por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comLas autoridades de facto que gobernaron en los años posteriores al golpe de estado de 1955 permitieron los festejos de carnaval, manteniendo ciertas regulaciones de antaño, como el uso de un permiso policial para portar disfraz, pero tolerando este festejo mediante su control. Los bombos y las banderas, tradiciones del carnaval, se trasladaron a las tribunas y propiciaron el esmero en la interpretación de las canciones, hasta entonces con mensajes básicos y musicalidad infantil, los primeros estribillos que habían surgido en los estadios de fútbol eran piezas de llamativa inocencia. En Lanús, por citar un ejemplo, solía cantarse “De Mario, Mandrake, hacele triki-trake”. Poco después llegó el más popular “Si, si, Señores, yo soy Granate; yo soy Granate de Corazón, porque este año de Lanús Este, de Lanús Este, salió el nuevo campeón”, una canción que impuso por aquellos años la hinchada de Boca, que muy pronto se extendió a todos los clubes. Después, llegando a la década del 70 se empezaron a entonar versos alusivos a determinado club, equipo o jugador con la música de jingles publicitarios, canciones de
moda y otras marchas diversas, entre ellas las de los dos partidos políticos mayoritarios pese a la proscripción. Las barras que acompañaban a todos los equipos podían enfrentarse a trompadas por una bandera o para demostrar cuál de ellas tenía más aguante, pero no llegaban al uso de armas de fuego ni tampoco ejercían sobre los dirigentes de los clubes las presiones extorsivas que se harían usuales tiempo después. Pedían algunas entradas, a veces un par de micros, pero por lo general se trasladaban en tren. La violencia y la muerte que asomaban en un continente americano convulsionado por la lucha armada, hasta fines de los 70 todavía no había llegado al fútbol.
“Específicamente en Argentina, el telón de fondo es el paso de una cultura política de la resistencia -nacida durante la década de 1950- a una cultura política de la confrontación. La acción directa, colectiva y organizada, con el uso de la violencia física como repertorio de acción legítimo, gana terreno como experiencia propia del ser joven. El fútbol, que ya ocupaba bajo el peronismo un papel importante de inclusión y expresión para una gran parte de los sectores populares recientemente incluidos en el proyecto de modernidad nacional, fue el contexto donde los jóvenes de sectores populares encontraron un espacio de fuga y de acción colectiva para afirmar una forma de ser de acuerdo con los retos y el clima social-político de su época” (…) “Desde la década de 1980, en Argentina se da un aumento exponencial de heridos y muertos en el marco de lo que podríamos llamar conflictos clásicos: enfrentamientos entre barras de diferentes equipos y/o contra la policía; combates cuerpo a cuerpo donde progresivamente se hace uso de armas blancas y de fuego; dentro del estadio o alrededor de ellos, y durante los días de partido como como principal referencia temporal” de “Hinchadas y barras de fútbol en la América Latina contemporánea: Hacia un análisis transnacional y una comparación en escala continental” publicado en el cuadernillo Cuestiones de Sociología, nº 18, e051, junio 2018, ISSN 2346-8904 Universidad Nacional de La Plata. Es decir, las barras comienzan a organizarse como tales en la segunda mitad de la década del 50, en tiempos de la resistencia Peronista a la Revolución Libertadora, pero la violencia en las mismas se cristaliza a partir de los años 80, en simultáneo con los últimos años de la peor dictadura militar, la que llevó adelante el genocidio.
La primera barra organizada, con bombos y banderas, que a principios de la década del ‘60 empezó a acompañar al equipo Granate a los escenarios de la capital federal y el conurbano donde debía jugar, era conducida por Pirulo, un cincuentón flaco, alto y de voz ronca que tenía una pollería en Luján y José C. Paz. Pirulo guardaba los bombos y las banderas en la pequeña fábrica de rollos de alambre que estaba sobre Arias, a metros de Madariaga, propiedad de Juan Invernizzi, cuñado de José Volante. A esa barra, con el tiempo se le fueron incorporando los jóvenes de los barrios de Lanús Este, Villa Obrera y Monte Chingolo, y principalmente un grupo de muchachones que paraba en el bar “El Mariscal” de José C. Paz y Oncativo, en el corazón de la antigua Villa General Paz, ya convertida en el centro de Lanús Este. Eran jóvenes trabajadores, personas de bien con códigos de honor y agallas para las peleas mano a mano, como se estilaba entonces dirimir las diferencias que podían surgir por cuestiones de polleras, de jurisdicción o simplemente por una mirada, y conformaban una barra cuya fama se extendía. Muchos de ellos fueron reconocidos por protagonizar inolvidables duelos a trompada limpia contra quien quisiera medir fuerzas, entre ellos varios guapos de otras ciudades cercanas, con los que solían cruzarse en los famosos bailes de aquellos tiempos. Uno de esos bailes era “Chico Puan”, que durante años se llevó a cabo en las instalaciones de Sala Salud, un centro médico barrial de Villa Industriales fundado en los años 20, que aún existe, ubicado en la esquina de Coronel D’Elía y Santiago Plaul.
Todos los vecinos mayores de 50 años han oído hablar del Sala Salud, donde buena parte de los vecinos de varias generaciones recibió atención médica social, y de sus famosos bailes de Carnaval de los años 60 y 70, cuando grandes estrellas de la canción como Sandro, Palito Ortega y Leonardo Favio brillaron en su escenario, como también sucedía en el club Lanús. Verdaderas multitudes llegaban desde la Capital Federal y otras localidades atraídos por la fama de esos bailes, lo que fue produciendo una fuerte rivalidad entre los jóvenes habitués de uno y otro sitio, que como era común por entonces, solía terminar a las piñas. Esos jóvenes que paraban en el Bar El Mariscal pronto se fueron incorporando a la barra de Pirulo. Los hermanos Jorge y Eduardo Perea, Luis Casimiro, el Tano Velorio, Miguel Mandíbula Mirra, el Rubio Carlos Varela, el Gallego Chofitol, Luis Sanseverino, entre varios más, la mayor parte han pasado la barrera de los setenta años, y salvo algunos pocos que ya no están, siguen acompañando al equipo y recibiendo el respeto de los viejos simpatizantes granates que fueron sus contemporáneos o escucharon hablar de sus proezas.
El paso del tiempo les fue dando lugar a los más jóvenes. El último y el que más tiempo estuvo al frente de la Barra 14, como pasó a llamarse entonces la hinchada Granate, fue Jorge Vaccaro, más conocido como “El Japonés”, que recibió el mando de Mandíbula por transición generacional, como quien recibe un legado y la responsabilidad de responder al mismo con el cuero. A esa generación, hoy son todos mayores de 60, le tocó lidiar con tiempos más violentos. René Castilla, “El Cabezón de Chingolo”, quien a los 20 años, en un enfrentamiento contra la hinchada de Vélez en Madariaga y Arias recibió una cuchillada que lo tuvo al borde de la muerte, Cachavacha, el Chaqueño, fallecido en la cancha en los años ochenta de manera accidental, al cortarse la bandera de la que estaba agarrado y caer de cabeza desde el paravalancha del acceso a la tribuna de Arias que estaba justo detrás del arco; el Negro Mele, Pachorra, que a mediados de la década del 90 recibió un disparo de bala efectuado desde el vestuario visitante por un guardaespaldas de Juan Destéfano durante el entretiempo de un partido ante Racing, fueron algunos de los miembros más destacados. Los años fueron pasando, los jefes fueron envejeciendo y las nuevas condiciones económicas que produjo el decisivo desembarco de la televisión en el negocio fueron los motivos de que en todos los clubes se produjera la aparición de otro tipo de barra brava, con nuevos métodos ilegales de recaudación, menos querida por el resto de los hinchas del club respectivo. La profesionalización de las barras bravas como parte de una torta mucho más grande para repartir generó otro tipo de violencia interna, disputas a resolverse puertas adentro de los clubes. Como consecuencia, la muerte en el fútbol se hizo cotidiana, hasta que la imposibilidad de combatirla con eficacia terminó con la prohibición de la presencia de público visitante en los estadios de todo el país.
De todos modos, en la larga lista de fallecidos en los estadios argentinos desde 1924 hasta hoy se destacan claramente las dos masacres accidentales ocurridas en 1944 y en 1968 en el estadio de River, donde la represión policial propició los desbandes que causaron las tragedias. A partir de 1984 aparecen los fallecidos en enfrentamientos entre barras, que conforman una lista mucho más breve de lo imaginado. Después se advierten los fallecidos en enfrentamientos por la toma del poder en el seno de las barras, aunque las balas de goma y la represión policial siguieron dominando la escena y causando la mayor parte de las muertes.
Fue el asesinato del “Zurdo” Javier Gerez, socio de Lanús y miembro de la subcomisión del Hincha, un intento de organismo intermedio entre la barra y el club, quien fue ejecutado por un disparo de bala de goma efectuado a corta distancia por Roberto Lezcano, oficial de policía de la Provincia de Buenos Aires en el ingreso al estadio Ciudad de La Plata, crimen que la justicia provincial hasta ahora mantiene impune. Fue el lunes 10 de junio de 2013 minutos antes del encuentro entre Estudiantes y Lanús, y determinó la prohibición de la asistencia de público visitante a los estadios de todo el país. No obstante, según el listado de la organización no gubernamental Salvemos al fútbol, siempre con la represión policial como el principal motivador, desde lo del Zurdo hasta hoy, pese a la prohibición de presencia de público visitante en los estadios de todo el país.
De todos modos, en la larga lista de fallecidos en los estadios argentinos desde 1924 hasta hoy se destacan claramente las dos masacres accidentales ocurridas en 1944 y en 1968 en el estadio de River, donde la represión policial propició los desbandes que causaron las tragedias. A partir de 1984 aparecen los fallecidos en enfrentamientos entre barras, que conforman una lista mucho más breve de lo imaginado. Después se advierten los fallecidos en enfrentamientos por la toma del poder en el seno de las barras, aunque las balas de goma y la represión policial siguieron dominando la escena y causando la mayor parte de las muertes.
Fue el asesinato del “Zurdo” Javier Gerez, socio de Lanús y miembro de la subcomisión del Hincha, un intento de organismo intermedio entre la barra y el club, quien fue ejecutado por un disparo de bala de goma efectuado a corta distancia por Roberto Lezcano, oficial de policía de la Provincia de Buenos Aires en el ingreso al estadio Ciudad de La Plata, crimen que la justicia provincial hasta ahora mantiene impune. Fue el lunes 10 de junio de 2013 minutos antes del encuentro entre Estudiantes y Lanús, y determinó la prohibición de la asistencia de público visitante a los estadios de todo el país. No obstante, según el listado de la organización no gubernamental Salvemos al fútbol, siempre con la represión policial como el principal motivador, desde lo del Zurdo hasta hoy, pese a la prohibición de los visitantes, se registraron otras 59 muertes en el marco del fútbol argentino.