por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comEn lo económico nunca estuvimos tan mal como ahora. Ni siquiera en épocas de dictaduras asesinas que bañaron en sangre a nuestro país. Antes nos eliminaban con cárcel tortura y muerte. Nos perseguían e impedían cualquier tipo de opinión y pensar libremente significaba una condena a muerte. Ahora no nos exterminan con aquellos métodos. Nos quieren eliminar con políticas de hambre sacándonos la comida de la boca. Nos torturan, haciendonos sufrir a horrores por el alza constante del costo de vida y con prolongados cortes de luz en medio de los calores del verano o del intenso frío de invierno. Nos someten a castigos físicos y psíquicos dejándonos sin trabajo o logrando que cada día nos levantemos y acostemos con el temor de perderlo. Nos encarcelan en nuestras casas mientras las calles son tierra de nadie. Nos reducen los salarios mientras grupos de delincuentes se alzan con miles de millones de pesos mediante embrollos en el terreno de las altas finanzas. Condenan antes de tiempo a una muerte dolorosa y segura a millones de viejos que habiendo trabajado toda su vida hoy no pueden comprar un medicamento, alquilar una vivienda digna y comer como corresponde porque les roban descaradamente sus magros haberes jubilatorios.
La espera de las facturas de luz, agua y gas es un padecimiento brutal para los pobres hundidos en la incertidumbre y sometidos a un constante picaneo. Para el pueblo en general y especialmente para los sectores más humildes, el aumento de tarifas constituye un daño moral y material irreparable que no sólo afecta su bolsillo sino también su salud física y
mental.
Pretenden sumergirnos en la ignorancia terminando con la enseñanza estatal gratuita y obligatoria para garantizar la instrucción solamente a los hijos de los ricos. Cada día caen más familias enteras bajo el tormento que significa sobrevivir en situación de calle. Muchos de los que creen ser de “clase media” no pueden prender las estufas ni los ventiladores, pagar las cuotas del autito ni ponerle nafta. Los gastos por seguro, patente o cochera le comen el hígado y aunque no den el brazo a torcer saben bien que por haber votado al macrismo y ser parte responsable del desastre nacional, sus hijos y nietos, más temprano que tarde, por sufrir las consecuencias de su voto por odio, los putearán todas las horas de cada día.
Esta y no otra es la dura realidad argentina en la que nos ha sepultado la ferocidad neoliberal. En poco tiempo han saqueado al país pulverizando nuestra moneda y dentro de poco, de seguir así, intentarán rematar todo lo que puedan de nuestro patrimonio nacional. La dependencia al Fondo Monetario Internacional, si no se le pone freno, nos lleva directamente a convertirnos en una colonia del imperio. Ya somos un país con muchos pobres y pocos ricos. La Argentina, si esta locura amarilla no se erradica, con toda su historia, sus símbolos y su potencial, quedará definitivamente hecha trizas. Por eso lo que se dice oposición debe reaccionar de una vez por todas, dejar de lado las ruindades de la política menuda, hallar comunes denominadores para la unidad y agotar hasta el último esfuerzo por constituir un frente patriótico que levante un programa con propuestas realizables para el salvataje de la Nación Argentina.
Los días y meses pasan rápidamente y no es bueno perder tiempo en especulaciones infames ni rodeos que, al postergar acciones concretas de construcción política, sólo hacen el juego al gobierno macrista. En parcelas de nuestra sociedad hay abatimiento y decepción. También, en importantes sectores, hay indignación y decisión de luchar para revertir la situación deplorable en que nos hallamos. Los abatidos y decepcionados deben comprender que no se debe vivir de rodillas y que es conveniente sumarse a quienes ya han orientado sus fuerzas hacia la resistencia y la contraofensiva. Los que por esas cosas de la política han alcanzado lugares en los concejos deliberantes, las legislaturas, en el Parlamento o en funciones ejecutivas y dicen no ser oficialistas, deben demostrar con hechos su voluntad para concretar una fuerza capaz de triunfar en las elecciones de 2019. Por su parte, el peronismo, atendiendo a la responsabilidad histórica que le compete, debe cumplir con su rol de principal expresión política opositora sin permitirse tanta dispersión ni tanto dar vueltas sin encontrar el rumbo adecuado. La imperiosa necesidad del pueblo argentino de vivir en paz y con una adecuada calidad de vida no puede esperar que los supuestos dirigentes duerman “el sueño de las manzanas”. El tiempo se escurre como agua entre los dedos y el chicaneo, las indecisiones, la incapacidad para proponer soluciones a los graves problemas nacionales; la demora en instalar candidaturas y la irritante especulación de algunos personajes están colmando la paciencia de gran parte de nuestro pueblo ansioso de que se termine con el actual estado de miseria, de inseguridad y con la desfachatez de los funcionarios oficialistas, desde Mauricio Macri para abajo, que han hecho de las mentiras una abominable práctica cotidiana.
No hay posibilidades de acuerdos con el macrismo. Es necesario derrotarlo democráticamente. Tampoco se puede aceptar que alguien piense que la agenda política de las organizaciones opositoras tengan que ajustarse a lo que ocurra en el próximo campeonato mundial de fútbol. Los ancianos que sobreviven en estado de amargura, los pibes que no comen, las personas que perdieron su trabajo o no tienen acceso a él, los sin techo y quienes se mueren por falta de atención médica o por no poder comprar un medicamento, no tienen por qué estar pendientes de un hecho deportivo, o de que Urtubey, Pichetto y Schiaretti definan entre ser opositores o hacer rancho aparte y postrarse definitivamente a los pies de Macri. La situación de nuestra dolorida Argentina es gravísima. Queremos la unidad con todos los que estén en la vereda del pueblo aunque pisen otras baldosas. Pero si alguno juega en contra y mediante artimañas es funcional al enemigo, será mejor apartarlo del camino.
(*) De Iniciativa Socialista