por Marcelo Calvente
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Silvio Peri, quien presidió el club Lanús entre 1924/25 y 1927/30, realizó una interpreta
ción bastante certera y optimista acerca del crecimiento del fútbol como nuevo fenómenode los años 20' y se hizo cargo de las gestiones para
lograr la cesión del terreno de 50.000 m2 ubicados en el vértice del enorme triángulo ferroviario limitado por las calles Arias, las líneas de continuación de Acha y Álza
propiedad y lo vendió con enormes facilidades- se iba a convertir en una hermosa sede social de media manzana, hoy de valor incalculable, con dos enormes gimnasios, pileta de natación climatizada, un gran restaurante y confitería, y un enorme patio descubierto que daba a la calle, entonces rebautizada 9 de Julio, en el que más tarde, en el año 1983, dejaría su lugar a la construcción del microestadio que lleva el nombre de otro gran dirigente, el también abnegado y tenaz Antonio Rotili.
El nuevo estadio de la calle Gral. Arias se fue construyendo de a poco. Primero trajeron los arcos, banderines y demás implementos del desarme del anterior campo de deportes, y también se trasladó la señorial tribuna techada de estilo inglés, un orgullo granate de los primeros años. El nuevo escenario irá creciendo paulatinamente con el paso del tiempo, y bien podría decirse que La Fortaleza actual, con sus tres techos, que puede albergar 44.000 espectadores, es el desenlace de esa construcción interminable que nació con su inauguración en 1929, y que avanzó o se estancó de acuerdo a los vaivenes económicos y deportivos que vendrían. Así como el arquitecto Carlos Pointis, uno de los fundadores, caballero gentil y talentoso, es reconocido por la creación del que tal vez sea el escudo más lindo del fútbol mundial y la inclinación por el granate con vivos blancos como color atípico y distintivo para la casaca, Luis Peri fue un presidente destacado por las obras y adquisiciones realizadas bajo su segunda presidencia (1927/1930), en los tiempos del despegue deportivo de la novel institución que entonces contaba con algo más de 1.400 socios, ya incorporada división mayor del fútbol argentino.
Fue a finales de los años 20 cuando los cinco clubes grandes consolidaron esa condición con éxitos deportivos, lo que les generó enormes recaudaciones y la necesidad de mantener la menor cantidad posible de equipos en la elite. Ya había controversias entre los clubes chicos y sus principales figuras, que eran tentadas por los equipos más poderosos con promesas de mayores retribuciones económicas, pases que le redituaban poco y nada a las entidades donde esos pretendidos cracks se formaban y se consagraban. Tal como sucedió por décadas, en esos años se iniciaba la larga lista de conflictos y desencuentros entre los futbolistas y los dirigentes de todos los clubes. La década del 30 será la de la reubicación de los clubes según su poder de convocatoria: Los chicos, los medianos y los cinco grandes. Por entonces, Lanús era un muy buen equipo pero su convocatoria era escasa, se reducía a los vecinos del barrio. Según Néstor Daniel Bova en el Tomo I de su trabajo Centenario Granate, en noviembre de 1930 Lanús tenía 1.418 socios, y justo un año después contabilizaba 2.007, por lo que puede observarse que el crecimiento todavía era exiguo. A partir de la unificación de ambas asociaciones ocurrida en 1927 y la llegada del profesionalismo en el 31, las supremacías establecidas hasta allí por los cinco grandes en comparación con el resto, tanto en el campo de juego como en las gradas, se ampliaron aún más. Por eso, la presencia de dos valores de Lanús -Edmundo Piaggio y Carlos Spadaro- en el plantel que participó del primer Campeonato Mundial de Fútbol, disputado en Uruguay en 1930, da una idea de la categoría del primer equipo de la institución. El punto más elevado de popularidad y asistencia a los estadios se produjo en las décadas del 40 y el 50, y no hizo otra cosa que seguir estirando las diferencias entre los cinco grandes y los clubes chicos.
A medida que el profesionalismo se consolidaba, el sueño de grandeza Granate se vio postergado por la urgencia de tratar de mantener la categoría: ya no estaban los grandes jugadores de la segunda mitad de los años 20, el famoso equipo de “Los Rosarinos”, ahora había que remarla para sostener la condición de club de primera. Desde su fundación hasta fines de los años cuarenta, Lanús anduvo a los tumbos en su vida institucional tanto como en lo futbolístico, pero siempre respetando un estilo de juego ataque pulcro y atildado. Pese a que su reducto era considerado un estadio difícil como pocos, entre 1931 y 1949, año de su primer descenso, Lanús jamás superó la línea del décimo puesto. Hasta 1936 no hubo ascensos ni descensos, con la excepción de 1934, cuando la Liga Argentina de Fútbol, que manejaban casi a su antojo los clubes grandes, determinó de manera unilateral e irrevocable el descenso de Tigre y Quilmes, que habían sido último y anteúltimo respectivamente, aduciéndose además su escasa convocatoria, y también la fusión obligatoria de Argentinos Juniors y Atlanta por un lado, y por el otro la de Lanús y Talleres de Remedios de Escalada, que ya por entonces eran acérrimos adversarios.
No casualmente se trataba de los clubes que ocuparon los últimos seis escalones de la tabla de posiciones del torneo del año 33, que generaron muy bajas recaudaciones y además se encontraban muy endeudados. El objetivo era bajar a 14 el número de competidores, y las dos fusiones, que no conformaron a nadie, se aceptaron como única alternativa para subsistir en la categoría superior. Fue un disparate. Casi sin tiempo para evaluar los pasos a seguir, se tomaron medidas apresuradas. En el caso de Lanús-Talleres, cada club aportó la mitad de los jugadores que conformarían el plantel unificado, en cada partido debía haber en cancha 5 de un club y 6 del otro, y el equipo se decidía en acaloradas reuniones de dirigentes de ambos clubes llevadas a cabo los días jueves. Cuando la unión debió actuar de local se jugó un partido en cada cancha, y los simpatizantes de cada club se ubicaban en sectores separados para hinchar por el mismo equipo. Un joven canchero de apellido García, que había trabajado como operario en la construcción del Subterráneo de Buenos Aires aportó una idea descabellada a la que se aferró con insistencia: “Hay que hacer un suterráneo (sic) hasta la cancha de Talleres para llevar y traer ropa y enseres para cada partido que juguemos allá…” La idea no prosperó, pero García dejó de ser llamado por su antiguo apodo, “Popofón”, para pasar a la historia como Suterráneo, el canchero que vivía en la histórica casita de chapas blancas y techos granates que daba espaldas al paredón de la calle Arias. Pese a todos los contratiempos, la unión entre Lanús y Talleres terminó el campeonato en el 12º lugar, delante de Ferro y Argentinos, que inició el torneo fusionado con Atlanta y lo terminó disputando solo, porque el equipo de Villa Crespo se retiró de dicha unión antes del final. La loca idea de obligar a unirse a clubes de firme rivalidad histórica se clausuró para siempre.
Al finalizar ese extraño torneo de 1934, nueva crisis mediante, se produce la fusión definitiva entre la Liga Argentina de Fútbol y la Asociación Argentina de Fútbol, creándose la AFA. El número de participantes del torneo de primera vuelve a ser 18, y los equipos de una Liga Argentina que languidecía pasaron a conformar la segunda división, aunque aún no se definen los ascensos. Los cuatro unidos a la fuerza -Lanús, Talleres, Argentinos y Atlanta- recuperan su plaza y su independencia deportiva, y de igual manera se procedió para reparar el daño causado a Tigre y Quilmes, los dos descendidos por decreto. En 1935 comienza la historia de la actual Asociación del Fútbol Argentino, con la participación de los mismos 18 de primera división que pocos años antes habían fundado el profesionalismo: Los cinco grandes, Vélez, Huracán, Estudiantes, Gimnasia, Ferro, Atlanta, Chacarita, Argentinos, Platense, Lanús, Talleres de Escalada, Quilmes y Tigre.
Los descensos deportivos se iniciaron a partir de 1937, cuando queda establecido el Torneo de Segunda División, que recién en 1949 pasará a denominarse Primera B. Los descensos quedaron determinados por la posición en la tabla final, perdiendo la categoría el equipo o, según el año, los dos equipos de peor cosecha de puntos. Este sistema se utilizó hasta 1958. Los primeros descendidos por puntaje fueron Argentinos Juniors y Quilmes en 1937. En el 38 le tocó descender a Almagro, que había sido el primer campeón del Torneo de Segunda División del año anterior, y a Talleres de Escalada, que nunca logrará volver a la división superior. En 1939 hubo un solo descenso: Argentino de Quilmes, el ascendido del año anterior, que tampoco volverá jamás a jugar en Primera. En 1940 los descensos volvieron a ser dos, y fue el turno de Chacarita Juniors y Vélez Sarsfield, el único que sufriría la entidad de Liniers. A partir del 41 se estableció la competencia de 16 participantes. Se volvió a un solo descenso, y le tocó a Rosario Central, que junto a Newell’s Old Boys se había incorporado a los torneos de AFA en 1938. Luego descendieron Tigre (1942), Gimnasia y Esgrima La Plata (1943); Banfield, que había ascendido en el 40, descendió en 1944, nuevamente Gimnasia (1945), Ferro Carril Oeste (1946) y Atlanta (1947).
Gol de Lanús, gol de Arrieta
Luis Arrieta tenía 25 años y no despertaba demasiadas expectativas. Llegó a préstamo con opción de compra, y resultó una grata sorpresa: en su torneo debut convirtió 31 goles en 32 partidos y se transformó de inmediato en el máximo ídolo del público Granate. Durante los seis años que permaneció en Lanús fue además un vecino muy querido y respetado, que al emigrar dejó la impresionante marca de 120 goles en 136 partidos jugados, números de artillero de equipo grande.
Nacido en Concordia en 1914 en una familia numerosa, integraba junto a cuatro de sus hermanos la curiosa delantera del club Libertad de esa ciudad llamada “Los Arrieta”. Llegó a Lanús en 1939, bastante después de uno de sus hermanos mayores, Juan, que alcanzó a jugar cinco partidos en el Grana en 1935. Hombre afable, campechano, y dueño de una figura curiosa: alto, de cintura ancha, piernas largas y pies muy abiertos, Luis Arrieta fue principal protagonista de goleadas memorables de un equipo que atacaba mejor que lo que defendía. Fue convocado para jugar nueve partidos en la Selección Argentina. Durante todos esos años fue pretendido una y otra vez por varios clubes grandes, pero los distinguidos y prestigiosos dirigentes Granates de entonces: Juan Raseto, Federico Gaebeler; el talentoso arquitecto Carlos Pointis; Alejandro Lanusse, Antonio Rotili, Enrique Ballaratti, muchos nombres de peso, fueron un duro obstáculo para las lógicas aspiraciones de Arrieta de progresar. Recién sería transferido en 1944, cuando ya tenía treinta años, y su destino no fue un club grande como él aspiraba: firmó para Ferro, jugó un campeonato y se retiró del fútbol. Un año después volvió a Lanús como entrenador de la reserva. Su corazón ya era Granate para siempre. Le decían “Patas Blancas”. Fue socio de la entidad y también miembro de la subcomisión de fútbol, nunca dejó de ir a la cancha como un hincha más. Falleció el 9 de julio de 1972. Su huella estará por siempre en las páginas más gloriosas de la apasionante historia del club Lanús con una infrecuente marca: en dos oportunidades metió cinco goles en un partido: en un 9 a 1 a Ferro en el 39, y un inolvidable 8 a 3 al gran equipo de Estudiantes de La Plata en 1940, ambos en Arias y Acha. Fue, junto a León Strembel, Atilio Ducca y el Flaco Rodríguez como figuras destacadas, el dueño de los goles de Lanús de la primera mitad de los años 40.