jueves, 28 de mayo de 2020

El brindis del campeón

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

En la leyenda oral y escrita de la mítica noche del 28 de julio de 1990, horas después de dar la vuelta olímpica en cancha de Quilmes, cuando varios de los principales dirigentes de Lanús se juntaron a celebrar el tan postergado retorno a Primera en el restaurante de la sede de 9 de Julio y Córdoba, empujada por la alegría por el ascenso y la chispa de las copas interminables surge la idea de construir la cancha de cemento. Como siempre, el sueño del socio pasó primero por la conformación de un buen equipo para afrontar la exigente competencia que se iniciaba en pocos días, en una categoría de privilegio a la que el club regresaba después de doce años. Néstor Díaz Pérez, que tanto había tenido que lidiar con el estado de los tablones, fue claro al respecto: la vieja cancha de madera no iba a poder soportar la presencia de público masivo. O se cambiaban todos los tablones o tenían que ceder la localía. Alguien tiró la alternativa más onerosa: “¡Hagamos las tribunas de cemento!”. La idea generó un cambio de opiniones envalentonado e inflado optimismo que finalmente se plasmó con la firma de una hoja manuscrita en la cual cada uno de los presentes se comprometía de manera individual con una suma de dinero a donar
fijada voluntariamente por cada uno. Muchos se animaron a más de lo aconsejable para sus respectivos bolsillos, pero la firma estampada ante los amigos en un papel cualquiera tenía más valor que un documento. Era la palabra dada, algo que por entonces valía mucho más que hoy. No había marcha atrás. Fueron mayoría los que cumplieron su promesa.
  Atrás quedaban más de 12 años fuera de la elite, la TV había abordado al fútbol con más intensidad y las cosas habían cambiado demasiado. La victoria sirvió para ayudar a comprender cuál era el camino. Perjudicado por la reglamentación, que no otorgaba el tiempo necesario como para conformar un equipo más competitivo, Miguel Ángel Russo armó un plantel a las apuradas, donde los veteranos que llegaron como refuerzos -Ángel Bernuncio, Fabián García, Agüero, Kuyunchoglu y Gurrieri- no encontraron sintonía con los jóvenes valores del ascenso. Desde lo deportivo, el Apertura 90 fue un regreso para el olvido, con apenas 3 triunfos, 5 empates y 11 derrotas, con sólo 11 anotaciones a favor, una campaña que prácticamente lo condenó a volver a descender.
En el mes de enero de 1991 comenzó a desmontarse por tramos la tribuna de Arias, comenzando desde el codo que daba a Guidi, fueron tres tramos hasta el codo de la Usina. Aquella locura de los dirigentes de encarar la construcción del estadio estaba en marcha, lo que obligará a perder la mayoría de las localías del Clausura 91, ya que en cancha de Lanús sólo recibió a Mandiyú, el resto de los compromisos los jugó en Banfield. Con la llegada de los experimentados Adolfino Cañete y el Toti Iglesias, el equipo mejoró bastante pero ya tenía la soga al cuello. No alcanzó. El descenso fue algo previsible y casi inevitable que de ninguna manera podía confundirse con un fracaso. El breve paso de Lanús por la primera división durante el ciclo 90/91 sirvió para afirmar la recuperación de la vieja mística seguidora de la hinchada Granate, que colmó todos los estadios donde el equipo jugó, y más allá de los pobres resultados obtenidos, recibió la admiración de la prensa y los hinchas rivales. Tal vez el más recordado sucedió en cancha de Ferro Carril Oeste, donde lo recibió un viejo adversario, el club San Lorenzo de Almagro, que ya había dejado atrás sus propias desgracias aunque aún no había terminado de construir su nuevo estadio en el Bajo Flores. Durante los 15 minutos del entretiempo de aquel encuentro, la tribuna que daba espaldas a la cancha auxiliar de Ferro, colmada por el público granate, no dejó de alentar al equipo ni un instante. El poema elegido tenía una letra sencilla: “Dale Grana, y dale, dale, Grana…” y la música era la del tema de moda: “Es una pena” de Bonnie Tyler. A poco del reinicio, sin aflojar ni un minuto con la misma canción, la hinchada Granate recibió el aplauso cerrado de las tres tribunas que ocupaban los del Ciclón, que bien sabían lo que significaba una caída inevitable como la que estaba a punto de sufrir Lanús pese al aliento incondicional de su sufrida hinchada.
Eran tiempos de recambio generacional. En ese año se produjo una reforma en el estatuto que fue determinante para que la unidad política pudiera seguir siendo útil para el club. Con el retorno temporario a Primera se había recuperado el ímpetu participativo de las viejas agrupaciones políticas de la entidad, aquellas que en los tiempos difíciles no integraron la unidad que se hizo cargo de las tareas de reconstrucción. Varias de las agrupaciones que estaban vigentes no contaban con más que un puñado de integrantes, pero en las reuniones de comisión directiva tenían voz y voto, y pese a su mínima representatividad, ponían permanentemente todo tipo de obstáculos y objeciones a los intentos de la unidad política a la hora de tomar decisiones de relevancia. Así fue que se resolvió que cada agrupación presente un aval con la firma de 500 socios. La comisión de Tribuna se transformó en la agrupación Alternativa Granate, y con Nicolás Russo, Roberto Barbaría, Rubén Ferreti, Rubén Chávez, Hugo Ramos y Beto Monge como principales referentes, juntó sin problemas los avales requeridos, lo mismo que la agrupación Unidad, que integraban Néstor Díaz Pérez, Carlos González, Jorge Antico, Alfredo Passeri, Jorge Rotili, los hermanos Solito, Jorge Canossa y Emilio Chebel entre los más notorios. La Cruzada Renovadora Granate, fundada al amparo del primer peronismo, a la que pertenecieron Pepe Volante, Bartolomé Chiappara, Lorenzo D’Angelo, Carlos Bosso, Hipólito Tinelli, Ricardo Antinucci, Arturo Rellán, Rubén Cacace, Alberto Aramouni, Oscar Méndez, Oscar Altrui y otros dirigentes destacados que siempre colaboraron desinteresadamente para bien del club, con el paso del tiempo fue perdiendo protagonismo como agrupación, le costó llevar a cabo el recambio generacional y no logró juntar los avales requeridos, pero en reconocimiento a la trayectoria y el trabajo realizado por varios de sus miembros en los tiempos difíciles, las otras dos agrupaciones que mantuvieron la vigencia aprobaron su continuidad. La crisis económica había dejado de ser un problema insoluble, pero se había vuelto indispensable regresar al fútbol de los domingos para formar parte del show principal. Era tiempo de redoblar la apuesta y seguir con Miguel Russo al frente, preparando un equipo para ser campeón y, como tal, volver a primera con todos los honores. Así fue: el título y el ascenso definitivo llegarían durante el ciclo siguiente, ganando de punta a punta el Nacional B 1991/92 con la fabulosa vuelta de Héctor Enrique, el consagrado Campeón del Mundo junto a Maradona en 1986, el Pato Gómez y Héctor Baille, todos formados en el club; con Schurrer, Armando “La Urraca” González, Walter Lemma, Pirulo Cordero, Meske y Monge, surgidos de la cantera; con la experiencia de Agüero en el fondo, con Kuzemka en el medio, los goles del Pampa Gambier, Angelello y Gilmar Villagrán -la gran figura de Lanús de la década que acababa de terminar- y las espectaculares atajadas del Monstruo Marcelo Ojeda, el Granate volvió a mostrar aquel fútbol distintivo desde su fundación hasta hoy, con uno de los mejores equipos de la historia del club en el ascenso, que en un largo torneo de 42 fechas realizó una campaña inolvidable, con 21 partidos ganados, 15 igualdades y apenas 6 derrotas, Lanús volvió a Primera convertido en una institución recuperada que a paso firme se encaminaba a la grandeza, algo que lograría con el paso de los años posteriores a aquel último retorno, jugando definitivamente en la primera división, acostumbrado a participar en copas internacionales y celebrando varios títulos que en los últimos años fue estampando en forma de estrellas en su camiseta.
La imagen más difundida de aquel inolvidable 24 de mayo de 1992, apenas consumada la victoria sobre Deportivo Maipú de Mendoza por 2 a 0 con goles de Angelello y Villagrán, que a una fecha del final le aseguraba el título de campeón y el ascenso a Primera, es una panorámica del estadio Granate lleno de bote a bote, que en plena transformación muestra el principio de lo que será un gran estadio. La tribuna de Arias, con los tres tramos de construcción terminados, con los codos todavía de madera, al igual que la otra cabecera local que da al Polideportivo y la lateral visitante que da espaldas a Fray Mamerto Esquiú, ambas en aquella tarde también colmadas por los hinchas locales, de donde surgen altivas, las torres de iluminación que en su fallida presidencia había adquirido Francisco Leiras, un símbolo de la peor parte de la historia institucional que estaba a punto de ser superada para siempre, pero que nunca deberá ser olvidada.