por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comA partir de aquella caída del ‘56, y durante los años que siguieron hasta la pérdida de la categoría, ocurrida en 1961, el público de Lanús no dejó pasar una. Ante cada revés, ante cada actuación opaca, la parcialidad expresó su bronca por aquella frustración, siempre apuntando a los futbolistas que habían participado de la tarde negra del 28 de octubre de 1956. Así será por años. El estigma de aquella inesperada caída continuó sobrevolando al club Lanús durante las décadas que siguieron. En cada jornada relevante que terminó en derrota -que fueron varias- los hinchas Granates, abonados a los padecimientos y a los sinsabores, revivieron el rencor de aquella gran frustración que se parecía a una condena a perpetuidad.
Los Globetrotters del 56 iniciaron un lento declive que iba a culminar con el descenso de 1961. A partir de 1957 seguían gozando de enorme prestigio en la consideración del público adversario, pero sus hinchas tenían la sangre en el ojo. El malestar era general, los simpatizantes Granates reprobaban a los futbolistas y a los dirigentes por igual. Todos los integrantes del plantel, algunos más que otros, cargaron para siempre con la insidia y con la culpa, pero el costo político de la derrota del 56 lo llevó sobre sus hombros Juan Bautista
Besse y a partir de entonces ya no pudo gobernar. En medio de ese proceso de recambio en el plantel de fútbol, la nota la dio el básquetbol, un deporte que en el club se había comenzado a practicar en 1931 con participación en competencias zonales, en las que la institución obtuvo varios galardones. De origen norteamericana, esta disciplina fue creada como juego de invierno en la escuela de la Young Men's Christian Association de Springfield, Massachusetts, entre 1891 y 1896 por James Naismith, un profesor de Educación Física. En la Argentina tuvo una mayor popularidad a partir de la disputa del 1º Campeonato Mundial organizado por la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA). Dicha competencia se llevó a cabo en Buenos Aires entre el 22 de octubre y el 3 de noviembre de 1950 en el estadio Luna Park, con la participación de 10 selecciones nacionales, 8 de una fase de clasificación, 1 invitada y el país organizador. El campeón fue Argentina que derrotó en el partido final 64-50 a Estados Unidos y terminó invicto.
Luego de aquella gran conquista, el baloncesto se convirtió en muy poco tiempo en un deporte muy popular. En el club Lanús, el despegue se logró con la contratación de tres jóvenes jugadores de gran nivel: Rubén Petralli, Augusto Martínez y Alfredo Murillas, quienes se pusieron a las órdenes de Jorge Boreau. Con ellos, y una hinchada que comenzó a seguirlos, Lanús obtuvo el título de Campeón de la Asociación de Básquet de Buenos Aires de 1958, con un plantel que además integraban Ricardo Agesta, Carlos Ávila, Antonio Decara, Jorge Giglione, Horacio Lara, Juan José Meo, Alberto Oleiro, Edgardo Oltmann, Julio Ponce Aragón, Orlando Sansostri y Horacio Sein, el Club Atlético Lanús superó en la rueda final a Boca, Pedro Echagûe, River y Sportivo Alsina, siendo derrotado únicamente por San Lorenzo, alcanzó la punta compartida con Sportivo Alsina, con quien debió volver a jugar el 25 de noviembre de 1958 para definir el título en el gran escenario de Buenos Aires, el Luna Park, donde el equipo Granate se consagró Campeón tras vencerlo 58 - 54.
Besse se mantuvo al frente del club hasta 1958, siendo blanco de todas las críticas. Cuatro años después de la caída del Peronismo, en las elecciones del 1º de marzo de 1959 fue derrotado por primera vez el Círculo de Amigos. La Cruzada Renovadora Granate surgida en 1953 al amparo del gobierno peronista, obtuvo la victoria duplicando en votos al oficialismo y consagrando como presidente al ex jugador y técnico de la entidad José Norberto Volante, el hermano menor del consagrado Carlos Martín Volante, aquel que durante la década del 30 había triunfado en Italia y Francia, y que luego de varias peripecias había recalado en Brasil para ser figura del Flamengo y darle el apellido a la posición de centrojás, quien había retornado al país en 1945 para ser el entrenador del primer equipo de Lanús y luego continuar su carrera en Brasil.
Entre 1928 y 1931, José Norberto Volante disputó 53 partidos oficiales en la entidad sureña. Estuvo presente en el partido inaugural de la nueva cancha de Arias y Acha ante Platense, disputado el 24 de febrero de 1929, enfrentando a su hermano mayor, que para entonces militaba en el Calamar. A diferencia de Carlos, la carrera de futbolista de Pepe Volante iba a ser más corta y accidentada. En 1930, en un choque con Luís Monti, el consagrado futbolista de San Lorenzo y la Selección, sufrió una fractura de tibia y peroné de la que le costó recuperarse, pese a que continuó jugando tres años más en Ferro Carril Oeste, en los que le tocó enfrentar al club de sus amores en varias oportunidades. De ojos color del cielo como sus seis hermanos, simpático, emprendedor y de probada honestidad, Pepe Volante volvería al club Lanús en 1951 a pedido de los dirigentes para ocupar el cargo de entrenador del primer equipo, que retornaba a la máxima categoría después del controvertido descenso de 1949, designación que aceptó con la condición de que fuera honorario, sin percibir remuneración alguna y que ocupó durante un año calendario, hasta la contratación de Roberto Sbarra.
José Volante no era peronista, pero había sido secretario de Hacienda de la Unión Vecinal Autonomista, el movimiento creado en 1941 que bregó y finalmente obtuvo -el 19 de septiembre de 1944- la autonomía de Lanús como distrito independiente. En marzo del 59, en plena proscripción absoluta del peronismo, la agrupación de los peronistas celebraba con una multitudinaria marcha por la principal avenida de Lanús Este, entonces llamada José C Paz, de la estación hasta la sede ubicada en el Nº 1660, una marcha que también, de manera indirecta, fue una manifestación contra el gobierno de facto. Volante asumió en un club cruzado por las diferencias políticas y en ese marco poco propicio comenzó a planificar la financiación de las varias obras a realizar en el estadio que había prometido en su campaña, que pese a las enormes dificultades económicas, terminaría llevando a cabo.
A esa altura Pepe Volante era un hombre destacado del distrito, típico exponente de hijo de inmigrantes llegados de la alta Italia, sacrificado y emprendedor, transformado por arte de magia de ex futbolista en un exitoso comerciante de válvulas industriales. Volante puso manos a la obra y logró equilibrar una economía que reflejaba las consecuencias de aquella dura derrota del 56 que el público granate no pudo digerir, ya que el intento de la conducción saliente de frenar la inevitable caída se tradujo en malas contrataciones y ventas. Llegaban más jugadores del montón, la mayoría en parte de pago por las repudiadas figuras que fueron partiendo, y poco dinero en efectivo. El club debía mucho, sobre todo a los jugadores. Volante se las rebuscó para paliar la crisis, e incluso logró realizar las obras que había prometido. El historiador granate Néstor Daniel Bova consigna que construyó los codos para completar el estadio, también el piso de cemento alrededor de la cancha, reforzó el alambrado perimetral y se hizo cargo de una necesaria renovación del personal rentado de la entidad, medida que le costó ganarse muchos enemigos. También cometió errores, como la insólita compra de un precario sistema de iluminación para la cancha que resultó inservible, a punto tal que jamás fue utilizado en partidos oficiales. No obstante, pese a la Libertadora y el descenso a la “B” del 61, en ese mismo año, Pepe Volante volvió a vencer en las urnas al Círculo de Amigos y resultó reelecto. Con la presencia del gobernador de la Provincia, Oscar Alende, el presidente Granate colocó la piedra fundamental e inició las obras para la construcción de la platea oficial, la primera tribuna de cemento del estadio.
En el ‘62 Lanús volvió a jugar en la “B”, pero esta vez su estadía no sería tan corta ni la vuelta tan sencilla como aquel retorno inmediato del 50. A la crítica situación económica y política en la que se encontraba el club se le suma que el torneo de ascenso era mucho más competitivo que diez años atrás. Durante los campeonatos de la “B” de los años 62 y 63 el Grana no pudo superar la mitad de la tabla. Era notorio que la división política no ayudaba. Los notables del distrito no soportaban la supervivencia del peronismo en el club, el poder siempre había sido de ellos y querían recuperarlo a toda costa.
No existe situación más cómoda que ejercer la oposición, ni exigencia mayor que asumir el poder en esas circunstancias de crispación política. A principios del 64, cansado de tanto lidiar con la contra, Pepe Volante entiende que hay que poner fin a las divisiones y buscar otro camino: convoca a Antonio Rotili para que con su vasta experiencia y su prestigio encabece un gobierno de unidad, y una vez logrado el objetivo se aleja definitivamente de la política institucional. Ni la formación de jugadores, ni las obras y tampoco los buenos dirigentes ni los renunciamientos personales en beneficio de la unidad son cosas del presente. Las disputas con un sector muy poderoso que casi siempre condujo al club llevaron al olvido el aporte y el sacrificio de grandes socios y dirigentes, como José Norberto Volante, que mucho han trabajado en los tiempos difíciles. Todo está guardado en la memoria, espina de la vida y de la historia.