por Omar Dalponte
omardalponte@gmail.comEn nuestra dolorida Argentina, a principio de cada año, los veranos, políticamente, suelen tener sus particularidades. Antaño, algunas playas no demasiado lejanas servían como placentero refugio en el cual parte de nuestra fauna política, además de disfrutar algunas mañanas de truco, sol y baños de mar, despuntaban el vicio “rosqueando” en largas sobremesas. Pinamar, por ejemplo, fue en su momento la meca del menemismo. En definitiva enero y febrero servían como precalentamiento para las batallas que habrían de librarse de marzo en adelante. En la ciudad de Buenos Aires, donde la miseria nunca castigó tanto como en el conurbano, en estos dos primeros meses se reducía considerablemente el bochinche cotidiano después de diciembres generalmente tumultuosos. Para el lenguaje periodístico era un tiempo "mortadela".
No se nos escapa que también hubo eneros trágicos. 1988: segundo levantamiento carapintada (15 de enero) 1989: copamiento al Regimiento 3 de La Tablada por el grupo Movimiento Todos por la Patria (23 de enero) 2002: luego de la tragedia de los días 19 y 20 de diciembre de 2001 y de cinco presidentes en una semana, Eduardo Duhalde asumió la presidencia de la Nación el 2 de enero. En medio de la turbulencia, Duhalde tomó el timón y por lo menos, como pudo, enderezó una nave que parecía hundirse definitivamente.
En el reciente enero, en Costa del Este, el Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires realizó la primera reunión después de su elección interna de diciembre pasado. Esperanzados suponíamos que la conducción justicialista bonaerense emergería fuertemente unida y con un programa de acción política, elaborado como mínimo para
mediano plazo, que le permitiera plantarse en el escenario actual de acuerdo a las necesidades del país, de la provincia y del peronismo. No fue así. Pero por lo menos alumbró un documento que contiene algunos enunciados interesantes. Lo titularon “Es tiempo de construir una esperanza”. El presidente del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez, seguramente no feliz totalmente por las ausencias de Fernando Espinoza y Verónica Magario, importantes referentes de La Matanza, no necesitó demasiadas palabras para referirse al encuentro: “Sesionamos 40 de los 48 delegados y pudimos redactar un documento en el que analizamos la coyuntura y pedimos volver a confluir para atender las demandas del campo popular. Es tiempo de construir una unidad que respete la diversidad”.
Otro paso en el camino a la unidad del peronismo se dio en el acto realizado en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) en la Ciudad de Buenos Aires a principios de febrero. En el encuentro confluyeron dirigentes del kirchnerismo, del randazzismo y del Frente Renovador de Sergio Massa. En verdad, la fotografía final fue una postal no imaginada hace apenas un par de meses. ¿Fueron hechos políticos positivos para el peronismo? Indudablemente sí. Pero, avezados intérpretes de los vaivenes peronistas, a pesar de la carga pirotécnica de sendos encuentros, para el conjunto –dicen- quedó demasiado gusto a poco.
En determinados círculos se espera con bastante ansiedad la palabra de Eduardo Duhalde, prometida para fines de este mes o principios de marzo. El ex presidente viene planteando dedicar el 2018 a la reconstrucción del peronismo para concretar una oferta electoral el próximo año ¿Tiene aún pólvora en su arsenal el veterano peronista lomense? Veremos.
En otros campamentos, quienes propician aunar fuerzas para la construcción de una gran frente opositor a Cambiemos, aguardan con inquietud y esperanza la concentración convocada para el día 21 de febrero por sectores del movimiento obrero. Algunos pronostican, para después de ese acto que conciben multitudinario, una suerte de mesa coordinadora que propondría y llevaría adelante dos cosas: un plan de lucha que tendría como meta final un paro general activo y la organización de un frente amplio, de unidad nacional, que procuraría incluir a la mayor cantidad del sesenta por ciento de ciudadanos que no votaron al macrismo en las últimas elecciones.
Mientras estos movimientos se van dando en el peronismo, la flor y nata de Cambiemos se reunió por un par de días en la localidad atlántica de Chapadmalal en lo que, risueñamente, denominaron “retiro espiritual”. De ese encuentro, que al finalizar tuvo como voceros a Mauricio Macri y al Jefe de Gabinete Marcos Peña, no surgieron grandes novedades. Uno supone que quienes esperaban grandes anuncios habrán quedado un tanto desilusionados. La “conferencia de prensa” ofrecida en la tarde del viernes último no fue más que una reunión de amigos en la cual las preguntas que tal vez cierto público esperaba brillaron por su ausencia.
Evidentemente el estilo de Cambiemos difiere de los modos del kirchnerismo. Poca espuma hacia afuera y cursos breves de políticas duras adentro. Claro que hay motivos para suponer que “en el adentro” no todo pudo haber tenido sabor a miel. Funcionarios complicados con manejos en cuentas non sanctas del exterior, ministros de conductas oscuras, un proceso inflacionario que no para y el descontento social que va en crecimiento, son temas que para el estado mayor del macrismo –sospechamos- habrán ocupado algún lugar entre los partidos de paddle y los paseos junto al mar. En lo que se presenta como un mundo de paz, amor y alegría tal vez, intramuros, se camine por senderos espinosos. En política, como en el cine, generalmente se ve lo que otros quieren que veamos.
(*) De Iniciativa Socialista