por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comAl asumir el desafío de la construcción de la cancha, siempre secundado por sus amigos de fierro, Néstor Díaz Pérez encontró la revancha que necesitaba luego de la derrota en el Chaco. Como diez años atrás se había dedicado a conseguir recursos para sacar al club de la bancarrota, a principios de la década del 90 se puso al hombro la difícil y onerosa tarea de conseguir aportes para la construcción del soñado escenario de cemento. Como hemos señalado, el primer tramo de tribuna, la cabecera que da espaldas a calle Arias, hoy Ramón Cabrero, se empezó a desmontar a principios de enero de 1991, y aunque sin los codos, cuando Lanús obtuvo el ascenso definitivo a Primera en mayo del 92, esa tribuna estaba prácticamente terminada. Cuando el 22 de noviembre de ese mismo año el Grana recibió a Huracán en Arias y Guidi por la 15ª fecha del Torneo Apertura de Primera División, la hinchada de Lanús desplegó un gigantesco trapo que ocupaba la nueva tribuna casi por completo, con el escudo y la leyenda “Te llevo en el alma” escrita en letra cursiva, por el rostro de varios simpatizantes locales cayeron algunas lágrimas de emoción, porque la resurrección que poco antes parecía imposible ya era una realidad incontrastable, y se advertía el comienzo de otra etapa, la de la consolidación definitiva del club en la elite del fútbol argentino.
La transformación del estadio fue planificada tratando de perder lo menos posible la condición de local. De manera progresiva, cada sector del viejo escenario de madera fue siendo reemplazado por las nuevas tribunas de cemento, bastante más altas, que fueron cambiando de a poco la fisonomía de una cancha que llevaba siete décadas afincada en el lugar, en la cual la entidad había escrito la mayor parte de una historia deportiva de
gloriosos y dramáticos ribetes.
Cuando el Subsecretario de Recursos Hídricos de la Nación y además titular del Consejo Federal de Agua Potable y Saneamiento, Mario Caserta, decidió colaborar con el club para la construcción del estadio de cemento, las cosas se facilitaron considerablemente. Vecino de Lanús y amigo de Néstor Díaz Pérez, Hugo Ramos y Fito Peña, los tres dirigentes a quienes recibió una tarde de 1990 en su casa, Mario era por entonces uno de los funcionarios más cercanos al presidente Carlos Menem. Días después de aquel encuentro, acompañado por Díaz Pérez, concurrieron a las oficinas de una de las principales empresas constructoras del país, donde los recibió el hijo del dueño del poderoso consorcio, un joven que menos de un año después sería víctima de un secuestro que fue tapa de todos los diarios del país. La reunión comenzó con una charla informal de presentación, hasta que Caserta, que ocupaba un lugar clave para la realización de obras públicas, manifestó el motivo de su visita: necesitaba colaboración para la construcción del estadio del Club Atlético Lanús. Sorprendido por el pedido, el empresario le respondió que él era hincha de Boca y que sólo colaboraba con esa institución.
Caserta le dijo a Néstor que lo espere, y se reunió a solas con el empresario en una oficina contigua. “Decime una cosa: ¿cuantas licitaciones ganaste desde que yo estoy al frente de la Secretaría? ¿Varias, no es cierto? ¿Alguna vez te pedí algo? Nunca, ganaste un montón de guita y jamás, ni a vos ni a tu papá, les pedí algo para mí. Hoy te vengo a pedir para el club Lanús, vos sabés que yo soy de ahí, y esta gente que viene rompiéndose el culo desde hace años para sacar al club del pozo me vino a pedir ayuda. Lo que te voy a pedir es nada más ni nada menos que lo necesario para hacer una cancha de cemento para que puedan jugar en Primera porque la de tablones se viene abajo. Lo que necesitan, para vos no significa nada, pero para el club es de vida o muerte, así que te pido por favor que le des lo que Néstor necesita”.
Luego del breve encuentro a solas, ambos volvieron al escritorio donde Díaz Pérez esperaba sin comprender demasiado lo que estaba sucediendo. El empresario volvió a su lugar con una actitud diferente, y Caserta le dijo a Néstor: “Pasale la lista de todo lo que hace falta”. “¿De todo?” atinó a preguntarle, dudando, el dirigente Granate. “Sí, dale, pasale la lista, vas a tener que hacer lugar. Vas a tener que despejar por varios meses el estacionamiento del polideportivo”. De las manos de Néstor a las del futuro presidente de Boca pasó un papel que contenía una lista de costo millonario. Muchas toneladas de cemento, cientos de bolsas de arena, cantidades industriales de hierro, alambre, clavos de 2 y de 2,5 pulgadas componían la lista de materiales que se iban a necesitar para la construcción del estadio que le había confeccionado el arquitecto Cobas, quien tendría a su cargo el diseño de la obra, que el joven empresario leyó sin inmutarse, asintiendo con la cabeza. “¿Cuándo puedo empezar a mandar? ¿Tienen lugar? Mirá que van a ser varias semanas de descarga de camiones…” le dijo, mirándolo a los ojos a Néstor, que no terminaba de sorprenderse. “Mandale una buena máquina para hacer cemento armado. Tiene que ser de las más grandes” señaló Mario antes de despedirse del joven ingeniero que algunos años más tarde sería presidente del Club Atlético Boca Juniors durante dos mandatos consecutivos, e iniciaría una carrera política que lo llevaría a la presidencia de la Nación.
La llegada de los camiones revolucionó el Polideportivo y a todo Lanús Este. El club debió poner vigilancia las 24 horas y conseguir dos grúas-horquillas Clark para trasladar los materiales durante los trabajos. El dirigente todo terreno Tito Montenegro se mudó una vez más al Polideportivo y volvió a enfundarse su clásico overol para estar presente a toda hora y ocuparse de todos los detalles. Se contrató vigilancia para custodiar la enorme cantidad de materiales que empezaron a agolparse en la vieja playa de estacionamiento. El empresario que habían visitado Néstor y Caserta cuando se pusieron en marcha detrás del sueño del estadio de cemento, terminó entregando una parte muy importante de lo que se necesitaba, pero todavía era insuficiente.
Incansable, Caserta se puso en contacto con Julián Astolfoni y Marcial Pimentel, presidente y vice respectivamente de la mega empresa Supercemento S.A. especializada en grandes construcciones, como las represas El Chocón - Cerros Colorados y Yaciretá - Apipé. Con igual planteo, Caserta les pidió una cantidad de materiales similar a la donada por Macri, cosa que Pimentel aceptó de inmediato. Faltaba la madera: Mario Caserta sabía que había varias toneladas de tablones que se habían usado en la construcción de una represa que Supercemento, con financiamiento del gobierno nacional, había realizado en Misiones, parte de esos tablones Pimentel fue mandando a Lanús sin objeciones. El resto de las maderas necesarias las consiguió Hugo Ramos gracias a su amistad con el dueño de Maderera Llavallol, el Polaco Isaac Kiviktz, quien a cambio de la publicidad en el estadio colaboró enormemente con las necesidades del club para avanzar con la construcción de la cancha de cemento, también donó el famoso “troncomovil”, pintado con la publicidad de la maderera, en el que el auxiliar del club Carlitos Benavídez retiraba a los lesionados del terreno de juego.
Algunas semanas después, Caserta recibió una llamada. Era Lorenzo Miguel, máximo dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica, que estaba desesperado por la crítica situación de Acindar y los miles de trabajadores que podían quedar en la calle. El hombre de confianza del presidente se comprometió a hablarlo con Carlos Menem: “La situación es desesperante, Carlos. Tenemos que gestionarle un crédito blando del Banco Nación. Hace falta un influjo de 50 millones de dólares…”. Menem le dijo que no iba a haber problemas, pero como lo conocía, Caserta le pidió que se comunique con el presidente del Banco Nación para darle la orden, cosa que el riojano hizo de inmediato, y así se pudo resolver la grave situación de la siderúrgica nacional. Poco después, Caserta visitó a la plana mayor de la empresa con el siguiente pedido: “Yo no les pido dinero, necesito los hierros, y no son para mí, son para ayudar al club Lanús, es una obra de bien que va a beneficiar a miles de chicos del conurbano…” La lista de lo que se necesitaba llegó a las manos de la empresa, y muy pronto esos hierros tan indispensables para hacer realidad el sueño del estadio de cemento estuvieron en el playón de estacionamiento del Polideportivo de Lanús. Incluso la generosidad de la empresa superó la necesidad del club y sobraron metales en cantidad, los que fueron canjeados con el corralón Moresco por materiales de construcción para seguir avanzando con las obras que nunca tenían fin.
Pese a sus muchas ocupaciones, Mario Caserta seguía bien de cerca el curso de las cosas en el club, sobre todo llamaba a diario a Néstor Díaz Pérez para interiorizarse sobre la marcha de las entregas de materiales tanto como de las obras que se estaban realizando. Se ofrecía para hacer cualquier gestión que fuera necesaria para conseguir algo que pudiera estar faltando. Faltaba piedra, cemento y arena, y el mangazo fue para Loma Negra. Y también Amalita Fortabat se sumó a la cruzada del por entonces muy influyente funcionario del gobierno nacional para la construcción de La Fortaleza. Mucho se habló del aporte de Mario Caserta, sobre todo después del segundo y controvertido mandato de Menem que como es sabido, no terminó bien. Esta es la verdad: salvando la mano de obra, que el club solventó con rifas, eventos, más mil y un inventos para recaudar, casi la totalidad de los materiales los consiguió Caserta sin pedir nada a cambio.
Pero seguía faltando piedra, y Néstor Díaz Pérez recordó a una persona que había conocido unos años antes, cuando se inició la construcción del microestadio. Fue a mediados de la década del 80, en tiempos del gobernador radical Alejandro Armendáriz, cuando Néstor debió realizar tramitaciones, solicitar autorizaciones y abonar aranceles para poder obtener el subsidio que le otorgó el ministro radical Osvaldo Otero e iniciar la obra, alguien lo mandó a ver al contador general de la Provincia de Buenos Aires. Cuando ingresó al despacho del funcionario lo sorprendió bien visible, prolijamente enmarcado y colgado en la pared que daba frente a la puerta de entrada, un banderín con los colores y el inconfundible escudo del Club Atlético Lanús. Durante las primeras tres horas de charla, la mayoría dedicada a intercambiar recuerdos, anécdotas y padecimientos ligados al andar futbolístico del club de los amores de dos hombres que recién se conocían, Carlos Oreste Lunghi le contó que había nacido en Tandil, que su padre don José Emilio Lunghi, hombre del radicalismo, había sido intendente de la ciudad serrana desde 1963 hasta la asonada militar de 1966, que había fallecido en 1971 y que era considerado como un prócer de esa ciudad, a punto tal de que la calle principal lleva su nombre. Y que una tarde de febrero de 1950, cuando él apenas tenía poco más de 10 años, escuchó a su padre decir con tristeza que habían perjudicado a Lanús y lo habían mandado al descenso. A partir de ahí, su corazón fue Granate para siempre y su ídolo, el gran Pepe Nazionale. Por eso varias décadas después, cuando Néstor le pegó el mangazo, tuvo un gesto que el club no debería olvidar jamás: Toda la piedra que faltaba para concluir la obra de La Fortaleza vino de Tandil en camiones que Carlitos Lunghi, sin decirle nada a nadie, pagó de su bolsillo.