por Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.comDurante éste agitado semestre, Lanús ha probado con acierto al menos dos maneras de jugar de visitante. La primera es luchar y ganar la pelota en el medio campo, y luego generar explosión con pases cortos y triangulaciones precisas hasta quedar en posición de gol en uno de cada dos ataques. La mayor expresión de ese estilo la desplegó en la final del torneo 2016 ante San Lorenzo, seguramente la mejor actuación futbolística de la historia de la institución. También apeló a esa táctica en Montevideo, ante Nacional, y en Chapeco, en ambos lo hizo muy bien. La otra manera de jugar de visitante es ceder la iniciativa. Lo implementó con gran acierto ante The Strongets en la altura, y también, con algo de fortuna, lo llevó a cabo en Avellaneda y se
llevó la victoria en el final. Pero cuando visitó a San Lorenzo no fue ni chacha ni limonada y encendió una alarma, que duró poco: la gran reacción en la revancha, victoria por penales con Andrada confirmando lo importante que está llamado a ser en ésta instancia. Con la fe intacta tenía que visitar a River por un lugar en la final de la Libertadores, un grande de verdad. Sin repetir y sin soplar: ¿salimos a cambiar golpes o cedemos la iniciativa?
Pocas veces vi un estadio tan repleto y eufórico como el Monumental del martes por la noche. Los jugadores de Lanús son muy conscientes de lo que están disputando, la seriedad y el profesionalismo con que trabajan, la enorme capacidad del entrenador y el apoyo infinito de sus socios y simpatizantes constituyen su respaldo. Pero también saben que enfrentan a un monstruo grande y que no hay que darle ventajas a un oponente semejante, aliado de los intereses de la poderosa Conmebol, y uno de los hermanos en discordia en el seno de la AFA y la Superliga, la madre de todas las penurias del fútbol patrio.
Lanús fue al Monumental con su técnico, con algunos dirigentes y sin el apoyo de su público. Las enormes distancias entre uno y otro, la incidencia del periodismo chamuyo y la habitual obediencia de los árbitros -aunque el brasileño tan cuestionado dirigió muy bien- se hicieron notar con elocuencia desde el arranque. Acompañado por el aliento de la multitud, el local tomo el control del partido. A Lanús le costó hacer pie hasta los 12 minutos, cuando pudo dar tres pases seguidos, y a partir de ahí empezó a jugar cada vez más lejos de Andrada. Con empeño, sin ser profundo, Lanús lucía más atildado y seguro, y aunque no inquietaba a Lux, tampoco su arco pasaba zozobra. El partido se hizo chato pero muy peleado. El ímpetu inicial de la gente de River fue dando paso a la tranquilidad de un servidor, rodeado de hinchas rivales que iban perdiendo la suya irremediablemente. La calma del entretiempo fue tensa.
El partido cambió desde el arranque del segundo tiempo. River aumentó su trajín, comenzó a ganar las divididas y a entregar con mayor precisión. A Lanús le costaba sostener la pelota y mucho más pasar al ataque. Así fue renaciendo la esperanza y el aliento de los locales. Lanús lucía desmejorado pero defendía con ímpetu, el dominio de River no facturaba en la red. Almirón debió ensayar dos cambios juntos y modificar la posición de Acosta. No mejoró, por el contrario, cada vez le costaba más pasar la línea de medios. El final se acercaba y el reloj fue cambiando el ánimo del público local, que hasta el rebote afortunado que terminó en gol Scocco, estaba por el piso, tanto como nuestra confianza estaba alza. “Si no fuera por esa, el partido terminaba cero a cero y ahora estaríamos hablado maravillas del planteo de Lanús”, me dijo un tal Cacho de Chingolo. Lo cierto es que no salió, y entonces el reproche se cae de maduro: “¡Un desastre, fuimos un desastre! Ni una vez llegamos arco de River. Estamos al horno”, respondió Hugo de Conchilaló.
Y en eso estamos ahora, de cara al martes que viene. Yo sigo siendo muy optimista. Incluso no me disgusta el gol en contra, así no quedan dudas. De haber salido 0 a 0 en la ida, tendría que defender esa ventaja hasta los penales si fuera necesario, ya que es muy peligroso salir a atacar: te exponés a una contra en el final, y a otra cosa, te quedas sin la definición desde los doce pasos. Ahora habrá que salir a buscar el gol, lo que mejor sabe hacer éste equipo cuando juega de local, como hizo frente a San Lorenzo en La Fortaleza, parado en campo contrario. El Pepe recibe juego y define, Lautaro perfora defensas, Marcone, Román, Pasquini, Velázquez, Gómez y Silva acompañan, y Bragheiri, Andrada y el 2 que juegue aguantan los trapos en el fondo. Si River llega a acertar de contra, a llorar a la iglesia. Pero si es Lanús el que convierte de entrada, jugate que el Millo no será el rival del Gremio, y que la Copa Libertadores 2017 se resolverá en Lanús, un viejo barrio arrabalero de la Argentina -hoy poblado de rascacielos- que sigue creciendo a la par del club que lo distingue.