por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comPasaron apenas siete días de aquella imagen dejada en el complemento ante Croacia, cuando la Selección terminaba de sufrir un verdadero papelón futbolístico. Pasaroncuatro del día que tomaron el mando Messi y Mascherano, mientras los enviados especiales competían a ver quién de ellos se exhibía más indignado y dolido, quién era el de crítica más hiriente. Hace apenas tres días Islandia perdía con Nigeria y la Argentina no sólo tenía chances; ahora dependía de sí misma. Y fue ayer nomás que Marcos Rojo anotó el gol de la victoria sobre los africanos que significó la clasificación a octavos del final. Del que se vayan todos a la esperanza infinita, de lágrimas de ira a lágrimas de emoción, el triunfo conseguido en el final ante Nigeria le prendió mecha al optimismo argentino, siempre listo.
El fútbol despierta pasiones así de fuertes, así de cambiantes, sentimientos que no se pueden explicar. Cuando estaban en la cornisa, después de Croacia, llegaron a un acuerdo: Chiqui Tapia le dijo a Sampaoli que baje el perfil, que arme el equipo con los muchachos. Y los muchachos le explicaron al técnico lo que pensaban, quién debía jugar y quién no, y salieron con todo a ganarle a Nigeria, mejorando notablemente la actitud deportiva, aunque
tan perdidos en el juego como ante Islandia y Croacia. Armani dio seguridad, los del fondo estuvieron firmes en la marca, pero del medio para arriba sin cambio de ritmo y anunciando los pases, sin conseguir profundidad ni sorpresa en ataque. Se nota que al equipo le falta ensayo. No tiene plan de juego definido, ni hay entendimiento entre quien la pasa y quien la recibe. Pelotas siempre a dividir, pases sin destino, recepción dificultosa, pérdida garantizada.
La apertura temprana del marcador -pase magistral de Banega, el control de lujo, pique corto y remate de derecha de Lionel Messi al gol-simplificó las cosas.Pero apenas reiniciado el partido, Nigeria dispuso de un penal que tradujo en empate en uno, resultado que le otorgaba la segunda colocación, y dejaba a la Argentina afuera del Mundial. Desde ahí hasta el final, la impaciencia y el mal augurio se dibujaba cada vez con más fuerza en las caras demudadas de los hinchas argentinos. El gol de Rojo a poco del final, un milagro en sí mismo, fue una explosión de júbilo que cruzó el planeta. El dramatismo lo puso, cuando no, Diego Maradona, en el palco especial desde donde posa durante cada partido de la Selección, luego del gol sufre un desmayo y es retirado por la emergencia médica. La camiseta argentina despierta pasiones así de contundentes, así de inexplicables,así de trágicas.
El Mundial va sobre ruedas, y la tecnología audiovisual consolida su nuevo aporte.El VAR se viene aplicando con cautela. Por lo general los árbitros lo ignoran, pero el que le busca el pelo al huevo es el observatorio arbitral, y normalmente el juez del partido termina sancionandola infracción que le fue sugerida por sus colegas. Al que dirigió a Argentina le tiraron un VAR -una mano de Rojo en el área propia, roce absolutamente casual de la pelota en su mano izquierda- que el colegiado, a tono con la letra fría del Reglamento,decidió no sancionar. El VAR puede ser muy útil para determinar ciertas infracciones, pero no debería ser usado para apreciar si un balón es golpeado o no por una mano, porque el reglamento castiga únicamentela intencionalidad, y en ningún caso contempla que la extensión de un miembro, aunque sea de manera imprudente, debe ser sancionado con infracción, siempre que no se interponga al balón de manera intencional.Espreocupante porque las ligas más importantes del mundo recomiendan a sus árbitros que sancionen toda mano que se produzca en el área, sea o no casual, contradiciendo el previsto reglamentario original y vigente, y traicionando la esencia misma del juego para el que fue lúcidamente redactadoen Londres hace 150 años.
La aplicación de ésta recomendaciónverbal es un golpe artero contra el espíritu del Reglamento del Fútbol. El VAR es una herramienta de enorme incidencia debido a la facultad de decidir quéjugada analizar y cual no, y a quién se favorece o a quién se perjudica con esas intervenciones. Una herramienta peligrosa. Ésos golpes, esos empujones, un salivazo, un insulto desmedido, infracciones de apreciación que otorgan al pito la facultad de repartir favores y perjuicios a gusto y placer, una manera casi infalible de hacer ganar o hacer perder un partido, una pesada carga sobre los hombros deloscolegiados y el observatorio.
Los hinchas argentinos, agónico triunfo de por medio, recuperaron la confianza. Aunque el equipo no tuvo profundidad porque no tuvo sorpresa, aunquese advierte poca reserva atlética en la mayoría de los jugadores, pese a que es notoria la falta oferta de recepción y quetampoco prospera el pase en cortada, el país entero se subió al tren del Mundial de Rusia con la bandera Argentina. La modesta reacción no es futbolística, ni táctica, ni estratégica. Ahora viene Francia. La esperanza se sostiene en la personalidad, en el temple del jugador criollo, en la tradición de un fútbol que nació casi en simultáneo con el fútbol inglés. En esta rara forma de participación del pueblo, casien su totalidad como hincha del equipo, sin juego por evaluar, sin orden por sostener, con futbolistasdesperdigados por el mundo, con entrenadores que no dan la talla, con dirigentes que no tienen cara, con todo en contra, lo único que cuenta es lograr la victoria, ymientras luchen y se desangren en el intento, el equipo será acompañado por el pueblo argentino. Si con eso alcanza o no, es otra cuestión.