por Marcelo Calvente
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comprometida, y que para darlo vuelta deberá aplastar a San Lorenzo. Pero los optimistas son insistentes: “¿Porqué no? ¿Acaso no los bailamos en la final..?”,
te responden con una sonrisa de emoticón en la red, tanto como en la cola de la carnicería o a la vuelta de la esquina.
A partir de enero de 2018, Lanús tendrá que apelar al recurso conocido: formar futbolistas para que debuten en primera, sostenerlos hasta que valgan algún dinero importante y tratar de que emigren por sumas millonarias, la única forma posible de afrontar el maldito déficit anual. Serán años difíciles, y los más exigentes no lo aceptarán. La vara está más alta que nunca. Pedirán a los gritos refuerzos imposibles, culparán a todos e insultarán más que nadie. Te guste o no, el panorama está a la vista: pese a que la Superliga está dando sus primeros pasos, los equipos grandes no dudan en despilfarrar decenas de millones de dólares en cada receso. Para entenderlo mejor: Boca compró a Wanchope Abila y se lo prestó a Huracán, dueño de la otra mitad. Por él pagó un millón y medio de dólares y la cesión del juvenil Messidoro, y es sólo un ejemplo. Lanús tendrá que remarla los años que hagan falta para que, una vez más, la perinola del destino junte en primera a promesas de la cantera, como en su momento se armó el equipo de Ramón Cabrero. Un arquero como Agustín Marchesín o Esteban Andrada, defensores como el Cali Izquierdoz, volantes como Pizarro, Valeri y Blanco, delanteros como el Toto Salvio y Lautaro Acosta. Algo es seguro: más temprano que tarde, en Arias y Guidi se volverá a gritar el estribillo más tierno, el viejo y querido vamo vamo los Pibes, himno que los granates no inventaron pero que les sienta mejor que a ningún otro club.
El jueves por la noche, Lanús debe jugar la vuelta con San Lorenzo por el sueño internacional. Un dato no menor: en el choque de ida, ambos equipos alinearon a 7 de los diez jugadores de campo que protagonizaron la final de victoria más aplastante que se recuerde: el 4 a 0 con baile del 29 de mayo de 2016. Es decir, son casi los mismos elencos. San Lorenzo dio un paso importante en la ida pero faltan 90 minutos en La Fortaleza repleta, con ambas hinchadas, como fue aquella final en el Monumental. La visita tratará que defender esa ventaja con firmeza, y si puede, estirarla. Lanús sabe cuál es la fórmula para imponer dominio, y tiene potencia ofensiva como para traducirlo en goles. Silva, el Pepe y Lautaro, está probado pueden hacer daño, pero dependerán de lo que aporten Marcone, Román Martínez, Pasquini y los dos laterales en la generación de juego. Para Lanús, no existe otro camino: jugará la pelota al pie, tocará para el costado, incluso para atrás, tendrá paciencia. No tirará pelotazos mientras no pierda la confianza en sí mismo. No hay otro modo.
Todo indica que estaremos ante un gran espectáculo deportivo, un encuentro para el recuerdo. Otra final. Y los granates, los optimistas y los pesimistas, todos juntos, van a acompañar al equipo con su aliento. Lo harán porque la Libertadores es el mayor desvelo, y porque con Jorge Almirón como entrenador, todos lo saben, muchas finales no perdieron.