el pan para los mates? ¿Hay mejor música que la que produce el taconeo de la mujer que amás cuando se pone un par de fanguyos con taquito aguja y camina sobre las baldosas del pasillo de tu casa (o de la de ella, si te toca jugar de visitante)? ¿Hay algo más lindo que mirar los labios despintados de la mujer que acabás de besar? Mirá... ni vos ni yo tenemos hermanos que nos puteen... y eso no tiene precio. Tal vez rasquemos el grilo para pescar un par de pesos, pero los viejos nos enseñaron aquello de que “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera” ¿O no? Seguramente nadie les pasó este consejo a los hermanitos Etchevehere, que ahí andan sacándose los ojos por un pedazo de tierra. Verguenza nacional.
Ojo, dejemos claro que a todos nos gusta pasarla lo mejor que se pueda, porque eso de “contigo pan y cebolla” es una mentira digna de alguno de esos “personal trainer” que con pinta y camunina la van de expertos para conseguir la diaria haciendo revolcar pibas en las plazas. Nada de resignación. No nos resignemos a ser eternamente pobres. Busquemos la forma honesta de vivir como corresponde. Y en esto de tirar para adelante dándole rienda al cadenero, si nos fijamos bien, vas a ver que los cartuchos que tenemos en la bandolera no son tan poquitos y que a la mala racha podemos darle batalla de varias maneras. Una de las maneras para oponerle resistencia a los bajones del encierro, es hacer laburar a la sesera imaginando cuánto podés ayudar, de aquí para adelante, a cambiar las cosas en este país que bien merece que nos calentemos, aunque sea un poco, para sacarlo adelante de una situación en la que, al final, los chorros se van a hacer decentes porque no van a tener a quien afanar. También tenés a mano el recurso de rascar la lata de los recuerdos buenos. A veces, mateando y mirando el cacho de vida que se puede ver a través del vidrio de un ventanal, dejo que me visiten aquellas almas que cuando estuvieron encarnadas pude querer y me dejaron la ilusión de creer que ellas, tal vez, también me quisieron. Y como las creaciones de la mente tienen alas, me permito volver a un pasado que ya nunca regresará pero que jamás podré apartar de mis pensamientos salvo que los años, en su avance sin piedad sobre mi humanidad, me hagan bolsa la cabeza. Pero lo cierto es que con frecuencia, en el ir y venir de las imágenes de mi pasado, retorno a lugares por donde anduve, por los cuales caminé y disfruté. Solo... o con amigos... o con viejos amores de los que puedo decirte, sin fingarla, que recibí más de lo que les supe dar. Cuando viajás por tu pasado hacés de cuenta que leés un libro que ya leíste pero en el que descubrís cosas nuevas. Cosas que por ahí no le diste demasiada bola en su momento y que ahora te apiolás de que fueron buenas de verdad. Pequeñas cosas. Como juntarte a las tres de la matina para comer un puchero en El Globo o haber compartido, a la tardecita, un café en La Estrella con alguien con la que, después, compartiste deliciosas intimidades (1).
Ni que decirte lo bueno que es bañarse en las cálidas aguas de los recuerdos lanusenses. Te tiro alguna data de como fue, en un tiempo, parte de una de mis manzanas preferidas de Lanús este, muy cercanas a la estación del ferrocarril. En la esquina de 29 de Septiembre (ex San Juan) e Ituzaingó, funcionó hace años el bar 9 de Julio del cual conservo en mi región pituitaria el aroma de café y en mis oídos las voces de los "canillas" (2) que se cruzaban para un desayuno a las apuradas y trenzarse en discusiones futboleras memorables. Siempre yendo por San Juan hacia 9 de Julio, antes llamada José C. Paz, otro lugar de encuentro fue el bar Lanús, con billares en planta baja y en el piso de arriba. Ahí recalaban entre otros, el turco Alí, Osvaldo Cúndare, conocido por “Kid Pateta”,Tito y Santos Zacarías, dos hermanos vinculados al boxeo grande, y Anibal “el busca”, un tipo de habilidad admirable para el Casin, modalidad de juego en la mesa de billar con bolas y palillos. El bar Lanús era parada obligada de la muchachada antes de ir a fichar a la casa de la novia o piantar para las milongas del centro. Por la misma vereda, un sitio inolvidable: la peluquería para hombres Santa Rosa, local equipado con las viejas máquinas de fomento para la afeitada y una hilera de 5 o 6 oficiales tijera en mano. El dueño fue un tal Carmelo, y en la fila de los peluqueros muy conocidos se destacaban el flaco Nelo Morini y Chito, verborrágico fígaro con mucha calle transitada. Al lado de la peluqueria, la lechería San Juan, y en la esquina, llegando a la entonces José C. Paz, el banco de Avellaneda en cuya ochava, a partir de las 6 o 7 de la tarde comenzaba a juntarse la barra de muchachos empilchados como para una fiesta, peinados a “lo pato” y luciendo trajes cruzados con sacos largos de seis botones en V, pantalones con botamanga de 4 dedos de altura y faja ancha más alta que el obligo. Pilchas a “lo Divito” le decían (3) como las que usaban los personajes de las historietas de Rico Tipo, Falluteli, por ejemplo. En esa esquina paraban el “Negrito” Peralta, el flaco Charantano con su típico sombrero tan de moda en la época de mediados de los ‘40 y un grupo de amigotes que después del laburo tenían por costumbre “hacer pinta” relojeando a las mujeres que salían a dar la vuelta del perro. La otra barra de similares características acampaba a las puertas del Banco de la Provincia cuya fisonomía no ha cambiado demasiado hasta el día de hoy. Frente al banco, la tradicional librería El Colegio y la muy prestigiosa casa de fotografías Curti fueron firmas destacadas de nuestro centro comercial. Un poco más adelante siguiendo por la vieja José C. Paz, en la esquina con Anatole France, el Bazar Dos Mundos. Enfrente, casa Valemás, probablemente la más surtida de ese sector comercial. Al lado, un negocio que fue tradicional: la casa de café Los tres Mandarines. Volviendo al punto de partida por Anatole France y doblando por Ituzaigó, caminando hacia la estación ferroviaria, por años tuvo su consultorio el doctor Victor Ballarati, un médico grandote, buen tipo, que atendió a medio Lanús. Más adelante la eterna Iglesia del Sagrado Corazón con su cura super conocido, Eugenio Carubelli, quien para algunos fue un santo y para otros el mismísimo Lucifer. Después el Cine National, de la familia Bernardo, la pizzeria El Rubí fundada en 1926, cerrada recientemente y la casa de música San Miguel y Calvi. Dos o tres propiedades después estuvo la primera versión de la panadería Torres, donde se elaboraban los pan dulce más reconocidos y requeridos de nuestra zona. En la vereda de enfrente, siempre por Ituzaigó, el Cine Unión que más tarde se llamó Rex, a su derecha la vieja redacción del diario Pregón y al llegar a la esquina de San Juan, actual 29 de septiembre como dijimos, la librería y juguetería Patricio Del Río que, más tarde, cuando desapareció, dejó lugar a la sastrería Casa Vazquez.
Bueno Gerardin, dimos la “vuelta a la manzana” recordando algunos sitios y personajes que ya no están pero que aún viven en la memoria de algunos que, en verdad, tenemos más pasado que futuro, pero seguimos parados como los viejos edificios que se descascaran y aguantan de pie los vientos de la vida. En alguna próxima volveremos a caminar por este pedazo de sur. Abrazo grande y a seguir peleándola.
(1) Canillas: Los diarieros que voceaban los matutinos a la entrada del subterráneo de 29 de septiembre e Ituzaingó
(2) El Globo: restaurant que aún existe en Salta e H. Yrigoyen, Ciudad de Buenos Aires
(3) La Estrella: confitería ubicada ( no se si aún existe) en Lavalle y Maipú, ciudad de Buenos Aires.
(4) "A lo Divito": Por José Antonio Guillermo Divito, dibujante y humorista gráfico