por Alejandro Chitrangulo
Somos muchos los que intentamos modificar nuestros hábitos alimenticios en busca de una mejoría en la salud o para evitar un aumento de peso por acumular grasas que a la larga nos provocan enfermedades como diabetes, hipertensión, obesidad, dolencias cardíacas y muchas más.Los que nos inclinamos por seguir programas alimenticios más saludables ya nos dimos cuenta que satisfacer el deseo, la gula, a través de darle a nuestro cuerpo aquellos alimentos y bebidas que más le apetecen no es el camino adecuado para tener una vida felizmente saludable. Una vez nos proponemos un cambio en nuestra filosofía de vida, tal vez por algún problema de salud propio o de alguien muy cercano, entonces nos encontramos ante una encrucijada: ¿Es sano todo aquello que nos “venden” como tal?
Avance científico
Como quiera que la ciencia avanza y va descubriendo propiedades nuevas en los alimentos o remedios que nos ayudan a enfrentar antiguas o modernas dolencias, es clave estar al día
de las nuevas investigaciones, pues lo que antes se consideraba un hábito poco saludable ahora puede resultar que si lo es, o viceversa.
Hay revistas que publican diariamente noticias sobre los diferentes descubrimientos científicos en materia de nutrición y salud. En diferentes partes del mundo, diversos estudios de prestigiosos laboratorios, universidades o equipos de ciencia nos aportan nuevos datos sobre un alimento, medicamento, remedio o hábito diario que lo convierte en héroe o villano en relación con cierta enfermedad o dolencia común.
Cuando hay consenso en el mundo científico no tardan las autoridades sanitarias nacionales e internacionales en hacerse eco de estos grandes descubrimientos. Pero, ¿qué ocurre cuando la información no es políticamente correcta?
Falsos mitos saludables
Es importante escapar de los falsos mitos sobre alimentación. Mejor no aceptar verdades absolutas, “Comer mucha fruta es sano”, “las grasas engordan”, o “la dieta debe basarse en los carbohidratos”, y cosas por el estilo que no se corresponden con la actualidad científica.
Recientes estudios demuestran que consumir grasas saturadas no provoca problemas cardíacos. Según este estudio ha sido uno de estos mitos que duran años y años, aun cuando la ciencia moderna sabe que son otros hábitos alimenticios, como tomar muchos carbohidratos o azucares y consumir grasas-trans presentes en los aceites hidrogenados, margarinas o mantecas vegetales, los que afectan directamente a la salud del corazón.
Consumir más grasas
Según las nuevas líneas de investigación sobre alimentación natural, bajar el consumo de grasas ni es saludable ni tiene por qué ayudar a perder tejido adiposo. No todas las grasas son iguales, algunas “grasas buenas” además de ser una fuente primordial de energía pueden activar el metabolismo de su consumo y con un pequeño ayuno diario ayudar a eliminar las grasas nocivas acumuladas en el organismo.
Incluso una reciente publicación en British Medical Journal, asegura que las grasas saturadas de origen animal, no solo no perjudican la circulación y la actividad cardíaca, sino que ayudan a protegerla, siendo por tanto un error sacarlas de la dieta de los pacientes del corazón. Estos estudios hacen responsable de estos problemas cardíacos a las grasas-trans que están en los aceites hidrogenados, margarinas o mantecas vegetales, que podemos encontrar hoy en día en casi todos los panificados y galletitería industrial.
La moderna ciencia natural recomienda el consumo principal de ”grasas buenas” en nuestra alimentación, llegando a asegurar que el 50 % o más de nuestra base alimenticia debería estar sostenida por grasas saludables como aceitunas, aceite de coco, aceite de oliva, aceite de lino, avellanas, almendras, nueces, semillas de calabaza o manteca orgánica.
Evitar los Carbohidratos
En cambio estas líneas de investigación nutricional recomiendan reducir o eliminar de forma drástica el consumo de semillas, azucares y carbohidratos como pan, cereales, pastas, papas, maíz, etcétera, para así bajar los índices de glucemia en sangre que provocan la mayoría de las dolencias modernas como diabetes, hipertensión, obesidad, cardiopatías y otras más graves como el cáncer por la oxidación celular.
Por este motivo, la clásica pirámide nutricional que coloca los carbohidratos como fuente principal de energía en nuestra dieta no es apta para una sociedad que tiene un limitado gasto energético, ya que todos esos excesos de azúcar en sangre se acumulan como grasas nocivas además de elevar los niveles de insulina.
Consumir poca fruta
Por este motivo, si consumimos muchas frutas con alto índice glucémico (mucha fructosa), nos encontraremos con muchos problemas de salud aún cuando la fruta en pequeña cantidad o acomodándola al gasto de energía y hábitos de la persona puede ser muy saludable. Recientes estudios publicados en Green Med Info, nos hablan de la toxicidad que provoca un alto nivel de fructosa en el organismo.
Por ejemplo, los dátiles son frutos que nos aportan muchas vitaminas, minerales y traen muchos beneficios para la salud, pero no es recomendable tomar más de dos o tres por la gran cantidad de fructosa que tienen. La moderación es la clave, además de saber el índice glucémico (de azúcar), de los alimentos que consumimos.
También es recomendable no tomar la fruta como postre. Hay quien piensa que tomar una fruta tras la comida en vez de un trozo de tarta es más saludable, y puede ser que así sea, pero es aun mucho más saludable y digestiva si se consume con el estómago vacío entre horas, pues el cuerpo la absorbe sin pasar por la putrefacción de los alimentos.
Importantes conclusiones
Dependiendo de nuestra actividad o hábitos de vida, así debe ser nuestra alimentación. Debemos hacernos conscientes que si gastamos más energía podemos consumir más calorías y azucares, pero si nuestra vida es sedentaria, y nuestro gasto energético escaso, el consumo de alimentos ricos en calorías debe ser menor por el bien de la salud.
Partiendo de esta premisa, hay que comprender que tomar pocos hidratos de carbono y azucares es beneficioso para la salud, al contrario de lo que se venía pensando antiguamente, que debían ser la base de la dieta.
Debemos consumir fruta con moderación, unos 25 gramos diarios, por el alto porcentaje de fructosa que al igual que el azúcar, tiene una incidencia negativa para la salud. Y mejor consumirla aislada, entre horas, para favorecer su absorción.
Que consumir “grasas buenas”, incluso llegando al 50% o más de la dieta, favorece al organismo y entre estas “grasas buenas” están también las grasas de origen animal, como la mantequilla o la nata pura, pero no las grasas-trans, como margarinas y aceites hidrogenados vegetales que son muy perjudiciales.
Para completar las nuevas recomendaciones de la medicina natural, acompañar esta dieta rica en grasas saludables y poca fruta, con jugos de vegetales frescos orgánicos, proteínas de pescados y animales criados de forma natural, huevos orgánicos y todo tipo de verduras y hortalizas orgánicas.
En síntesis, mucha “grasa buena”, más verduras, carne orgánica, fruta moderada y nada de azúcares o carbohidratos. Esta es la propuesta de la moderna medicina natural, para quien quiera evitar las modernas dolencias de este último siglo: obesidad, diabetes, hipertensión y problemas cardíacos, casi siempre originadas por el alto índice glucémico en sangre y unos “erróneos” hábitos alimenticios. Según esta propuesta, no solo recuperaremos la línea y la salud, sino que también nos sentiremos más llenos de energía.
¿Por qué no probar?
Fuente: revista Mejor con salud