Walter Pintos, titular local de la CTA A, recopiló testimonios -recogidos por militantes de su organización y de otras- de gente que le está haciendo frente al hambre como puede
La pandemia ha afectado a nuestra sociedad en todas sus dimensiones. En muchos casos problemas graves que arrastrábamos se han vuelto aún peores. Este es, por ejemplo, el caso de la falta de trabajo y el hambre.
Nos cuenta Norma que en los últimos meses la olla “se llenó de changarines, albañiles sin trabajo, peones de obra, pintores, cortadores de césped, ayudantes de cocina”. Piden para sus familias. El comedor brindaba 120 platos tres veces por semana, hoy está dando 240. “La gente viene con una bolsa con tres o cuatro tappers”, remata.
“Se llevan alimento para toda la familia, e intentan cubrir el horario del mediodía, porque nosotros trabajamos a la noche”, cuenta Rosa. “Muchas personas que antes ayudaban con donaciones y colaboraban con el comedor ahora están viniendo a pedir para sus familias. Vamos a la carnicería a buscar la grasa, la panadería nos da un poco de pan, así se sostiene la alimentación de 100 familias. Acá colaboran seis personas todos los días”.
“Nosotras cocinamos con leña” dice Lupe, y ante la pregunta aclara que, “la leña la juntamos del basurero”. El basurero es la parte de atrás del paredón de Olazábal en Villa Caraza. “Vamos después del mediodía a recorrer y juntar leña ahí. De esta forma garantizar un plato de comida para 160 personas, tres veces por semana, porque ninguna compañera
cobra un salario social, entonces no tenemos para poner para la garrafa”.
Donaciones, solidaridad, esfuerzos, exponerse a riesgos: “Yo también soy enferma, en 2011 estaba yendo al trabajo y me robaron, y me lastimaron. No puedo hacer fuerza, pero la olla la hacemos igual”, cuenta Lupe.
La gente está obligada a trazar estrategias para poder comer. “Un señor que viene cada vez que abrimos tiene su libretita y ahí anota los días y horarios regulares de la olla y también de otros comedores para poder almorzar y cenar”, comenta Norma. Albañiles que antes trabajaban al día hoy trabajan de rastrear ollas y comedores para alimentar a sus familias.
Como Rosa, Lupe y Norma, en Lanús hay alrededor de 400 ollas populares. Nadie sabe exactamente cuántas hay, ni cómo funcionan, ni qué necesitan para seguir operando frente al avance del hambre. Algunas reciben ayuda de forma regular del municipio, otras de forma irregular, muchas no reciben ninguna ayuda. Ninguna funciona “oficialmente”: No existe registro, sitio web, página del municipio u oficina de consulta a donde recurrir para conocer quiénes son las personas que están trabajando en esta tarea ni dónde se encuentran localizadas las ollas. Si tuviéramos un brote en cualquiera de los barrios donde hay ollas, no sabríamos ni siquiera si dan de comer allí regularmente y entran en contacto, por eso, con cientos de personas.
Hace unos días un funcionario de desarrollo social fue al barrio a hacer un operativo por Covid en Villa Esperanza. “Bajaste una vez a traer mercadería y dijiste que ibas a volver, pero no viniste más”, lo increpó una cocinera. El funcionario respondió: “Vos nos traicionaste, te fuiste con el Frente de Todos”. Nada es más simple de entender: la comida es poder. Esto es lo que se debe terminar hoy y para todos los gobiernos que vendrán.
El próximo martes se votará en el Concejo Deliberante de Lanús una ordenanza que busca reconocer el trabajo de los comedores y ollas populares y generar un registro para poder acompañarlas desde lo institucional. Estamos ante la oportunidad histórica de cambiar el futuro de miles de personas que reciben alimento y que trabajan o son voluntarias en ollas y que han sido invisibilizados. Pedimos a nuestros concejales y concejalas que no nos fallen, que nos acompañen para poder cubrir de dignidad a esta heroica tarea de miles de personas solidarias que no piden otra cosa que su apoyo.
#YoQuieroLaOrdenanzaDeOllas