por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comLos socios y allegados más cercanos sabemos cómo son las cosas, pero los hinchas y simpatizantes no quieren entenderlo. El viejo y querido Lanús viene de los dos mejores años de su historia: tres títulos en 2016, subcampeón de la Copa Libertadores en 2017. Con una honda como arma, a lo David, Lanús se transformó en uno de los dos mejores equipos del continente. Lejos de celebrar tan extraordinaria campaña, un número indeterminado de sus seguidores, la mayoría jóvenes y desconocedores de la historia institucional y sus enseñanzas, imaginó que era para siempre: que las grandes instituciones argentinas estaban un escalón debajo, y que el Granate, por méritos deportivos, sin el presupuesto, ni las recaudaciones, ni los sponsors de los cinco grandes, de buenas a primera se había convertido por Gracia Divina en el más fuerte, y que de aquí en adelante, el Supremo le había concedido el más preciado de los milagros; es decir, más títulos y grandes victorias de por vida. Y ahora, que hay que remarla para mantenerse y reformular un nuevo equipo de menor cotización para volver a empezar, quieren quemar la Iglesia.
Se dice que 55.000 personas asistieron a La Fortaleza la noche de la final, una concurrencia jamás alcanzada en la vida del legendario estadio. Pero los nuevos fieles plantean un presente imposible, inexistente, de fantasía: no sólo afirman que no debía alejarse ninguna de las figuras que tan alto llevaron la divisa, también aseguran que el equipo debía reforzarse con futbolistas a la altura de las nuevas exigencias. Nada saben de presupuestos, de ingresos, de gastos, “ahora somos grandes, tenemos que armar un equipo poderoso”, dicen convencidos. Tampoco saben que la decisión de barajar y dar de nuevo estaba tomada desde antes, cualquiera fuera el resultado del cruce con Gremio de Porto Alegre. Y mucho menos que no había otra alternativa que parar la pelota y retomar el rumbo que tan buenos resultados había dado. En síntesis, desprenderse de varias figuras bien
remuneradas y volver a mirar hacia la cantera del club.
Durante los dos años del exitoso ciclo de Jorge Almirón casi no hubo lugar para los pibes del semillero, y el presente semestre de transición, ya lejos de la lucha por el título local debido a que con Almirón se jugó la Superliga con equipo alternativo y con magros resultados, el único compromiso relevante -además de mantenerse alejado de la zona del descenso- era la primera fase de la Copa Sudamericana ante el Sporting Cristal, la única llave que se jugaría antes del Mundial de Rusia. La carta era difícil, y la incomprensión acerca de la cuestión, sumada a las conocidas deficiencias de comunicación de los dirigentes, no presentó el mejor escenario: azuzados por las mentiras de su goleador, José Sand, que desconoció el contrato que tenía vigente, y aprovechando una cláusula favorable, abandonó el club para ir a ganar el doble de dinero al Deportivo Cali sin que por su partida ingrese ni un solo peso a las arcas de la entidad. El conflicto hizo que muchos de los nuevos hinchas confundieran el diagnóstico.
Los errores masivos de apreciación suelen tener resultados trágicos: un buen número de Granates le dio la razón a Sand, y transformaron al club en una caldera. No entendieron que sin cuidar los recursos no hay presente ni futuro. No saben ni les interesa saber por qué motivo cuatro décadas atrás la entidad estuvo a punto de desaparecer, jugó tres años en la “C” y estuvo ausente de la división mayor durante trece años y medio, entre diciembre de 1977 y julio de 1990, el tiempo que le llevó recuperarse de los errores cometidos por la conducción que debió tomar el timón cuando la dictadura proscribió al recordado Lorenzo D’angelo. Todo está guardado en la memoria.
La reconstrucción comenzó en 1980 con el Viejo Guerra, con un equipo juvenil que quedó en la historia, conformado por una gran camada de jóvenes futbolistas de la cantera entre quienes se destacaba el Negro Enrique, capitaneados por un símbolo Granate de todos los tiempos: José Luis Lodico. Fue a partir de aquel título de Campeón de Primera C de 1981 que Lanús empezó a volver, y lo hizo a su manera: con los pibes del club, con el aliento de su gente, con el respaldo de la ciudad que lo cobija desde 1915. Hoy, como en una pesadilla, nos quieren confundir quienes desconocen nuestra leyenda. En éste impensado marco, aprovechando el rio revuelto y la ansiedad de muchos, algunos dirigentes que bien conocen nuestro pasado pretenden tendernos una trampa muy peligrosa: atentar contra la unidad política, la madre de todos nuestros logros, la valiente y madura decisión que nos llevó a ser el club modelo que somos y que no debemos dejar de ser por nada del mundo.
En medio del inconformismo y las críticas despiadadas, Ezequiel Carboni trata de encontrar el equipo, sabiendo que afronta una transición donde lo más importante, además de sumar la mayor cantidad de puntos posibles, es tratar de armar la base para el equipo que después del receso jugará las fases definitorias de la Copa Sudamericana. Y si bien el resultado parcial es magro en cuanto al rendimiento colectivo, al cabo del presente semestre sabremos si Andrada, Pasquini, José Luis Gómez, Marcone y Lautaro Acosta conformarán la columna vertebral de un plantel que posiblemente cuente con el fogueo de juveniles que ilusionan, como Carrasco, Thaller, Cáceres, Maciel, Lugo, Belmonte y Gastón Lodico; tal vez con versiones mejoradas de García Guerreño, Di Plácido, Herrera, Rojas, Marcelino Moreno, Bruno Vides y Di Renzo, y que gracias a no haber malgastado a ciegas el dinero durante estos seis meses, se completará con el arribo de algunos refuerzos en los puestos en los que sea indispensable invertir. Para que el proceso llegue a buen término será determinante dejar de poner palos en la rueda, aflojar con la soberbia y aportar lo que siempre, y sobre todo en las malas, los socios y simpatizantes granates supimos entregar: nuestro aliento incondicional y nuestro amor por los colores.