por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comDecretado el final del partido ante River y con la desazón por el resultado adverso, el colorido y el aliento del principio se transformó en bronca y repudio. A esa hora de la noche nadie recordaba que Lanús había dominado durante cuarenta minutos, e incluso que en ese primer tiempo pudo -y mereció- haber convertido un par de goles más. Las imágenes de ese lapso muestran el desconcierto de los jugadores de River y la preocupación en el rostro del Muñeco. La apertura del marcador por parte de Maciel, quien luego de pasar al ataque y recibir de espaldas metió el remate corto y preciso a la ratonera, una gran definición ante un arquero intimidante, le puso valor al dominio y enrojeció las gargantas. Parece mentira, pero a poco del fin del primer tiempo, La Fortaleza era una fiesta. Todo había empezado con la buena cantidad de público, y un gran recibimiento al equipo, como una continuación del banderazo del martes, realizado en respuesta a la dura derrota ante Newell’s, también después de dominar durante casi todo el
primer tiempo, hasta el error de Pereyra Díaz que movió la estantería. Y yendo más atrás, al debut de Zubeldía ante Racing, lo mismo; jugando de mayor a menor, después de dominar un tiempo, casualmente el primero, llegó el increíble error de Sara y una nueva derrota, cuándo no en el complemento, siempre dando muestras de cansancio físico y mental. Una tendencia más que evidente, que debería tener alguna explicación más precisa.
Partiendo de una experiencia previa que dejó enseñanzas, mucho antes de que el ciclo de Almirón llegara a su fin, fue anunciado Ezequiel Carboni, de muy buen desempeño en las formativas, quien sería el reemplazante del DT tricampeón. Por entonces, para llevar a cabo el recambio y para promover a los pibes, no había mejor alternativa que Carboni, quien además de haber sido capitán del primer equipo Granate durante cinco años, fue formado en el club desde el fútbol infantil y jugó en todas las categorías hasta llegar a Primera. ¿Qué mejor candidato que él podía haber? Pero había un problema: resulta que Carboni nació en Villa Barceló, y de chico, como muchos vecinos de ese barrio lindero a Lomas de Zamora, era hincha de Banfield. Lo demás es sabido: Durante el primer semestre, el Kelly debió lidiar con futbolistas más atentos a sus respectivos futuros que a sus indicaciones y con hinchas furiosos con la conducción y en contra del recambio, más ocupados en encontrar señales de su amor por la contra que en respaldarlo, como se merecía, por su absoluta identificación y pertenencia al club Lanús, al que llegó siendo un niño.
El recambio trajo discusiones y la mala campaña lo transformó en rencor. El equipo no daba pie con bola, y la poca paciencia de un público mal predispuesto a aceptar el recorte presupuestario se agotaba irremediablemente. Los insultos fueron demasiado para Carboni, y su renuncia no hizo más que volver la cuenta a cero. Tiempo perdido. De los 29 puntos conseguidos en el ciclo 2017/18, Almirón obtuvo 13, producto de cuatro victorias consecutivas más el empate con Vélez en su despedida, y perdió los otros seis partidos. Luego llegó Carboni, que se hizo cargo ante Chacarita. De los 16 encuentros que dirigió hasta el final de ese torneo apenas ganó 2, aunque sacó diez empates, las derrotas fueron cuatro, totalizando 16 puntos. Esos 29 puntos en 27 partidos, cosecha impensada para Lanús, serán la cruz que sus hinchas cargarán hasta, en el mejor de los casos, zafar del descenso. En el arranque del presente torneo, sumó sólo dos unidades, y tras la caída en la 3º fecha ante Aldosivi en La Fortaleza, llegó el adiós anunciado. En la derrota frente a Argentinos dirigió Rodrigo Acosta. Y al final, para la 5ª fecha llegó Luis Zubeldía. Tres jugados, tres perdidos, alternando muy buenos y muy malos momentos futbolísticos, y el milagro de la aparición de Pedrito de la Vega.
La tercera presentación de de la Vega nos muestra su rápida evolución. Tiene mayor decisión para encarar y eludir a su marcador, muestra su ductilidad para enganchar para ambos lados, su freno y su arranque en velocidad, y además se anima al remate, son virtudes que hablan de un futuro crack. Encara y gana, y lo hace con soltura, como jugando, así fuera Leonardo Ponzio el adversario a eludir. La aparición de este pibe nos remite a la de Pizarro y Salvio; a la de Valeri, Blanquito y Lautaro; a la de Coyete y el Caño Ibagaza. Y esa nostalgia nos recuerda cuál es nuestra verdadera esencia: la formación. Lanús fue, es y será cuna de grandes futbolistas. Y esa virtud tan distintiva es la que le permite, siendo un club deficitario, ostentar todavía el título de subcampeón de la Libertadores y tener la economía saneada por un tiempo considerable. Es cierto que el equipo demora demasiado en aparecer, no encuentra el camino a la victoria que corte la racha de una vez por todas, y lo que es peor, ya está metido de lleno en la lucha por la permanencia. Es necesario que alguno de los que llegaron pueda aportar algo, tanto como que Maciel, Lodico, Belmonte, Marcelino y el jugador sensación, esa criatura que sorprende y entusiasma, que responde al nombre de Pedro De la Vega, encuentren el verdadero nivel que por sus condiciones pueden alcanzar.
Muchos hinchas Granates no aceptan que el equipo se armó articulando pretensión y austeridad, no aprecian el cuidado del dinero como una necesidad, y no advierten que en ese escaso margen de maniobra entre ambas búsquedas, cada incorporación resulta una moneda al aire. Un refuerzo, siempre ha sido así, puede resultar o no. Lo cierto es que Lanús está jugando contra el descenso, que lo hará por lo menos durante dos ciclos completos, y que nada va a cambiar milagrosamente, sino es con el trabajo y el esmero de los futbolistas y el cuerpo técnico, la disponibilidad y el sacrificio de los socios más cercanos, y el acompañamiento y el aliento de todos los simpatizantes. Y en lo posible, con algo de la buena fortuna que parece haber perdido la noche de la derrota contra el Gremio, cuando todo se empezó a complicar.