por Marcelo Calvente
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“General, lo amo con todo mi corazón” dijo la niña, y se echó a los brazos del viejo guerrero de mil batallas, quien recibió la embestida de pie, en el centro del calabozo que habitaba en la Aduana de la ciudad de Santa Fe, adonde estaba preso desde el 10 de mayo de 1831. Se trataba del general José María Paz, nacido en 1791 en un hogar patricio de la ciudad de Córdoba, héroe de la independencia y líder del bando Unitario en las guerras civiles, para muchos el más genial estratega militar de aquellos tiempos convulsionados de la patria, quien hasta muy poco antes era el Gobernador de Córdoba. La enamorada había llegado hasta ahí acompañada por Tiburcia Haedo, la madre del guerrero, mujer de carácter y evidentemente al tanto de la declaración de amor que presenciaría. La joven se llamaba Margarita Weild, tenía 17 años y era hija de un médico escocés y de María del Rosario Paz, hermana del prisionero, nieta de Tiburcia y claro está, sobrina del “Manco” Paz.
Para entender el dramatismo de la historia de amor que comenzaba con ese encuentro hay que viajar en el tiempo hacia los inicios de una sociedad construida con la Iglesia como autoridad principal, que hasta no hace mucho, digamos unos 40 años atrás, se escandalizaba ante cualquier circunstancia considerada pecaminosa y valoraba la virginidad como una virtud femenina indispensable. Para Margarita Weild, la figura de su tío, a quién sólo había visto algunas pocas veces, se destacaba en los relatos del ámbito familiar en con el lustre de su heroísmo y su valor en combate, por entonces el mayor prestigio que un hombre podía exhibir. Los 23 años menos de la joven, y principalmente su parentesco de sangre, no fueron suficiente obstáculo para un sentimiento incontenible que en principio el tío rechazó, como seguramente antes también la madre y la abuela de Margarita habían intentado evitar, y ante el que, como ellas, finalmente el veterano militar también sucumbió.
El 31 de marzo de 1835, en una de sus visitas y sin que las autoridades de la cárcel lo
advirtieran, Margarita acudió junto al cura de la familia, quien sigilosamente celebró el enlace. Consumado el matrimonio ante Dios, ya como esposa legítima, la joven de inmediato hizo valer su derecho a compartir el cautiverio con su flamante marido, algo que muy pocas esposas de presos de la época se animaban a soportar. En tan duras circunstancias, Margarita Weild dio a luz a los dos primeros hijos del matrimonio. La educación de sus niños, la comercialización de jaulas y productos de talabartería que el general hacía -a quien ella ayudaba debido a la minusvalidez que Paz sufría en uno de sus brazos- y varias otras duras tareas estaban a cargo de Margarita, quien fue inseparable del militar, a quien sus enemigos trasladaban constantemente. Luján, Buenos Aires y Montevideo fueron los destinos carcelarios adonde su esposa lo siguió.
Finalmente, la pareja obtuvo la libertad, aunque debieron marchar al exilio. Se afincaron en Río de Janeiro, y ante la escasez de recursos, la familia vivió de las empanadas que Margarita cocinaba y que sus hijos y su marido vendían entre el vecindario. El matrimonio tuvo ocho hijos, de los cuales sólo tres tuvieron larga vida. El primogénito fue José María Ezequiel, nacido el 10 de abril de 1836; María Josefina Catalina Filomena, nacida el 30 de abril de 1837, fallecida en octubre del mismo año. El 24 de octubre de 1838 nació Josefa Rafaela Margarita; luego José Andrés, nacido el 3 de mayo de 1840 y fallecido a los 5 meses; Andrés nació en febrero de 1842 y falleció durante el mismo año, y Rosa en agosto de 1843. Del séptimo hijo de la pareja, nacido en agosto de 1845 y fallecido a los pocos meses de vida no se encuentran mayores referencias, y por último el 23 de mayo de 1848 nació Rafael, que también viviría apenas algunos meses. Dos semanas después de éste último y complicado parto que la dejó muy debilitada, el 5 de junio de 1848 en Río de Janeiro, Margarita Weild dejó de existir. Tenía 33 años. *
Quedan como registro de una relación apasionada que les permitió sobreponerse a todas las dificultades las muchas cartas de amor que el militar, desde los diferentes campos de batalla, le envió a su esposa expresándole su cariño y su admiración. El cuerpo de Margarita Weild acompañó el periplo político de su marido. Estuvo enterrada en Río, en Montevideo y en la Recoleta de Buenos Aires. Cuentan que el duro militar la amó incondicionalmente hasta su hora final. Ambos yacen juntos en la Catedral de Córdoba.
Es sabido que el viejo casco urbano de Lanús Este, fundado en 1888 por don Guillermo Gaebeler, lleva el nombre de Villa General Paz a instancias de Bartolomé Mitre, y todas sus primitivas calles también fueron bautizadas con el nombre de batallas y jefes militares del bando unitario, como los generales Joaquín Madariaga, Mariano Acha, Pedro Ferré y José Inocencio Arias, ninguno de ellos fue merecedor de semejante honor. Varias de esas calles han cambiado de nombre. Sin embargo se mantiene inalterable la arteria que recuerda la corta vida de Margarita Wield, una dama desconocida para la mayoría de los vecinos, principal protagonista de un amor apasionado y contra la corriente, que bien podría ser considerada como una valiente precursora de la lucha por los derechos de la mujer.