por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comA Macri no le da el piné para hacerse el guapo. Con sus conocidos problemas de dicción, ante la Asamblea Legislativa del 1 de marzo habló como lo que es: un “niño bien pretencioso y engrupido” que por esas cosas de la política ocupa transitoriamente el lugar principal de la Casa de Gobierno. Esta vez agregó una considerable dosis de histeria. Muchos de nosotros no lo admitimos como presidente de la Nación, de la misma manera que no lo reconoció Cristina Fernández cuando, acertadamente, decidió no entregarle la banda presidencial ni el bastón de mando. Aquella justa actitud de Cristina tuvo su razón de ser y desde entonces, para una gran porción de los argentinos, Macri no representa nada más que al porcentaje de personas que lo votó y a quienes aún le siguen fieles convalidando, con ese apoyo, la demolición de la Patria. El dudoso triunfo electoral del macrismo en 2015 por sólo un par de puntos de diferencia no legitima el latiguillo neoliberal “estamos aquí porque nos votó la gente”. Los votó una minoría y digámoslo claramente: fue, en gran medida, un voto traidor guiado por el odio. Cristina, con total claridad, se declaró opositora de entrada porque sabía lo que se venía y, por su responsabilidad como referente de un importante sector del peronismo, tuvo la obligación de marcar bien la línea divisoria que separa al pueblo de sus enemigos.
Alguien que pretende presentarse como presidente de la Nación debe tener condiciones para elevar el debate. Mauricio carece de ellas. El discurso pronunciado ante diputados y senadores fue mentiroso, irrespetuoso y lamentable. Lo que se observó con mayor nitidez es el nivel de caradurismo alcanzado por Macri que, ahora siguiendo el consejo de quien sabe que ilusionista de la política, intenta vender gato por liebre suplantando el tono socarrón de
otras veces, por grititos que en cualquier esquina del Conurbano le podrían hacer tragar de un sopapo. Los amarillos, por ahora, están sólidos en el poder porque las fuerzas económicas y financieras que los sostienen y manejan cuentan con enormes y variados recursos. Pero también es cierto que ante un rechifle radical que los debilite electoralmente restándoles territorio, o una reacción popular generalizada y potente como las sucedidas en otros tiempos en nuestro país, pueden caer como una fruta madura.
No nos ilusionamos con la deserción del radicalismo de las filas de Cambiemos porque, en verdad, su dirigencia actual ha convertido a la Unión Cívica Radical en una expresión política degenerada que prefiere, sumisamente, cumplir el rol de lacayo de los poderosos antes que adoptar una actitud digna de acercamiento al pueblo y a la recuperación de los principios de Alem, Yrigoyen, Larralde Lebensohn y Amaya.
Ante la necesidad de derrotar al macrismo para poder salvar a la Argentina del desastre ocasionado por Macri y sus cómplices, la dirigencia política que realmente se decida a cumplir el papel de opositora y no el de ser “cartón pintado”, tiene la obligación de constituir un frente patriótico con posibilidades de escarmentar electoralmente a quienes han causado tanto daño desparramando miseria y sometiéndonos al Fondo Monetario Internacional. Algún día los entregadores de nuestra soberanía, rematadores de los bienes nacionales y sepultureros de la dignidad argentina habrán de pagar a precio de rejas semejante latrocinio y traición a la Patria. Poco faltó en la vergonzosa Asamblea Legislativa del primer día de marzo, que quien ocupa la Casa de Gobierno y sus secuaces finalicen nuestro Himno chillando a voz en cuello “Oh juremos por el Fondo morir!”.Habrá que poner de pie nuevamente al país. Para la disputa electoral en octubre próximo es necesario ordenar ideas, armar un programa de salvación nacional y prepararse para impedir el fraude que seguramente está tramando el macrismo. 2019 debe ser el año en se sepulte, para siempre, el neoliberalismo en la Argentina. En medio de la situación de hambre y dolor que vivimos no hay lugar para la paciencia ni para más tolerancia con quienes asfixian a nuestro pueblo, condenan a sufrimiento perpetuo a los ancianos y anulan toda posibilidad de un presente digno y un buen futuro a las generaciones jóvenes. La reserva de nuestras esperanzas por un país mejor radica en la capacidad de reacción de nuestro pueblo movilizado. Ya es hora de decir basta a la ignominia amarilla.
(*) De Iniciativa Socialista