por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com“Apreciado Marcelo Calvente”. De no haber sido por el singular encabezamiento, difícilmente hubiera abierto el correo que un desconocido me envió el 12 de febrero de 2015. Se trataba de un hincha de Lanús de 79 años, que había nacido en Tandil en la Nochebuena de 1936, que desde los 18 años está radicado en La Plata y que jamás había vivido en Lanús ni tenía parientes en ésta ciudad. El hombre estaba ofuscado por la Fiesta del Centenario, que vio por TV junto a sus nietos. “Leí tu nota ‘Esperando el Bicentenario’ y me encontré absolutamente sorprendido por la ausencia de apellidos ilustres, verdaderos hacedores de nuestra vida social y deportiva. Grandes dirigentes que he conocido, como Néstor Díaz Pérez, Alfredo Passeri, el Tano Carnevale y futbolistas ilustres como Nazionale, De Mario, Lodico y Villagrán marginados de una fiesta suntuosa animada por los chistes de Ruggeri”, escribió Carlos Oreste Lunghi, y se presentó como doctor en Ciencias Económicas y ex Contador General de la provincia de Buenos Aires durante la totalidad del mandato de Alejandro Armendariz, entre 1983/87, y fanático de Lanús desde aquella vez que escuchó a su padre, José Emilio Lunghi, intendente de Tandil durante el gobierno de Illía y militante radical de cuño cuyo nombre evoca la calle más importante de su ciudad, protestar indignado por la definición por la permanencia de 1949 ante Huracán: “¡Perón y Ducó lo cagaron a Lanús!”, gritó indignado su padre y él, que entonces tenía 13 años, lo escuchó y de inmediato se hizo hincha del Grana.
Fue testigo de la lenta conformación de Los Globetrotters, a los que iba a ver a cancha de Estudiantes y Gimnasia, siempre a la popular visitante junto a sus hermanos de pasión, y cuando podía se tomaba el tren para alentar al equipo en Arias y Acha. Desde ese momento y hasta hoy, con la promesa de alguna vez estrecharnos en un abrazo, mantuvimos un
frecuente diálogo en el que analizábamos la marcha del equipo. El me escribía su parecer sobre alguna de mis notas o comentarios radiales, y yo le contestaba puntualmente. Como todos los hinchas Granates de su tiempo, tendía mucho al pesimismo. Compartíamos algunas opiniones negativas sobre el equipo de Guillermo, y de a poco, empezó a confiar en el esquema de Jorge Almirón. A medida que crecían las chances de obtener una nueva estrella, el temor a la frustración se apoderaba de mi amigo, que sin embargo confiaba en mi optimismo. La cosa funcionaba así: él me mandaba un correo electrónico y yo le respondía de inmediato. A veces insistía muy pronto, en otras pasaban meses, pero el ida y vuelta nunca se cortaba.
“El tristemente célebre 28 de octubre del 56, ante River y con la cancha de madera llena, a las 10 de la mañana yo estaba allí, a la izquierda de las plateas. ¡Cuánto dolor, éramos campeones! En el primer tiempo pudimos terminar tres a cero arriba, en el segundo tiempo no nos dieron las piernas. Labruna encontró un espacio entre Nazionale y Beltrán y nos ganó el partido. Hablan de ignorantes…” me respondió cuando le pedí su opinión como testigo presencial de aquella dolorosa derrota. “Harto de escuchar a los hinchas convencidos de que se habían vendido, una vez le mandé una carta a mi ídolo, Pepe Nazionale”, me escribió en un correo de octubre de 2015, y me adjuntó esa carta fechada en julio de 1993 fiel a su estilo protocolar y repleta de elogios: “¡Que equipo! Yo tenía 19 años, y hoy a los 56 sigo gritando a los cuatro vientos que me emborraché de magia, y los demás se perdieron a la mejor orquesta sinfónica que actuó en una cancha de futbol. En ese espectáculo inolvidable estaba usted, José, principio y síntesis del fútbol". Nunca obtuvo la respuesta que durante mucho tiempo esperó, ni la foto autografiada que le pidió a su ídolo para su hijo menor, el único de sus cuatro vástagos que había heredado su pasión por Lanús.
En otro de sus envíos, en octubre de 2016 me contó al pasar que en la década del ‘80 se había hecho amigo de Alfredo Passeri, Francisco Carnevale y Néstor Díaz Pérez, “tres dirigentes que venían luchando a brazo partido por sacar al club del pozo en el que había caído”. Con ellos se sentaba en la platea oficial cada vez que asistía a los encuentros de local, y luego extendía la jornada cenando en el restaurant de la sede. En esa nota me informa que estaba aquejado por el mal de Párkinson y que además había sido operado de columna. El 26 de octubre de 2017, dos días después de la derrota ante River en el Monumental, en el partido de ida de la semifinal de la Copa Libertadores 2017, me escribe: “Querido Marcelo: Un alegrón volver a escucharte comentar los partidos. Voy para los 81. Como estaré de loco que el partido del martes no lo vi. Me parece que estamos al horno. Alvarez Vega, Calvente y Mercado, vivo recordando para no olvidar. Se fue Pichi Solito. Tengo que conocerte antes de partir. Un abrazo, hermano de pasiones incontrolables, ojalá que ganemos el martes”. El último mail que le mandé al día siguiente no tuvo respuesta. Carlos Lunghi falleció más de 10 meses después, a los 82 años, el 7 de septiembre de 2018 en la ciudad de La Plata, donde residía. Sus restos fueron trasladados a la ciudad de Tandil y fueron inhumados en el Cementerio Municipal.
Hace algunos días, mientras charlaba con Néstor Díaz Pérez sobre las muchas colaboraciones que el club recibió para construir el microestadio y la cancha de cemento, me cuenta: “Toda la piedra que necesitamos la donó un amigo a fines de los años 80. Me acuerdo como si fuera hoy. Un día estoy en La Plata con los papeles del subsidio que nos dio Osvaldo Otero, subsecretario de Deportes del gobierno de Alfonsín, y me mandan a ver al Contador General del gobierno provincial. Entro al despacho, y lo primero que veo es un banderín de Lanús. El tipo era fana y yo no lo conocía. Me quedé hablando con él como tres horas. Se llamaba Carlos Oreste Lunghi (foto) era el hermano del actual intendente de Tandil. Nos mandó de unas canteras de Tandil toda la piedra que necesitamos para hacer las dos obras y no nos cobró ni un peso. Ese hombre fue un verdadero prócer de Lanús y nadie lo sabe”.